Salvador Seguí en el Ateneo (Episodio 1)

Debo reconocer que, hastiado de tanto debate sobre Cataluña, he dejado de escribir sobre el tema durante semanas, con la secreta esperanza de que no alimentar la confrontación entre las fuerzas en conflicto, podía contribuir a que la reflexión serena, apaciguase los ánimos. Ya se han celebrado las elecciones catalanas y la espiral ha vuelto a situarnos en lo que algunos han denominado la vuelta a la casilla de salida, aunque esos retornos nunca nos conducen exactamente al mismo punto de partida, ni en las mismas condiciones.

Creo que ya os he contado que unos amigos me invitaron, no hace mucho, a pronunciar una intervención, no querían excesivamente larga, sobre la izquierda, en un acto público convocado en el Ateneo de Madrid. Acepté porque creo que es necesario extender, hasta que cale, un mensaje que convoque a la unidad de la izquierda sensata y serena, en defensa de la libertad, la igualdad y la solidaridad.

Además, ocurre que el Salón de Actos del Ateneo, me resulta un espacio irresistible. Siempre me sorprendo considerando la cantidad de oradores que han pronunciado, en ese mismo espacio, sus discursos, invitados por los miembros del Ateneo, que procuraban escuchar todas las voces provenientes de los más distintos lugares de las Españas, de los más diversos rincones del planeta y de las más variadas posiciones ideológicas y políticas.

Hace casi 99 años, en octubre de 1919, le tocó el turno a Salvador Seguí, el Secretario General de la CNT en Cataluña, donde el sindicato anarcosindicalista era la fuerza abrumadoramente mayoritaria. Estaba viajando por toda España para explicar qué opinaba su organización sobre la situación que se vivía en Cataluña, tras la Huelga General de 1917 y la huelga de la Canadiense, convocada ese mismo año, y su relación con los problemas de la clase trabajadora en el resto del Estado. Habló sobre el papel de los trabajadores catalanes en una coyuntura histórica muy complicada.

Los tiempos cambian, pero en este país somos expertos en vivir un eterno retorno, una interminable sucesión de vueltas y revueltas a la casilla de salida, porque nunca terminamos de leer cada página de nuestra historia antes de pasarla, lo cual nos obliga a repetir las mismas historias, siempre inconclusas. Ya dijo un político conservador, hace más de un siglo, que España aburre a la Historia.

Conviene, así pues, explicar un poco el contexto histórico en el que pronuncia su conferencia el Noi del Sucre (el chico del azúcar), que así era como llamaban a Seguí por Cataluña. En 1914, el mismo año en que estallaba la Primera Guerra Mundial, la Liga Regionalista (fruto de la fusión del Centre Nacional Català y de Unió Regionalista), liderada por Prat de la Riba, obtenía del Presidente Eduardo Dato una Mancomunidad de Cataluña.

Se trataba de una forma de autonomía basada en la cesión de competencias de las Diputaciones provinciales, que permitía la gestión unificada de los recursos, aunque carecía de capacidad legislativa. Francesc Cambó, sucesor de Prat de la Riba desde 1917, alentado tal vez por su presencia en un gobierno de España, que pretendía impulsar reformas federalistas, dirigió la redacción de un proyecto de Estatuto para Cataluña, que fue aprobado a principios de 1919 por los parlamentarios catalanes y por la Mancomunidad.

Pero para cuando llegó el momento las cosas habían cambiado, Cambó había salido del gobierno y las revueltas sociales, como la huelga de la Canadiense, habían hecho saltar todas las alertas y miedos ancestrales de las clases altas y la propia burguesía catalana, con respecto a las reivindicaciones de la clase trabajadora. Las Cortes, bajo un nuevo gobierno, terminaron rechazando el proyecto de Estatuto, hasta mejor ocasión.

En el camino, las organizaciones sindicales mayoritarias habían firmado en julio de 1916 el Pacto de Zaragoza, constituyendo un Comité Conjunto integrado por dirigentes como Julián Besteiro, o Francisco Largo Caballero, por UGT y Angel Pestaña y Salvador Seguí, por la CNT, con el objetivo de preparar una huelga general que exigiera soluciones para los problemas derivados de la crisis generada por la I Guerra Mundial.

El conflicto político decretado por el nacionalismo burgués estaba siendo desbancado por los objetivos de una clase trabajadora emergente, cuyas condiciones de vida y trabajo pasaban a primer plano. Algo distinto al momento presente, en el que parece que el imaginario de las pasiones nacionalistas han desbancado al conflicto social.

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