MANDELSTAM (II): EL PODER DE LA PALABRA

Ya quedó relatado cómo allá por 1933 Mandelstam compuso un poema en el que, sin nombrar a Stalin, destacaba el disfrute de las ejecuciones ordenadas por el tirano. Quedó constancia de que el poema no fue escrito, pero sí recitado en diferentes círculos cercanos al poeta. Ya se describió el sumario registro de su casa, su arresto, condena y muerte. La desaparición de sus restos en alguna de las incontables fosas comunes.

Conviene ahora conocer que, durante el arresto de Osip Mandelstam, el también poeta Boris Pasternak, a quien recordamos como autor de la novela Doctor Zhivago, luego premio Nobel de Literatura, recibió una llamada de Stalin para formularle una pregunta. Quería saber quién era Mandelstam, y, más en concreto, si el escritor era un “maestro”, un máster.

Pasternak entendió que, de su respuesta, dependía la vida de Mandelstam. Stalin quería saber si el poeta era un maestro, o si podía deshacerse de él impunemente, sin grandes costes. Boris Pasternak respondió, que efectivamente podía ser considerado un maestro. Stalin condenó a Mandelstam al exilio en la ciudad de Vorónezh en los Urales donde vivió en precarias condiciones durante varios años, y donde intentó suicidarse.

Allí, en mitad del sufrimiento, escribió los Cuadernos de Vorónezh, que forman parte de su mejor poesía. Luego fue liberado bajo vigilancia, para ser condenado de nuevo, en 1938, a cinco años de trabajo forzados, a los cuales no sobrevivió.

La pregunta de Stalin a Pasternak esconde la misma preocupación de todo dictador ante el artista al que considera, por supuesto, sometido a designios superiores del Estado, que coinciden milimétricamente con los suyos propios.

¿Es un maestro? Dicho de otra manera, ¿Seguirá viviendo aunque yo lo mate? ¿Si me condena, su sentencia perdurará en el tiempo más que la mía contra él? ¿Pese a su fragilidad, es peligroso?

La respuesta de Boris Pasternak salvó la vida de Osip Mandelstam durante unos años, aunque fueron años de destierro, vigilancia policial, presiones, locura, trabajos forzados y muerte prematura a los 47 años, en un gulag cercano a Vladivostok. Años en los que Mandelstam siguió rellenando precarios cuadernos de hermosos poemas.

Me extravié en el cielo
¿Qué puedo hacer?
Quien esté cerca ¡Conteste!
Sería mejor para ustedes hablar
De las vigorosas visiones dantescas.
No puedo separarme de la vida:
Aunque ella mate y acaricie,
En los oídos y en las cuencas de los ojos
Se posa la tristeza florentina.
No coloques, por favor, no coloques
Laurel amoroso en el whisky.
Mejor despedaza mi corazón
En trozos de sonidos azules.
Y cuando mueras este servidor,
Amigo en vida de todos los vivos,
Resonará en lo alto y profundo
Un eco celeste en el pecho.
Osip Mandelstam en El Poder de la palabra.

Francisco Javier López Martín

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