Acudes a una Biblioteca Pública (para el caso es igual que la titularidad de la misma corresponda a una Comunidad Autónoma, o a un Ayuntamiento). En la familia tenéis un carnet de adulto y otro carnet infantil para tu hija, que cuenta con el preceptivo permiso paterno para ser emitido. Incluso te han pedido que autorices los criterios y límites con los que la menor de edad puede acceder a los servicios internet en la biblioteca. Hasta aquí todo perfecto.
Si tu hija quiere leer a Federico García Lorca y visita, sola, o contigo, la Sala Infantil, encontrará a varios Federicos “para Niños” y algún ejemplar de otros libros del autor que hay que leer en las escuelas, o institutos. El Romancero Gitano, por ejemplo. Suelen ser los bibliotecarios y bibliotecarias, los que indagan con diligencia y por iniciativa propia, estos extremos sobre las lecturas obligadas, en los centros educativos de su entorno.
Sobre la mesa de exposiciones de la Sala encontrarás una selección de posibles lecturas infantiles, entre las que encontrarás títulos como El bosque de los enamorados, Intenta enamorarte, El amor según Venus, El piano embrujado, El bosque de tus ojos, Enamorada de un friki (cito títulos inventados sobre variaciones de otros reales, no menos atractivos, desde el punto de vista de su interés pedagógico, educativo, psicológico, o sociológico).
Ahora bien, el problema surge si quieres que tu hija lea ese mismo Romancero Gitano, pongamos por caso, en esa hermosa y reciente edición de 2017 a cargo de Mil Coeditores y Blur Ediciones, en la que ilustradores, fotógrafos, diseñadores, artistas, han puesto su granito de arena para ilustrar poemas cargados de vida y alegría, al tiempo que de atormentado amor y dramatismo. Esa edición que se encuentra, por un aquel, en la Sala de Adultos, pero no en la Infantil, o Juvenil.
Si quieres que tu hija lo lea, el bibliotecario o bibliotecaria de turno, que cuenta, por cierto con una excelente preparación y una vocación incuestionables, te entenderá perfectamente, pero se verá obligado a aplicaros el reglamento de las bibliotecas públicas que explicita, claramente, que los carnets infantiles o juveniles, sólo pueden acceder, sobre todo a efectos de préstamo, a libros ubicados en la sala correspondiente a dicha categoría. No es una ley, ni un decreto, ni una ordenanza. Es un reglamento. Y, como bien dijo Romanones, haz tú la ley y déjame a mí el reglamento.
Puedes desgañitarte explicando que eres la madre (o el padre) de la niña y razonando que la Declaración Universal de los Derechos Humanos deja bien claro que los padres tienen derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos, o que la Declaración de los Derechos del Niño insiste en que la responsabilidad de la Educación incumbe, en primer término, a los padres. Y hasta que nuestra Constitución viene a remachar en el mismo clavo, insistiendo en que los poderes públicos tienen que garantizar este derecho. Frente a un reglamento, no hay derecho que valga.
Al final el bibliotecario o bibliotecaria, entenderá perfectamente que tienes razón y si te pones muy pesada (o pesado), hasta te ofrecerá alguna solución a su alcance, tal como que te lleves en préstamo ese Romancero Gitano “de diseño”, con tu carnet de adulto. O bien, hará una excepción y os prestará el libro con el carnet infantil, tras tomar nota del DNI de la madre como autorizante de la vulneración formal del reglamento.
Amablemente te informarán del lugar donde puedes consultar el reglamento y hasta de los responsables a los que te puedes dirigir para trasladar tus sugerencias y quejas. La respuesta habitual será que te entienden, te agradecen tu interés, pero no es responsabilidad suya. Tal vez te sugieran dirigirte a otros servicios, o responsables de servicio.
Una situación como la descrita no tiene que ver con la voluntad del bibliotecario, o bibliotecaria, ni con la tuya propia y se produce cada día, gobierne quien gobierne en la Comunidad Autónoma y en el Ayuntamiento, al margen del color de los partidos de gobierno y oposición, e independientemente de las leyes que regulan la actividad biblioteconómica y hasta los derechos de las madres y padres sobre la educación de sus hijas e hijos.
Al final, en las bibliotecas (como ocurre en tantos derechos sociales), lo que tú piensas, o lo que piensa la bibliotecaria, importa poco. Termina siendo un reglamento, elaborado, copiado, fusilado, transcrito, o plagiado de otros reglamentos, en algún oscuro despacho, el que decide cosas como lo que leerá y qué no podrá leer, tu hija (o tu hijo) en una biblioteca.