Vinieron buscando un horizonte para sus vivir aquí, ahorrar dinero para mantener a sus familias allí. Volver algún día. Vinieron porque la economía española crecía y porque faltaba mano de obra en la construcción, en los comercios, en las cafeterías, en los hoteles, para atender a nuestros mayores y nuestros hijos, cuando nos vamos a trabajar, para limpiar nuestras casas. Vinieron porque había empresarios dispuestos a dar trabajo, con o sin contrato, con o sin convenio, con o sin papeles. Ese fue el “efecto llamada” y no ningún otro.
Fueron primero “ilegales”, es decir sin papeles y luego se fueron regularizando con normativas del PP, cuando gobernaba y del PSOE cuando gobernó. Vinieron muy deprisa, se integraron a marchas forzadas. En los colegios, en los trabajos, en los barrios. Y en eso llegó la crisis y la construcción fue lo primero en caer. Multiplicaron un 183 por ciento su paro de golpe. Venían a trabajar y su tasa de paro era muy pequeña. Ahora, en plena crisis, su tasa de paro se ha disparado al 22,4 por ciento. 161.000 inmigrantes parados a finales de 2010.
Unos volverán a su país. Otros intentarán capear el temporal, mientras para el gobierno Regional, que los aireaba como una oportunidad y que alentó la creación de asociaciones de inmigrantes dependientes de la subvención del Gobierno, los abandona a su suerte e intenta mantener el control político convirtiendo esas asociaciones en “agencias privadas de colocación”. Ya no son una oportunidad, sino una realidad silenciada sobre la que mejor ni hablamos, no sea que resten votos.
Los inmigrantes no irán en procesión esta Semana Santa, pero razones no les faltan. Sufren la crisis, el paro, el abandono, como cualquier otro madrileño. Con un agravante, muchos tienen a la familia lejos y la mordida de la crisis es más dura en soledad.
Francisco Javier López Martín