Angustia climática

Vivimos cada vez con mayor preocupación, con un miedo no disimulado, con temor fundado, el acelerado devenir de graves situaciones vinculadas al cambio climático y al desencadenamiento brutal de las fuerzas de la naturaleza.

No me refiero sólo al terremoto de Marruecos, o a las erupciones volcánicas. Me refiero, sobre todo, a los incendios incontrolables, a las lluvias desproporcionadas, a las inundaciones desconocidas hasta ahora, a las sequías cada vez más frecuentes, las olas de calor encadenadas y los fenómenos meteorológicos desbocados.

Hay quienes denominan ansiedad climática a esta nueva situación vivida por las sociedades y las personas. Una ansiedad que tiene mucho que ver con la angustia con que vivimos los tiempos presentes. La incertidumbre, el dolor, la rabia, el miedo ante una crisis climática real, cada vez más evidente, más acelerada y menos controlable por los gobiernos a nivel nacional, o internacional.

Asistimos con incredulidad a los experimentos de los ricos del mundo para embarcarse en naves espaciales camino de Marte, incapaces como son de asegurar la vida en la Tierra. Muchos de nosotros consideramos que nos engañan, nos traicionan. No nos ofrecen soluciones reales para cuanto se nos viene encima.

Basta comprobar los efectos de la última DANA que ha invadido España. Los daños, desperfectos y muertes que ha causado, con especial virulencia en el centro peninsular. Daños que se han multiplicado en Grecia, Bulgaria, o Turquía.

Hace bien poco la borrasca Daniel, tras recargar fuerzas en el Mediterráneo, ha golpeado a Libia con dureza de ciclón tropical, huracán mediterráneo, con vientos de más de 180 km/hora y precipitaciones cercanas a los 1000 litros de agua por metro cuadrado.

Es posible que nos encontremos ansiosos, angustiados, frustrados por la incapacidad de nuestros gobiernos, nuestros partidos, nuestras organizaciones. Puede que hasta nos encontremos indignados, cabreados, llenos de rabia, contra unos desastres que nadie es capaz, cuando menos, de contener, mientras tampoco nadie quiere reconocer el fracaso.

Hay quien piensa que este miedo, unido al sentimiento de abandono, se convierte en un peligroso caldo de cultivo. Hay quien considera que de ahí saldrá algo nuevo y quien aventura que la más vieja de las reacciones totalitarias puede abrirse camino.

Lo cierto es que, a estas alturas lo que echamos de menos es alguien que, con sinceridad y sin miedo a perder elecciones, se atreva a compartir con nosotros que los arreglos son insuficientes y las soluciones imperfectas. Alguien que nos enseñe, nos aliente, nos ayude a vivir en este escenario de cambio climático.

Exigir responsabilidades a nuestros poderosos, ya lo sean por su dinero, o por sus responsabilidades de gobierno, no puede ser una explosión de rabia, de negación de todo, de enajenación mental, o de cerrazón ante la realidad. De la desesperanza y la desesperación no nace nunca nada bueno.

Sentirnos parte de los problemas, responsables de las soluciones, o del agravamiento de la situación. Tomar conciencia de nuestras sensaciones profundas, son pasos importantes para tomar impulso y combatir la crisis climática y sus consecuencias sobre nuestras vidas.

Son los jóvenes los que han tomado conciencia de que sus vidas, sus formas de ocio, de alimentación, de estudio, trabajo, convivencia, se ven afectados por eso que denominamos cambio climático. Son ellos los que intuyen un futuro no sólo peor, sino mucho peor, distópico, cargado de elementos que pueden sembrar el terror en lo cotidiano.

Jóvenes que se sienten mayoritariamente traicionados por sus gobiernos, que no están haciendo lo suficiente para hacer frente al problema. Tal vez por ello, es aún más necesario unir esfuerzo, crear conciencia y trabajo colectivo, compartir sentimientos, e ideas.

Es cada vez más importante recuperar el valor de lo colectivo. Ni estamos solos, ni podemos hacerlo solos. Necesitamos urgentemente reencontrar, recuperar  nuestros lazos con la naturaleza. Necesitamos cuidar nuestras vidas, las vidas de cuantos nos rodean, todas las formas de vida.

Puede que estemos abocados a la extinción, o puede que no, pero si no hacemos nada, ese final será inevitable.

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