¡Nadie se llame a engaño, cuando lloro,
cuando canto! (… quedó marchito y ciego
cuando al fuego escupió tan verde coro).
¡Hay que seguir trillando … bajo el fuego!
Andrés García Madrid
Era aquel tiempo de silencio, cuando nuestros padres, los hijos de los vencidos, entrecortaban sus palabras, balbucían. Los murmullos eran la única fuente de información confusa al alcance de los niños. Algo pasaba, algo era inestable en nuestro mundo, pero no éramos conscientes de lo que ocurría.
Tendrían que pasar años para que la libertad recién recobrada nos devolviera la conciencia que nuestros antepasados habían dejado en nosotros.
Pero mientras tanto, mientras la libertad se abría camino, un hombre moría asesinado cerca de mi casa en Villaverde. Su muerte fue un rumor que recorría las calles, los lugares de reunión, las casas. El hombre tenía un nombre Pedro, Pedro Patiño.
No conocíamos su rostro, tan sólo retazos de murmullos construían su figura. Luego fue una foto. Había más fotos de Pedro Patiño, sin duda. Pero sólo conocimos aquella. La de un hombre sentado, sosteniendo a su hijo, mientras su hija mira sonriendo hacia la cámara. Un hombre joven, que trabajaba en la construcción, un militante comunista y de CCOO, que repartía pasquines animando a una huelga. Un hombre joven junto a otros hombres, en un país que no reconocía ni el derecho de reunión, mucho menos el de huelga, o el de participar en piquetes. Un hombre, con otros hombres, entre Leganés y Villaverde, exigiendo la libertad de Paco García Salve, el cura obrero, detenido por defender los derechos de los trabajadores.
Luego, Pedro Patiño, fue el nombre de la Escuela de Formación Sindical de CCOO de Madrid, donde miles de delegados se forman en derechos laborales y derechos sindicales. La nómina, el convenio colectivo, la negociación. Los valores del trabajo.
Hoy miles de manifestantes toman las calles de Madrid, tras una masiva huelga en la enseñanza pública madrileña, padres, profesores, alumnos, unidos en un inmenso piquete para defender lo que es de todos.
Sin miles de hombres y mujeres como Pedro Patiño la libertad en las calles nunca hubiera sido patrimonio del pueblo.
Injusta es siempre la muerte. Nunca la justicia fue hecha plenamente con Pedro Patiño y tan sólo, a título personal, muy recientemente, en 2009, el Gobierno reconoció la injusticia de su persecución y su muerte “en defensa de su actividad política”.
Y sin embargo, aún más injusto, me parece hoy el olvido, el silencio, la muerte de nuestra memoria. Ese exilio interior que nos hace olvidar que hoy vivimos porque otros nos dieron la vida. Que somos libres porque otros abrieron las puertas a la libertad. Que nuestras luchas llevan en sus genes otras luchas.
La peor injusticia consiste en que nuestra memoria, la conciencia de nuestra clase, nuestra propia conciencia de clase, sea escrita, cuando no silenciada, por otros.
Si triste y duro era aquel tiempo de silencio impuesto a golpe de bota militar, no menos triste es el silencio asumido, interiorizado. La cultura del olvido que diluye el valor del trabajo humano y devalúa la solidaridad y el apoyo mutuo.
De ahí la importancia de reivindicar hoy a Pedro Patiño, a los Abogados de Atocha y a tantos otros que lucharon y dieron su vida para que los más fuéramos un día los mejores. Aquellos que frente a los designios de los poderosos, de los mercaderes, se alzaron del suelo, enarbolaron el orgullo de su clase y, contra todo pronóstico, a costa de sus propias vidas, abrieron las alamedas para que otros hombres y mujeres libres construyeran una sociedad mejor.
En nuestro orgullo, en nuestras luchas, vive hoy un hombre joven llamado Pedro Patiño.
Francisco Javier López Martín
El esfuerzo de mantener la memoria de los que hicieron posible la libertad y la democracia es la làmpara de vida para seguir al lado de ellos construyendo la democracia y asentando la libertad