Coronavirus, el aplauso no basta

Creo que el gran mérito de este órdago que los españoles mantenemos contra esa maravilla de la evolución que es el coronavirus, consiste en la capacidad que siempre hemos demostrado para defendernos frente a invasiones masivas, perfectamente planificadas por ejércitos bien organizados.

Hay quien dice que somos la especie inteligente del planeta y, sin embargo, para cuestionarlo basta pensar en esos pequeños parásitos que sólo pueden vivir y multiplicarse dentro de las células de otros organismos. Capaces de organizarse, adaptarse, mutar, acelerar su expansión, retirarse a tiempo y esperar mejor momento. Les da igual invadir las células de un animal, una planta, una bacteria, que infectar a un ser humano cualquiera. Si viene al caso, conquistan, colonizan, invaden, otros virus.

No hace falta pensar en tipos estrambóticos como Alien, o Predator, los auténticos maestros de la supervivencia son los mutantes como el coronavirus. Tan capacitados para la supervivencia que no dudan en viajar en cometas, meteoritos y bólidos celestes de todo tipo a lo largo y ancho de la galaxia.

Y, sin embargo, terminaremos venciendo porque siempre fuimos capaces de dar la cara frente a todo tipo de invasiones. Una de las últimas tuvo que ver con el ejército más poderosos de la época en Europa, el de los franceses comandados por un genio militar como Napoleón. Otra, aún más reciente, la de otro ejército colonial y golpista entrenado para  organizar todo tipo de masacres en sus campos de entrenamiento de los montes del Rif.

En ninguna de las dos conseguimos grandes victorias. Las dos acabaron en sonoras represiones y retrocesos históricos. Pero, mientras la invasión duraba, los miles de microorganismos a los que llamamos pueblo, dieron la cara, se jugaron la vida, la perdieron a borbotones, y se ganaron su futuro a un precio muy alto.

Ahora nos toca a nosotros y lo estamos haciendo otra vez. Los gobiernos, los reyes, los ricos y poderosos, hacen, en el mejor de los casos, lo que quieren, o lo que pueden, unas veces pueden más y otras menos, a veces ni quieren, ni pueden, muchas veces bastante tienen con sobrevivir y perpetuarse en un ambiente tan complicado.

Como siempre nos toca a nosotros. Tras el desastre de las privatizaciones y los ataques al sistema sanitario público (y a lo público en general), durante más de una década, son más que merecidos los aplausos para quienes se juegan cada día la vida a causa de la imprudencia temeraria de quienes nos dejaron a los pies de los caballos de cualquier sorpresiva, pero previsible, invasión.

-Más mercado y menos Estado,

croaban las ranas del barrizal madrileño.  Hoy echan de menos al personal médico, de enfermería, auxiliares, despedidos, a los que mandaron a buscarse la vida en cualquier otro país de la tierra, menos el suyo.

Pero no sólo el personal médico merece los aplausos. Quien trabaja en una residencia, en ayuda a domicilio, en una farmacia, en un supermercado, en correos, en una droguería, como policía, en reparto domiciliario de cualquier tipo, en servicios de urgencias y emergencias, quien se apiña en un centro de telemarketing, o se levanta cada día para acudir a un centro de producción embarcado en un transporte público, o quien recoge las basuras. De alguien me olvido, seguro que de alguien me olvido, la lista sería infinita, nadie se moleste.

Y, ya puestos, vamos a pensar en quienes se han ido a casa con un ordenador y siguen haciendo que muchas cosas, muchos servicios, sigan funcionando, con sus más y sus menos, pero funcionando. Trabajadoras y trabajadores de unas empresas acostumbradas a lo presencial, que no habían ensayado lo del teletrabajo y ahora tienen que mantener los servicios sin los medios adecuados y sin la gente preparada.

Cuando no se cae el sistema, es quien teletrabaja el que no sabe por dónde empezar con cuatro instrucciones recibidas deprisa y corriendo. Pero todo se aprende y mal que bien las empresas siguen funcionando. Fíjense en un sistema anclado en el pasado, como el educativo. Padres con trabajos presenciales necesitan centros educativos que guarden a los chavales y abuelos en disposición de ejercer activamente como tales antes y después del cole.

Ahora los abuelos son población de riesgo, los chavales agentes transmisores muy activos, no pocos padres y madres se quedan en casa y los colegios se cierran. Si el teletrabajo era una utopía para muchos empresarios, la educación online, el e-learning, educación a distancia, teleformación, o como quieras llamarla, era cosa de algunas universidades y preferiblemente extranjeras.

En dos patadas y cuatro días, esos profesores y profesoras se han instalado en el salón de su casa, han dejado a los alumnos entrar virtualmente en su domicilio, pertrechados con su ordenador de batalla y su wifi domiciliario. Han creado contenidos, ejercicios, charlas, videoconferencias, han aprendido sobre la marcha. Por cada correo que mandan reciben decenas de correos de vuelta que tienen que leer, corregir, atender.

Las Consejerías de Educación nunca pensaron que esto se iba a poner así. Con mandar cerrar los colegios ya tienen bastante. Con recortar gastos educativos y cobrar comisiones por concesiones de colegios concertados con el caso Púnica ya tuvieron bastante. Ahora les toca salvar el curso a los profesores y al alumnado con sus propios medios, como auténticos guerrilleros.

Cuando todo esto acabe, que acabará, con mayor o menor coste de vidas desgraciadamente, espero y deseo que el dolor y las derrotas, la victoria sobre los invasores microscópicos, sirvan para que quienes están protagonizando esta batalla, cada cual desde su frente de combate, reciban algo más que aplausos. Para que cuenten con los recursos materiales y personales suficientes para poder sacar adelante las responsabilidades que la sociedad les ha encomendado. Es la libertad que nos estamos ganando.

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