“Padre, dígame usted que le han hecho al bosque, que ya no canta”. Así comienza una hermosa canción de Serrat, en la que un hijo se dirige a su padre, describiendo la destrucción del bosque. Acaba pidiendo a un padre desolado, que reaccione porque “nos han declarado la guerra”.
Así pueden sentirse nuestros hijos, así son sentimos quienes somos más mayores, ante una reforma laboral impuesta sin negociación alguna, en la que las excavadoras de la patronal y las apisonadoras del gobierno, han destrozado la negociación colectiva y el derecho laboral en España.
En un país con 5,3 millones de personas paradas y con la disculpa de combatir el desempleo, se facilita que la mayoría de los despidos sean considerados procedentes, rebajando a 20 días la indemnización por año trabajado. La indemnización por despido improcedente se ve reducida de 45 días por año a 33, con un límite de 24 meses, en lugar de 42. Pero la ampliación de las causas del despido a situaciones como las menores ventas y los menores ingresos, convierten en procedentes la mayoría de los despidos, es decir, con una indemnización de 20 días /año.
Además en las empresas de menos de 50 trabajadores (el 99 por ciento de las empresas españolas), se pone en marcha el contrato subvencionado con despido gratis durante el primer año.
No contentos, el despido colectivo, vía Expediente de Regulación de Empleo (ERE), se puede poner en marcha sin autorización administrativa.
En los Ayuntamientos y Comunidades Autónomas, en la Administración Central del Estado se eliminan las limitaciones para despedir y lo podrán hacer en las mismas condiciones que la empresa privada.
Hasta los parados que cobren una prestación económica, se verán obligados a realizar trabajos en servicios públicos de las Administraciones.
No queda ahí la cosa. Tras un Acuerdo firmado a finales de Enero entre los sindicatos y los empresarios sobre la negociación colectiva, el Gobierno tira el Acuerdo a la papelera y facilita el incumplimiento del convenio por numerosas causas. Lo cual, añadido a la facilidad que se concede a los empresarios para acabar con los convenios, si en dos años no se ha negociado y el valor mayor que se da al convenio de empresa por encima del sectorial, supone poner a los trabajadores y trabajadoras a libre disposición de un empresario que puede cambiar jornada, bajar salario, trasladar a otro lugar, modificar categoría profesional y despedir por cualquier ínfimo motivo.
Hasta la baja por enfermedad se convierte en causa de despido, aunque la enfermedad se encuentre plenamente justificada.
Tras un correlato como el realizado, que deja en el tintero otras agresiones en materia de formación, contratación, o arbitrajes obligatorios, entre otras, no es extraño que sintamos que, en el peor de los momentos, con una crisis de caballo y un paro desbordado, nos han declarado la guerra.
No han negociado, informado, ni consultado con los sindicatos, como parece constitucionalmente preceptivo. Han roto un Acuerdo entre empresarios y sindicatos, sin tomar en cuenta que devalúan el diálogo social, la legitimidad de lo acordado, la autonomía de las partes. La credibilidad y la buena fe negociadora, así como la lealtad con lo acordado, han quedado en entredicho, cuando la patronal CEOE, ha aplaudido la ruptura de un Acuerdo como el de Negociación Colectiva a los pocos días de firmarlo.
El Gobierno ha presumido en Europa de la extrema agresividad de un decretazo y de la huelga general que van a provocar. Han movido sus tropas mediáticas para cercarnos. Emprenden una campaña antisindical al más puro estilo Aguirre.
Ellos sabrán por qué desean una huelga. Ellos saben por qué merecen una huelga. Ahora saben también que su credibilidad se debilita, que incumplen promesas electorales, que atacan de frente una larga trayectoria de diálogo social, con encuentros importantes y desencuentros sonados, pero situando la negociación permanente en el centro de la convivencia democrática.
Ellos saben que el 19-F han hablado millones de ciudadanos y ciudadanas en las calles. Que el 29F volveremos a manifestarnos en numerosas ciudades españolas. Saben que haremos una huelga cuando se encuentre masivamente asumida y preparada.
Saben que el paro seguirá creciendo y que está reforma laboral no es el remedio.
Saben que es mejor unir a la sociedad que fracturarla. Que el despotismo no es la solución.
Tienen una oportunidad para reflexionar sobre el hecho de que la mayoría política, ni exime del deber de negociar con la sociedad organizada, siempre y en todo momento.
Andan un mal camino, ignorando los peligros de despeñar España y sin ángel de la guardia. Están a tiempo, pero no tenemos mucho tiempo.
Francisco Javier López Martín
Parece estar de moda y en crecimiento, el hacer el mal, ser el más malo o la más mala, para infundir temor ante una ciudadanía pagana, que ante el desempleo, es capaz de ser amo, frente a sus dueños. La señora de Cospedal, alucina y flipa como cuan buen porro fumado, cada vez que anuncia un recorte, traducido en su lenguaje putada ante un sector marginal, cansado y manipulado, sin saber, que ese sector, es el que mueve el motor de la economía. Ante la expectación de la aparición de la corrupción, millones de euros desaparecidos, nos encontramos impotentes y desgastados ante una España que no conocemos. Los sindicatos están agotados, el desánimo tanto en Fernández Toxo como en Cándido Méndez, se ha manifiesto, cada vez que tienen que hacer frente a una manifestación, ya es repetitivo, urge una reforma sindical, con sabia nueva, que juzgue y tenga el valor de afrontar nuevos retos, estamos desamparados ante una derecha que nos conlleva a los años 50, estamos con miedo ante una policía castigadora y reaccionaria, estamos con miedo, ante la no justicia o justicia selectiva, en realidad una España repartida entre pocos, y de pago para otros. Los españoles, nos engañan o nos emboban con nuestras tradiciones, que han cambiado muy poco en cuanto a la iglesia, castigadora, inquisitiva y sobre todo, manipuladora. Veo difícil volver a un sistema libre, a un sistema honesto, porque por otra parte, el PSOE, se ha relajado demasiado, en demagogias que ahora, no sirven más que para apuntar que están ahí. ¿Culpables? evidentemente nosotros.
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