Pienso que algo no funciona correctamente cuando en unos lugares nuestros gobernantes toman unas decisiones y en otros lugares la absolutamente contraria, aunque los problemas sean similares. Algo debe estar pasando cuando las fronteras polacas y húngaras se cerraban, hace unos meses, a cal y canto, se convertían en muro para unas decenas de miles de exiliados sirios, afganos, iraquíes, o sudaneses. Ahora son millones de personas ucranianas las exiliadas y las fronteras se abren de par en par.
Algo no funciona bien y huele a cinismo de las instituciones cuando en España y en Europa vamos levantando aceleradamente las restricciones destinadas a combatir la COVID19 (parece que las últimas mascarillas desaparecerán de los interiores después de Semana Santa), mientras que en China confinan a 26 millones de personas en Shanghai ante nuevos brotes de la pandemia.
Eso sólo puede interpretarse pensando que tal vez el gobierno chino utiliza la pandemia para domesticar sin grandes oposiciones a su ciudadanía, mientras que en Europa los gobiernos tienen un miedo terrible a pagar con votos la prolongación de restricciones sobre una población agotada.
Dejarán pasar la Semana Santa y declararán una barra libre hasta que, como en anteriores ocasiones, el ascenso renovado de la pandemia aconseje nuevas medidas de control en consonancia con las que vayan adoptando otras autoridades europeas, aunque también en este espacio las diferencias han sido abismales, desde la famosa inmunidad de rebaño hasta el cierre a cal y canto y las limitaciones a la movilidad.
O tal vez aceptemos que ter ine muriendo aquel a quien le venga mal dada la pandemia, mientras cada uno sigue a lo suyo. A eso le llaman gripalización de la pandemia, vuelta a una normalidad, tal vez nueva, pero no mejor. Será mentira, pero será fácil aceptarlo.
Un vecino ha recibido recientemente una carta en la que el Ayuntamiento de Madrid le avisa de ha infringido la prohibición de circular por la Plaza Elíptica, que ha sido declarada Zona Especial de Bajas Emisiones con un coche que no tiene distintivo ambiental. A continuación le dicen que durante este mes no le multan, pero que tome nota porque a partir del mes siguiente le pueden caer cantidades de 200 euros por una infracción considerada grave.
El pobre vecino me dice que su coche es viejo, sí, pero que supera la ITV año tras año y que circula no por la Plaza Elíptica, sino por debajo de la Plaza Elíptica. Además, para ir a su centro de trabajo, tiene que salir por la carretera de Toledo y sortear el paso por esa zona le supondrá dar un rodeo de varios kilómetros para evitar la multa, con el resultado de emitir bastantes más gases a la atmósfera.
Cualquier ecologista diría lo mismo que él, pero eso no importa a un alcalde Almeida, cuyo único interés es demostrar que hace algo por el medio ambiente porque Europa aprieta, por más que ese algo suponga que en dos meses ya ha pillado in fraganti y mandado cartas amenazantes a más de 30.000 madrileñas y madrileños.
Claro que hay que reducir la contaminación y las emisiones, pero eso sólo se consigue con medidas que eviten que el remedio sea peor que la enfermedad. Sería razonable mejorar los transportes públicos, su frecuencia y la ampliación de horarios de funcionamiento de autobuses, metro y cercanías.
Además hay otra lectura que hacer. En Madrid hay más de 1.100.000 coches sin distintivo ambiental a los que se va a obligar a desparecer del mapa en tres años. Eso significa un inmenso negocio para la industria automovilística. Nadie nos cuenta que fabricar un coche eléctrico supone un 70% más de emisiones de carbono que uno de gasolina.
La contaminación del coche eléctrico se produce al principio y al final de su vida útil, cuando no sabes qué hacer con tan inmensas baterías, pero también cuando lo enchufas, porque mucha de la electricidad que consume procede de otras energías contaminantes en estos momentos. Eso además del gasto para muchas familias de bajos recursos que son las que no renuevan el coche, ni pueden comprar un eléctrico, o un híbrido.
Lo dicho, algo no funciona entre tanto cinismo y mal gobierno. Todos saben, aunque no quieren decirlo ni creerlo, que lo que hay que hacer es reducir el consumo de coche y aumentar el de transporte público, adaptando la vida, los servicios, el consumo y los trabajos para evitar tantos desplazamientos innecesarios, pero no nos lo van a decir, no sea que la cosecha de los votos no lleguen a la urna.