Acabamos de conocer que los precios alcanzan un record interanual del 10´8 por ciento. Los empresarios de este país han vivido las incertidumbres de la pandemia y han optado por optimizar sus beneficios al límite. Más vale pájaro en mano que ciento volando, reza el refrán. Nadie se lo ha impedido. Nadie lo ha controlado.
Los precios suben, los precios de la vivienda se encarecen un 8´5%, pero los salarios suben un ridículo 1´54%. Nada apunta a que nos encontremos en un momento excepcional. Más bien parece que al año que viene los precios seguirán haciendo de las suyas y que los salarios seguirán en niveles insignificantes si nada lo impide.
Andan algunas ministras empeñadas en negociar un pacto de rentas, pero tal pretensión suena a entretenimiento infructuoso y diletante. No habrá pacto de rentas porque los empresarios no quieren condicionar ni limitar sus oportunidades de obtener beneficios especulativos, ni comprometer un reparto de dichos beneficios con sus trabajadores, ni mucho menos con la sociedad en general.
Mientras tanto, el Presidente de Iberdrola, autor de las más vergonzosas declaraciones que acusan a los pobres de ser culpables de los altos recibos de la luz que pagan, se despacha con sueldos de más de 12 millones de euros al año y así todos los altos directivos de las grandes compañías.
Estos señores no contemplan un pacto de rentas que limite los altos beneficios obtenidos por las empresas energéticas. Ni que incorpore un acuerdo de negociación colectiva que incluya subidas salariales en función de inflación y de beneficios. Ni un pacto que reparta los esfuerzos fiscales. Ni sobre las rentas del alquiler. Nada de eso entra en sus planes.
Esperan ayudas del gobierno que aseguren sus beneficios, pero no aceptan negociación alguna en materia de asegurar la estabilidad de las rentas de sus trabajadores. De hecho la subida salarial pactada media no supera el 2´6% en los convenios negociados y casi la mitad de los trabajadores no ha experimentado revisión salarial alguna, es decir el 0% de subida.
Esto ocurre en un escenario en el que sólo uno de cada cuatro trabajadores tiene una clausula de revisión salarial que permita actualizar su salario en función de la evolución de la inflación. O lo que es lo mismo, tres de cada cuatro trabajadores tienen que conformarse con la pérdida de poder adquisitivo.
Lo curioso es que hace una quincena de años esta protección de la clausula de revisión era común y corriente para el 70 por ciento de la población trabajadora. Los años de gobierno del PP y sus reformas laborales han producido una degradación de las relaciones laborales y de la negociación colectiva que puede conducirnos a conflictos muy serios en el inmediato futuro.
No es entendible que las medidas que afectan a los trabajadores, como el acceso al Ingreso Mínimo Vital (IMV), sean objeto de ninguneo permanente y que menos de la mitad de las personas que podrían acceder a dicha ayuda hayan conseguido hacerlo.
No es entendible que miles de trabajadores se encuentren en riesgo de perder su vivienda por no poder pagar sus alquileres, o que los pequeños propietarios de vivienda se vean convertidos en los benefactores de quienes no pueden pagar un alquiler, cuando sabemos que esa responsabilidad corresponde a las administraciones, ya sea Sánchez, Ayuso, o Almeida.
La situación es cada vez más complicada y nada augura que vaya a mejorar. Por eso la sensatez, el equilibrio y la justicia, deben marcar la andadura de los gobiernos del Estado, las comunidades autónomas y los ayuntamientos. No hay disculpas, ni perdón, para quienes dejen de ejercer sus obligaciones de garantizar derechos y libertades.
En cuanto a los salarios y la negociación colectiva, todo augura que se van a convertir en el campo de batalla de los próximos meses. La gente trabajadora es muy paciente, pero no va a soportar que los beneficios empresariales se disparen, acelerando el crecimiento de los precios, mientras los salarios, en la práctica, se congelan.
No van a tolerar que los lujos de los ricos se exhiban de forma impúdica en las redes sociales, mientras los recortes, las carencias y la miseria se instalan en sus vidas. Seguro que sus sindicatos están ya afilando los cuchillos de un otoño caliente en el que ninguna movilización es descartable.