Año electoral en Madrid

Recibo unas reflexiones a vuelapluma de Eduardo Mangada, el que fuera Primer Teniente de Alcalde y concejal de urbanismo del Ayuntamiento de Madrid en el primer gobierno municipal elegido libremente tras la dictadura.El  alcalde era el Viejo Profesor, Enrique Tierno Galván. Procedía Eduardo del ala comunista de aquel gobierno que hoy algunos desmemoriados llamarían social-comunista y Frankenstein.

Más tarde, Eduardo Mangada, pasó a formar parte del primer gobierno autonómico madrileño presidido por Joaquín Leguina, donde ocupó las consejerías de Ordenación del Territorio, Medio Ambiente y Vivienda y más tarde, las de Obras Públicas y Transportes.

Me sonrojo al tener que explicar cosas como estas, que amenazan con caer en el olvido en una sociedad española, condenada a la desmemoria y a la que le han sido arrancados los recuerdos y hasta las ganas y las esperanzas de contar un día con un país mejor.

Reflexiona Eduardo Mangada, deja fluir su pensamiento, sobre la ciudad, como organismo vivo que se alimenta cada día y que cada día expulsa lo digerido. Un organismo que devora mucho más de lo necesario, que se atraganta con frecuencia, que exhibe sin pudor su ostentosa y oronda panza.

Una ciudad que expulsa de sí a aquellos que ha ido apartando en los rincones oscuros de la ciudad, allí donde no son vistos por los ricos, los poderosos, la clase política y los propios urbanistas.

Son aquellos a los que unos llaman los excluidos, otros los marginados, los pobres del mundo de la Internacional socialista, los parias de la tierra de la comunista, los últimos de Lorenzo Milani, los condenados de la tierra de Fanon, los oprimidos d ela teología de la liberación, los subproletarios de Marx, los nadies de Galeano.

Los excluidos que genera la ciudad deben ser apartados, barridos, alejados, convertidos en invisibles. Y me conmueve esa pregunta que se hace Eduardo cuando ya son muy pocos los que la hacen en nuestros días…  ¿Surgirá de estos “parias de la tierra” el grito que los levante hasta que se hagan cuerpo visible? ¿Que los haga “verdadera sustancia” palpable, viva, de la ciudad?

Reconoce Eduardo que, en estos tiempos, tales formulaciones suenan retóricas. Tal vez hemos dejado de soñar, tan siquiera de imaginar, que puedan tener una respuesta, condenados como vivimos al silencio de esos seres recluidos en las periferias. Y no necesariamente periferias alejadas del centro de la ciudad, sino que podemos encontrar en el corazón mismo de las ciudades.

Periferias que tienen vida propia, textura, olores. Barrios que han sido empujados a un duro camino hacia la exclusión, el maltrato, el olvido. Barrios con nombres que son olvidados, o aparecen tan sólo, de cuando en cuando, en algunas noticias violentas. Sus habitantes están vivos. Reclaman ser escuchados. Piden un poco de atención.

Esos barrios, esas personas, deberían ser, sin embargo, para cualquier político sensato, el centro de sus programas electorales, la esencia y la sustancia verdadera de unos seres humanos que construyen la ciudad cada día con su mera existencia.

Hubo un tiempo, hace más de 40 años, en el que llegaron al gobierno de Madrid unos políticos convencidos de que la historia de todas estas personas minúsculas formaba parte esencial de la Historia de un país que nunca había tratado bien a sus hijos y a sus hijas.

Fueron los tiempos de las grandes remodelaciones de los barrios obreros de la capital, impulsados por Eduardo Mangada, o de diseño a tumba abierta de nuevas ciudades, como hizo Jesús Gago en Fuenlabrada. Hicieron cuanto pudieron y sacrificaron muchas horas de su vida porque sabían que desde aquellos lugares se podía interpretar y diseñar el futuro de la ciudad toda.

Vivimos tiempos electorales y veremos a muchos políticos prometer el “oro y el moro”. Veremos cómo cada cual termina escuchando las promesas que quiere oír aunque sean contradictorias y aunque sepamos que quien promete no adquiere con ello compromiso alguno de cumplir lo prometido.

Echaremos de menos aquellos tiempos en los que las ideas construían programas y los políticos, a lo largo de sus mandatos, se esforzaban en ejecutar la mayor parte de lo comprometido. Se empeñaban en saldar la deuda que la ciudad tenía con sus barrios.

Nunca agradeceremos a aquella izquierda el servicio que prestó a Madrid. Y en lo personal, nunca olvidaré que aquellas gentes siguen mereciendo la memoria, el respeto, el reconocimiento y, por encima de todo, mantener vivo su ejemplo.

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