Este famoso coronavirus ha viajado por el mundo a la velocidad de nuestros aviones, ha dejado desiertas las avenidas de nuestras ciudades, las calles de nuestros pueblos, como en mitad de un bombardeo, sin explosiones, sin casas derruidas, ni fuego, ni llamaradas, pero con una metralla microscópica que siembra la muerte sin regueros de sangre.
No me gustan las comparaciones de esta crisis sanitaria con la guerra, por mucho que así pretendan convocarnos en calidad de obedientes y heroicos soldados, no me siento ni lo uno, ni lo otro, esto no es una guerra, como mucho una que nos hemos declarado a nosotros mismos, los virus siempre han estado ahí, hay quien no los considera ni formas de vida, estaban aquí antes que nosotros, se encuentran en planetas a los que nunca llegaremos y continuarán en este planeta, ya no me atrevo a decir nuestro, cuando las condiciones hagan imposible que nosotros podamos sobrevivir por estos parajes.
Tampoco es la primera pandemia que han producido, cada cierto tiempo mutan, o invadimos
(para cortar árboles, para extraer petróleo, colonizar tierras para nuevos cultivos, arrancar minerales, construir industrias ganaderas)
lugares donde se encontraban recluidos, las selvas amazónicas, o las asiáticas, se vienen con nosotros, con sus eficaces sistemas de expansión, su capacidad de mutación, su eficiencia mejorada para introducirse en nuestras células y convertirlas en nuestras enemigas.
Son mecanismos que conocemos y hemos estudiado, ha sido la soberbia humana la que nos ha incitado a la imprudencia de ignorar las reglas de la vida, los peligros que nos acechan, nosotros que doblegamos a la Naturaleza, la sometemos, la provocamos, por eso esta crisis está siendo más dura que cualquier crisis económica, en ella nos va la vida.
Pero no es una guerra, no hay naciones enfrentadas, ni clase contra clase, ni siquiera hay un atacante que quiera matarnos, nuestra muerte es el efecto colateral de la supervivencia de esos no vivos, no muertos, me lo han explicado, mi primo, el veterinario, el que empezó siendo biólogo y luego se dejó llevar por su pasión por los animales,
-Entra en nosotros, se fija a una célula, introduce en ella su código genético y nuestra célula, abducida, poseída, secuestrada, incorpora ese código al suyo propio y comienza a fabricar miles de virus idénticos en su interior, muere la célula y las miles de copias son liberadas, se expanden, se propagan, entran en otras células, nos matan, o no, hacen lo que saben hacer
No sé si me he enterado muy bien, pero no me parece una guerra, por lo menos no más guerra que cualquier ejercicio de supervivencia y, si fuera guerra, sería una guerra milenaria, una de esas que comenzó con el inicio de la vida en el planeta y, desde entonces no ha cesado, deberíamos estar acostumbrados, pero no, hemos avanzado mucho en eso que llamamos progreso, grandes avances económicos y materiales
(de los espirituales mejor no hablar)
y puede que hayamos creado prototipos de inteligencia artificial capaces de heredar la tierra algún día, pero seguimos a merced de otros supervivientes como los virus aviares, porcinos, asiáticos, en forma de gripe Yamagata, de Hong Kong, española
(que era de Kansas, pero terminó siendo española, como la Leyenda Negra)
de ébola, de SARS, MERS, VIH, hacen lo que saben hacer y mutan, pasan de animales a personas y de vuelta, ensayan fórmulas más eficientes, o menos eficientes, destinadas al éxito, al fracaso, a la intranscendencia.
No, no son ellos el enemigo que nos derrota y nos mata, ni es una guerra, en todo caso una contra nosotros mismos, ya lo he dicho antes, pero no importa repetirlo, he leído artículos de hace muchos años hablando de lo que iba a pasar y ahora ha pasado.
Podríamos haber previsto que necesitaríamos hospitales, camas hospitalarias, unidades de cuidados intensivos, respiradores, mascarillas, guantes, deberíamos haber tenido suficientes profesionales sanitarios, protegerles desde el primer momento del contagio, detectar si habían sido contagiados, pero a estas alturas nuestras fábricas de mascarillas, respiradores, guantes, equipos sanitarios, estaban en China, o en Camboya, o en la India, nuestros profesionales sanitarios andan repartidos por el mundo, nosotros los formamos y luego los mandamos a buscarse la vida en otras tierras, un tiempo precioso que hemos perdido.
Más del 95% de los fallecidos son mayores de 60 años, casi el 90% mayores de 70, miles de mayores en las residencias recibiendo visitas sin protección, atendidos por profesionales aún en peores condiciones de seguridad que en los hospitales, que no sabían si estaban contagiados hasta que notaban algún síntoma, otros sin síntomas pero transmisores, otros ya inmunizados, sin riesgo, miles de muertes en las residencias, la mitad de las muertes en residencias, no hablo de loslas muertas solas en casa.
Contendremos la expansión del COVID19, encontraremos tratamientos, antivirales apropiados, descubriremos vacunas,
(las grandes farmacéuticas, especialistas en salvarnos in extremis, les encanta salvarnos in extremis, encontrarán vacunas y las venderán por miles de millones de unidades por todo el mundo)
volveremos a los bares, viajaremos de nuevo, menos, recuperaremos el curso perdido, nos abrazaremos de nuevo, pero esta guerra la hemos perdido, porque nos hemos dejado vencer por nosotros mismos, las ansias de dinero, la avaricia, la podredumbre de la corrupción y su secuela de recortes y privatizaciones lo hicieron posible.
Estaremos a tiempo a preparar la siguiente, porque cuando los virus vuelvan a la carga, con la mutación agresiva de turno, deben pillarnos con suficientes hospitales públicos,
(los otros ya vemos que no cuentan)
residencias, camas hospitalarias, personal médico, de enfermería, auxiliares, celadores, de limpieza, de ayuda a domicilio, de servicios sociales, con medios materiales adecuados para hacer frente a este tipo de crisis.
No podemos seguir viviendo de espaldas al planeta, ni más ni menos que como quien construye poblaciones enteras junto a volcanes activos a punto de entrar en erupción. A eso no lo llames guerra.