Hace unos días me invitaron a participar en unas Jornadas en Navalcarnero. Un par de Institutos, el Carmen Martín Gaite y el Ángel Ysern, junto al Centro de Educación Permanente de Adultos Gloria Fuertes, con la ayuda del Ayuntamiento de Navalcarnero, se han embarcado en unas jornadas para reunir a los jóvenes de los cursos finales de la Secundaria Obligatoria, del Bachillerato y de Educación de Adultos, bajo el lema Piensa Globalmente, Actúa localmente.
La orientadora municipal era la encargada de introducir el tema de las necesidades y oportunidades laborales de lo Local. A mí me encargaron hablar del empleo y la formación en la deslocalización. Dicho de otra manera, el empleo en un mundo global. Sobre esas dos presentaciones iniciales los grupos de trabajo organizados posteriormente abordarían las perspectivas de empleo, el paso a la universidad, el futuro escenario de la Formación Profesional…
No verás noticias de este encuentro de cientos de jóvenes en un pueblo en los límites de la provincia de Madrid. No verás la noticia, salvo en algún medio local, o en las páginas web del Ayuntamiento y de los centros educativos organizadores. Y, sin embargo, habría merecido al menos un hueco entre las broncas de los transportistas y el seguimiento puntual de cada bombardeo en Ucrania.
Me ha costado preparar esta intervención bastante más de lo que me cuesta intervenir ante otro tipo de auditorio, bastante más que intervenir ante miles de trabajadoras y trabajadores tras una huelga general. A fin de cuentas esas miles de personas son tan trabajadores como yo y hemos secundado la huelga convencidos de que la lucha debe producir cambios que mejoren trabajos y vidas.
Sin embargo, estos cientos de jóvenes, pensaba mientras preparaba la charla, lo tienen todo por hacer, son todo esperanza de futuro, sin haber librado aún grandes batallas, sin haber conseguido grandes victorias, ni haber cosechado grandes fracasos. Merecen escuchar cosas que aún no han escuchado, que tal vez no tengan la oportunidad de escuchar muchas veces a lo largo de su vida.
Merecen que no les engañe dibujando un escenario de color rosa, pero tampoco un escenario tan negro que conduzca a la parálisis, o al cinismo. Merecen orgullo de ser quienes son, de vivir donde viven y de sentirse parte de un grupo de gente con la que merece la pena compartir el futuro.
Pienso en el mundo que me ha tocado vivir. No ha sido un mundo fácil. Nací en un mundo de bloques ideológicos y económicos, en un país en dictadura, en un pueblo de la España interior que se iba vaciando y que me condujo a un barrio periférico, de aluvión inmigrante, donde no funcionaban ni las alcantarillas.
Vi cosas como el final de la Guerra de Vietnam, el final de la dictadura, la construcción de la democracia, los atentados de ETA y del 11M, he visto caer el muro de Berlín, vi cómo mi país entraba en la Unión Europea y en la OTAN, llevo un buen número de huelgas generales a cuestas, gané muchas veces, perdí otras muchas.
Pero estos jóvenes, nacidos todos ellos en el siglo XXI, han vivido ya una crisis financiera convertida en crisis económica, social y política, que ha dejado un rastro imborrable de vidas inseguras y empleos precarios.
Viven en un mundo amenazado por un cambio climático cuya simple contención va a exigir sacrificios importantes y un cambio de modelo de producción y consumo. No es un capricho de una jovencita apellidada Thunberg, sino algo que ningún organismo internacional se atreve ya a poner en cuestión.
Por si eso fuera poco llevan dos años trastocados por una pandemia que no se vivía de forma tan brutal desde hacía cien años y ahora asisten a una guerra, una más de las muchas que asolan el planeta, pero que, en este caso amenaza con dar lugar a un planeta multipolar, en el que no sabemos bien qué papel nos va a tocar jugar, ni en qué condiciones vamos a vivir.
Algunos viene de un Instituto que se llama Carmen Martín Gaite, una de las mejores escritoras de este país, otros viene del Centro de Adultos Gloria Fuertes, otra de las mejores escritoras y poetas de España y, por último, otro grupo proviene del Instituto Profesor Ángel Ysern. Y… ¿quién era Ángel Ysern? Tan sólo un profesor que falleció mientras trabajaba dando clases en el Instituto.
De eso creo que trata esta pequeña crónica, de mujeres que consiguieron sacar cabeza y de un profesor llamado Ángel que dedicó su vida a la enseñanza y terminó dando nombre a un instituto, un hombre que tal vez merecería una novela, o un cuento al menos, de Carmen, o un poema de Gloria, pero que aún no lo tiene.
Esta historia trata de que estos jóvenes de Navalcarnero cuentan con un grupo de buenas gentes, dispuestos a acompañarles en este proceso de formación y acceso al empleo, personas a las que les preocupa su futuro, porque son conscientes de que, como nos recuerda Leopoldo Abadía, en lugar de pensar en el mundo que dejaremos a nuestros hijos deberíamos de pensar en qué hijos dejaremos al mundo.