Fiestas navideñas. Me gustaría dedicar este artículo a esas cosas propias de la temporada, los buenos deseos y culminar con un Feliz Año 2020, pero la realidad y los deseos no siempre van de la mano. Dediqué el artículo anterior a dar mis razones para apoyar el acuerdo de gobierno suscrito entre PSOE y Unidas Podemos. Cada una de sus propuestas, redactadas a modo de ideas fuerza, me parecían una guía, una hoja de ruta para el futuro gobierno.
Un acuerdo corto, que no deja de ser un decálogo de compromisos necesarios y urgentes. Ocurre que lo que hubiera sido suficiente hace pocos meses, puede que no lo sea hoy. Somos muchos los que tenemos la impresión de que los asesores han jugado una mala pasada a Sánchez y a Iglesias.
Hace unos meses, los asesores de Sánchez decidieron aconsejar dar portazo al acuerdo de gobierno con Iglesias y abrieron las puertas a la celebración de unas nuevas elecciones generales, fiándolo todo a unas encuestas que daban una cosa en el momento de la convocatoria, otros pronósticos distintos en las inmediaciones de las mismas y un resultado final bastante peor que el anterior.
Mientras tanto, los asesores de Iglesias se empecinaron en reclamar puestos en el gobierno, por encima de la negociación de un mínimo acuerdo como el que ahora han suscrito. Prefirieron las elecciones a dar gratis el voto. Y ambos, Sánchez e iglesias, despreciaron la opinión de otros que, como Rufián, anunciaban que, tras la sentencia del procés, el voto para propiciar un gobierno de progreso, posible hace unos meses, podría ser inviable en Navidades.
Por el camino, Casado ha conseguido crecer, aún a costa de laminar cualquier opción centrista y moderada, subido al peligroso tigre de las alianzas con la ultraderecha. Rivera se ha desplomado y ha dejado a su partido en caída libre. Los ultraderechistas, de cuyo nombre prefiero ni acordarme, han aprovechado el desastre político para meter eficazmente sus cuñas amañadas y torticeras en el imaginario de no pocos votantes.
Ahora, tenemos sentencias del Supremo y de Luxemburgo como espadas de Damocles sobre nuestras cabezas. Ahora, tras los incidentes callejeros en las calles de Barcelona, los cortes de tráfico en las autopistas y un ajetreado partido Barça-Madrid. Ahora, cuando Cataluña se aboca a unas elecciones territoriales inminentes, a ver quién es el valiente que se atreve a pasar por botifler, butiflero, o botiflero, borbónico, felipista, centralista y nacional, que no es más que otra forma de ser nacionalista, prestando su voto para un gobierno de la izquierda.
Cuatro elecciones generales en cuatro años, además de las europeas, municipales y autonómicas pueden parecer y ser muchas, demasiadas. Pero claro, todo lo que puede empeorar, termina empeorando, si nadie lo previene y lo evita. Y mira que creo que muchos han aprendido lecciones por el camino.
Sánchez ha aprendido a dar su brazo a torcer. Iglesias a no retransmitir las negociaciones por las redes sociales. Rivera a dimitir y Casado a guardar ciertas formas de centro, distanciarse de las ranas de Aguirre y no estar en la misma mesa que Aznar cuando el ex se echa al monte.
Los ultras no han aprendido nada, porque piensan que no tienen nada que perder y sí mucho que ganar en ese erre que erre de meter miedo en el cuerpo a sus potenciales votantes. Miedo a los inmigrantes, a los pobres, a las feministas, a Europa, a la clase trabajadora, a los catalanes, a todo cuanto sea distinto, diverso, diferente. Saben que unas nuevas elecciones les pueden reportar aún más beneficios, sin necesidad de hacer nada. Están a nada de conseguirlo todo.
Por eso el acuerdo, que contiene muchas de las respuestas a los problemas de los trabajadores y trabajadoras, puede terminar resultando un ejercicio imposible, irreal y melancólico, a nada que nos descuidemos. A partir de ahí, puede pasar cualquier cosa.
Tendemos a pensar que alguien, o algunos, en algún sitio, o en varios despachos bien interconectados, no necesariamente despachos de un ministerio, con todos los datos en la mano, o cuando menos manejando informaciones esenciales y relevantes, que nos son negadas al común de los mortales, van tomando las decisiones.
Cada día deberíamos estar más convencidos de que no es tan así y que, hasta los imperios europeos que se embarcaron en la primera Gran Guerra creían que aquello iba a durar unos cuantos días y no cuatro años, millones de muertos y sangrientas batallas en las que centenares de miles de soldados perdieron la vida entre trincheras de uno y otro bando, para terminar avanzando, o retrocediendo, unos pocos metros.
Y todo pese a que sus emperadores correspondientes eran familiares, parientes cercanos, primos y con esposas que eran parientes cercanas, primas y parte de la exclusiva familia monárquica europea. Una endogamia que no podía traer nada bueno, como esas razas de perros que se vuelven peligrosos a fuerza de cruces de consanguineidad insoportable y degenerativa.
Por este camino, elección tras elección, podemos encontrarnos con una nación de nacionalismos, un federalismo de miles de cantones, una economía especulativa, de casino y desregulada, un empleo precario, temporal, mal pagado y una sociedad fracturada, más pobre y cada día más desigual. Es probable que el Brexit no sea la última experiencia triunfante del euroescepticismo.
Quienes necesitamos de la política para defender la libertad, la igualdad y la solidaridad hemos pagado muy caro el desacuerdo de hace unos meses. La imposibilidad de llevar adelante el acuerdo firmado puede ser ruinoso, el peor de los escenarios para iniciar la década de los 20.
Puede que no vayamos hacia los Felices Años 20, mejor incluso que no lo sean, que no repitan los mismos errores. Pero merecemos que sean los nuestros, los que nosotros decidamos. De nuevo, la izquierda en la encrucijada, de construir, o destruir, la unidad de lo diverso y plural. No nos defraudéis.
Por lo demás, nada está escrito, ningún futuro, por oscuro que se nos presente, tiene por qué ser el único posible. No toda la política la hacen los políticos. El pesimismo de la inteligencia no tiene por qué ser incompatible con el optimismo de la voluntad. Por eso, a todas, a todos, Feliz Año.