Formación digital, una transición forzosa

Antes de la llegada de la pandemia un buen número de estudios, iniciativas, recomendaciones, hablaban abiertamente de una transición hacia una economía digital y sostenible, respetuosa con el medio ambiente. Una transición cuyas claves se encontraban en poner en marcha las inversiones y los recursos que debían permitir la formación permanente de nuestros adultos.

En muchos países del mundo y en otros muchos de nuestra Unión Europea, se preparaban para encontrar buenas soluciones para este reto, mientras en otros tantos, como el nuestro propio, se trataba más bien de jugar a la ciencia ficción sin que se pusieran en marcha medidas concretas para ir abriendo rutas en esa transición.

La llegada de la pandemia lo ha demostrado, tensionando la producción de bienes y servicios hasta provocar un colapso. No sólo los hospitales colapsados, los centros de salud acuartelados, los colegios cerrados, con soluciones dispares y desequilibradas en el uso de la enseñanza no presencial online.

Cuando utilizamos servicios bancarios, de seguros, o administrativos, correos, cuando la infancia tiene que estudiar online desde casa, cuando tenemos que ir a un centro de salud, cuando nos vemos obligados a contratar, reclamar, realizar cualquier gestión administrativa,  nos damos cuenta de la incapacidad de cubrir una demanda telefónica masiva, o por internet y cómo la atención que te prestan las máquinas, por sí solas, se muestra claramente insuficiente y nos conduce invariablemente a un bloqueo,

-Por problemas técnicos transitorios, su llamada no puede ser atendida en estos momentos, pruebe usted más tarde.

La pandemia está demostrando que la transición no es una posibilidad entre otras, sino un proceso obligado que nos conduce a la necesidad de invertir en mejorar la formación y la cualificación a lo largo de toda la vida y en dotarnos de los recursos necesarios para afrontar los cambios tecnológicos acelerados. La innovación aplicada al desarrollo de los sectores de producción y servicios, el futuro del empleo, la formación profesional, la orientación laboral, la velocidad con la que se producen los cambios, deberían ser motivo de observación permanente por parte de gobiernos, empresarios y sindicatos.

Los sistemas de información sobre mercado laboral, captación de datos sobre puestos de trabajo y cualificaciones, o sobre  aprendizaje automático, uso de la inteligencia artificial y nuevas tecnologías, avanzan y cambian con enorme velocidad.

Precisamente la capacidad de adaptarse a los cambios, la utilización de medios tecnológicos, el trabajo en equipo, los conocimientos de idiomas, o las relaciones humanas y las relaciones personales y atención al cliente, son las capacidades más demandadas en los anuncios de trabajo. Contrariamente a lo que podríamos pensar, casi la mitad demanda competencias manuales y tan sólo una cuarta parte competencias digitales.

Mucho se ha hablado hasta ahora de cuarta revolución industrial. Sobre la necesidad de la formación permanente a lo largo de toda la vida, o la formación de aprendices. La propia Comisión Europea se plantea el logro de una transición hacia una economía digital y ecológica. Parecía que teníamos tiempo para ir poniendo en marcha los servicios y los medios necesarios para satisfacer estas nuevas necesidades.

Hoy sabemos que no, que el tiempo se ha acabado y que en todos los ámbitos de nuestra vida tenemos que poner en marcha los mecanismos para que la sanidad, la educación, los servicios sociales, las residencias, los servicios públicos y privados, las empresas industriales, sean capaces de atender las necesidades y demandas de la ciudadanía, contando con medios tecnológicos y poniendo en marcha los mecanismos de flexibilidad necesarios para que el empleo y los hábitos de vida se adapten a las nuevas situaciones.

No es un problema de recursos y medios, es un problema de cambiar nuestra mentalidad como país, nuestra lógica como administraciones, gobiernos, organizaciones sindicales y empresariales. Es cuestión de nuestra capacidad de adaptación para vivir en un mundo que de golpe ha cambiado y nos ha pillado a trasmano, desprevenidos, sin haber hecho los deberes de anticipación y prevención que muchos venían reclamando. Nunca es tarde.

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