La memoria es huidiza y selectiva. Olvida lo que se le antoja y recupera los recuerdos que la da la gana. A veces recurre a tiempos muy lejanos como si fueran ayer y en otras ocasiones se empeña en dejar escapar momentos vividos en tiempos cercanos. Nos ocurre a todas y a todos, en todas partes, pero particularmente en nuestro país, En España enterramos muy bien, decía Alfredo Pérez Rubalcaba.
Mi memoria selectiva de Rubalcaba se remonta al año 1988. Alfredo Pérez Rubalcaba era Secretario de Estado de Educación cuando los profesores decidimos que había llegado la hora de ver solucionados algunos problemas que venían de muy lejos. Los socialistas gobernaban desde 1982 y el profesorado reclamaba un sistema retributivo homologado con el de otros empleados públicos.
Nos preocupaba también que no hubiera aún forma eficaz de cubrir los problemas de responsabilidad civil que pueden surgir en cualquier centro educativo y que daban lugar a la indefensión del funcionario cuando se producía un accidente, o cualquier tipo de demanda jurídica.
Queríamos ver legalmente reconocidas las especificidades de una jornada laboral que exigía momentos de docencia directa, otros de permanencia en el centro y muchos más de preparación de las clases, corrección de pruebas, evaluaciones, en casa.
Nos importaba que se estableciese una formación docente que nos permitiera actualizarnos, intercambiar experiencias, fomentar las buenas prácticas. Eran tiempos en los que los movimientos de renovación pedagógica, inspirados en otros países como Francia, Italia, Alemania, Reino Unido, luchaban por modernizar la educación española, integrarla en Europa.
Los costes para la Hacienda Pública eran muy importantes. Las negociaciones se habían paralizado y declaramos una larga huelga que, como ocurriría con la inmediatamente posterior del 14-D, pareció acabar en nada. Sin embargo aquellos temas protagonizaron luego las negociaciones, las movilizaciones y se fueron abriendo camino en los acuerdos de años posteriores. Rubalcaba fraguó en aquellas luchas una relación con los trabajadores y sus sindicatos que nunca dejó de lado.
Recuerdo que cada tarde celebrábamos las asambleas sindicales de la huelga en el pabellón de baloncesto del Estudiantes en el Instituto Ramiro de Maeztu. Pedro Sánchez debería de tener 16 años por aquella época y sería uno de esos alumnos que nos veía ocupar su lugar de entrenamiento.
Mi siguiente recuerdo me lleva a la Sala Trece Rosas de CCOO de Madrid, dónde, siendo ministro del Interior, participó en la presentación del CD que recopilaba más de 3800 sentencias del Tribunal de Orden Público (TOP), fruto del trabajo de investigación de Juanjo del Aguila y editado por la Fundación Abogados de Atocha. Una manera de reconocer a cuantos sufrieron la persecución y la cárcel por el hecho de luchar pacíficamente por la libertad, la democracia y los derechos.
En mis dos últimos recuerdos veo a Rubalcaba en el Auditorio de CCOO de Madrid, durante las dos únicas capillas ardientes que allí hemos organizado. La de Marcelino Camacho, que daba ya nombre al Auditorio y la de Santiago Carrillo. Dos hombres que hicieron posible la transición hacia la democracia desde sus responsabilidades al frente de las CCOO y del Partido Comunista. Allí estaba Alfredo Pérez Rubalcaba, presentando sus condolencias a la familia y demostrando su respeto hacia quienes nos habían abandonado.
Haciendo eso mismo que hoy la ultraderecha le niega a él, pese a que su papel en todo cuanto le fue encomendado fue siempre notable y brillante, especialmente cuando se volcó en cerrar una de las etapas más dolorosas de nuestra historia: acabar con la larga trayectoria de muerte y terrorismo de ETA.
Hoy, hasta quienes protagonizaron enfrentamientos, o vertieron duras críticas periodísticas contra él, reconocen que se ha ido un hombre honesto, coherente que se esforzó por dejar tras de sí una España en la que la firmeza en la defensa de las ideas pudiera convivir con la negociación, el diálogo y el acuerdo. Uno de los protagonistas de la construcción de la España democrática que hoy somos.
Rendir homenaje a la persona y a su trayectoria, trasladar nuestras condolencias a su familia, a cuantos gozaron de su amistad y a quienes compartieron con él trabajo, militancia y responsabilidades, es hoy un deber y una obligación de toda la ciudadanía y, especialmente, de la clase trabajadora, siempre necesitada de una política y unos políticos que sepan escuchar sus problemas y negociar sus demandas.
Hombres como Rubalcaba permanecerán siempre en nuestra memoria, pervivirán en nuestro recuerdo y formarán parte de nuestro orgullo.