Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo. Así comenzaba el Manifiesto del Partido Comunista, escrito por Marx y Engels en 1848, uno de los libros más leídos e influyentes de la Historia. No pretendo perpetrar un remedo de tal llamamiento a la unidad de los trabajadores del mundo. Un breve artículo puede constituir una proclama, una breve arenga, un ajustado bando, mucho más que una circular, pero mucho menos que un manifiesto.
Me da la impresión de que este nuevo año va a necesitar de muchos manifiestos, mensajes, proclamas, arengas, reflexiones, artículos, palabras intercambiadas, para que nos hagamos una idea aproximada del mundo en el que nos estamos adentrando, de los mundos hacia los que queremos ir, de la Nueva Era hacia la que vamos avanzando.
No eran pocos los que nos anunciaban buena parte de los desastres que han ido llegando. La crisis iniciada en 2008 nos situó ante la realidad de un mundo en el que la especulación contaminaba las finanzas mundiales creando burbujas de riqueza financiera que terminaban por estallar sobre la economía real, las sociedades, la propia política.
Las luchas sindicales, apenas han conseguido contener la precarización de los empleos y de las propias vidas, tras años de monopolio ideológico de un ultraliberalismo que ha conseguido imponer sus insufribles reglas de sometimiento de toda actividad pública y privada, individual y colectiva, al beneficio económico desmedido de unos pocos estafadores.
Los últimos años se han caracterizado por un aumento de la preocupación ante los efectos del cambio climático sobre la vida en el planeta. Una preocupación que viene de muy lejos, cuando los ecologistas comenzaron a anunciar que la forma de vida occidental, adoradora del becerro de oro del consumo acelerado tenía los días contados.
Pandemias anteriores del VIH, Zika, vacas locas, SARS, MERS, gripe aviar, o porcina y otras tantas, concatenadas y tan próximas en el tiempo, deberían habernos hecho pensar que algo iba mal en nuestra gestión de selvas, bosques tropicales y tierras congeladas, como el permafrost de Siberia. Tal vez debimos habernos dado cuenta de que estábamos liberando demasiado carbono, metano y virus, demasiados nuevos virus.
El denominado coronavirus, COVID19, es sólo el último episodio de un proceso. Los virus no tienen intención de destruirnos sin antes asegurarse la vida en otras especies, ni pretenden darnos lecciones que permitan nuestra salvación. Las consecuencias de nuestros propios actos y nuestras formas de vida las extraemos nosotros y somos nosotros los que tenemos que tomar decisiones que solucionen los problemas que hemos creado nosotros solitos.
Durante muy pocas décadas hemos construido la creencia insensata de que somos únicos e insustituibles en el planeta. Décadas en las que hemos habitado la efímera Era del Antropoceno, aquella en la que nuestra especie se ha empeñado en dominar, doblegar, esclavizar, expoliar, multiplicar las extinciones en el planeta, hasta provocar el colapso y abrir las puertas a la propia extinción.
Nunca debimos creer que el crecimiento era infinito, cuando cualquiera sabe que la economía es el arte de gestionar lo escaso, lo que se agota, o puede agotarse. Nunca debimos asumir como cierto que es posible producir y desechar comida al ritmo que lo hacemos, ni comprar ropa al ritmo que lo hacemos.
Nunca debimos admitir que era posible transportar todo tipo de productos, a precios tirados, por todo el planeta, ni que 4.000 millones de personas podían subir a un avión cada año para pasar las vacaciones a precio de saldo en cualquier rincón exótico, este año en Vietnam, el año que viene en un safari fotográfico en Kenia y al siguiente en el Caribe.
Nunca debimos fiarlo todo a esa gran mentira de que la verdadera libertad consiste en poder elegir entre infinidad de productos, eso sí, pasando siempre por la misma caja, llenando siempre los mismos bolsillos de unos pocos, muy pocos, que controlan la producción y monopolizan el comercio mundial. Causa sonrojo pensar que el 1 por ciento de los más ricos acumulan el 82 por ciento de todas las riquezas del planeta.
Causa bochorno la insensatez de nuestros políticos en funciones de gobierno, o de oposición, cuando nos anuncian una nueva normalidad, casi calcada de la antigua. La vacuna es una luz al final del túnel, nos dicen. La vacuna es el principio del final que se avecina si no tomamos decisiones urgentes sobre nuestro futuro y nuestras formas de vida.
Produce vergüenza ajena esa incapacidad para reconocer que ya nada será igual, porque nos hemos pasado tres pueblos en el mundo desarrollado, en el otro no se han pasado nada y sólo quieren venir a pasarse su parte alícuota en el primer mundo.
Mucho me temo que eso que llaman sostenibilidad de los países desarrollados, las baterías de nuestros coches eléctricos, nuestras turbinas y generadores de energía eólica, nuestros dispositivos móviles, ordenadores, nuestra domótica, nuestra Inteligencia Artificial, tienen las patitas muy cortas y requieren de un buen número de componentes, materiales raros, cuya extracción requiere deforestaciones, extracciones, conflictos armados, hambrunas, trabajo esclavo, asesinatos de sindicalistas y pobreza extrema.
Luego, cuando las baterías, los molinos de viento, los dispositivos digitales, pasen de moda, lleguen a su punto de obsolescencia, los devolveremos a los países subdesarrollados para que los entierren en las mismas minas de donde extrajeron los metales raros con los que los fabricamos.
Proletarios de todos los Países uníos, así terminaba el Manifiesto del Partido Comunista, después de argumentar, que los proletarios no tienen nada que perder con la revolución, como no sea sus cadenas. Aquellos proletarios tenían todo un mundo que ganar. Eso es lo que les diferencia de nosotros, los actuales habitantes del planeta, lo tenemos todo por perder si no hacemos algo y lo hacemos pronto.
La receta, sin embargo, es la misma que hace 152 años, la izquierda tiene por delante el trabajo de unir la inteligencia de todas las fuerzas democráticas para protagonizar una revolución, una Nueva Era, que cambie los modelos económicos y de vida en el planeta.
¡Ciudadanos de todos los países, uníos!