En el anterior artículo hablaba de unos vecinos cuyas viviendas fueron construidas cerca de las vías de los trenes. Vecinos que se han acostumbrado, en las proximidades de la estación de Atocha, a los ruidos de los trenes, pero que no soportan los ruidos nocturnos de unas obras de mantenimiento que podrían planificarse pensando también en ellos.
Sobre todo en el verano esos ruidos chirriantes nocturnos impiden el descanso. En resumen, los vecinos se quejan de los ruidos por la noche, pero se han acostumbrado al trasiego diario de los trenes. Así pues, construir pantallas acústicas podría ser buena solución en las viviendas donde los viajeros de los trenes te saludan cuando estás comiendo en el salón, pero no en la distancia, ni cuando esas pantallas no protegen más allá del segundo piso.
Total que los vecinos han decidido quejarse a ADIF y a la Junta Municipal del Ayuntamiento de Madrid por las obras que se están realizando y han recogido un número de firmas equivalente al 80 por ciento de las viviendas de los bloques afectados, con la secreta esperanza de que paren esas obras que no quitarán los ruidos, elevando ante sus ojos una barrera que impedirá ver los trenes y el horizonte, creando un efecto patio de cárcel.
Y es aquí donde entra en juego la política, cuando menos esa que no intenta solucionar problemas, sino mantenerse en el poder a base de derivar responsabilidades sobre otros actores, siguiendo el exitoso ejemplo de Díaz Ayuso que alimenta mayorías absolutas a base convertir sus meteduras de pata en perversas conspiraciones del gobierno central. Fórmula de éxito, al menos en Madrid.
El ADIF termina contestando a los vecinos que se procede a las obras de elevación de seis metros de muro acústico, atendiendo a las peticiones encarecidas de la Junta Municipal de Distrito y tras numerosas reuniones mantenidas durante años, junto a alguna asociación de vecinos, para dar solución a los ruidos de los trenes.
Mientras tanto, la Junta Municipal informa de que, tras años promoviendo reuniones con ADIF, se ha decidido esta solución, que fue publicada hace tiempo en un medio de información municipal, pero que ellos son meros espectadores de la obra que ha emprendido el gestor de infraestructuras ferroviarias.
De nada sirve que los pobres vecinos, quejosos todos, pero precaria y tardíamente organizados, sigan respondiendo a ambas instancias con nuevas cartas, quejas y recogidas de firmas, porque la maquinaria de las obras está en marcha y las empresas constructoras reclamarían daños y perjuicios, mientras las instituciones responsables no pueden dar su brazo a torcer ante un centenar y medio de hogares.
Parece evidente que será más fácil contratar a una nueva empresa especializada en demoliciones, que parar la construcción de las horribles pantallas acústicas, que funcionan tan sólo como barreras visuales. Es lo que hay, una degradada política más atenta al mantenimiento en el poder a cualquier costa que a atender las preocupaciones, necesidades y demandas de la ciudadanía.
Ese es el cambio necesario en las maneras y en las formas de hacer política, por más que, día sí y día también, nuestros gobernantes se empeñen en demostrarnos el largo camino que les queda por recorrer para convertirse en verdaderos políticos, servidores públicos que diría Don Manuel Azaña.