Estamos acostumbrados a celebrar las décadas redondas de cualquier evento. Décimo aniversario, 50 aniversario. Medio siglo, un cuarto de siglo, 25 años. Pero la verdad es que suena como a traído por los pelos que la Constitución Española cumpla 45 años. No parece especialmente celebrable y, sin embargo, no me resisto a hablar de ello.
Y sin embargo no es poca cosa que una Constitución en España cumpla 45 años. Sólo la Constitución de 1876, la de la Restauración Borbónica tras la I República, ha sido más larga, si tomamos en cuenta que vio su final en 1931, con el advenimiento de la II República. 55 años de vigencia que, tratándose de España, no está nada mal.
Celebraremos este 45 aniversario debatiendo sobre la Amnistía, un tema frecuente en la Historia de España y sobre el que no debería de existir excesivo debate. Tan sólo durante el siglo XX, en España, sin tomar en cuenta indultos, se han producido más de una docena de amnistías.
Aquellas amnistías tenían que ver con levantamientos militares, rebeliones obreras, actos revolucionarios, huelgas, delitos de opinión, publicación, expresión, imprenta, insulto, o agresión a fuerza armada, delitos contra las Cortes, o contra el Consejo de Ministros, sedición, organización de huelgas revolucionarias como la del 1917, delitos cometidos por políticos, funcionarios, agentes del orden, o militares, delitos políticos, sociales y hasta fiscales.
Franco se dio incluso el lujo de aprobar una amnistía que perdonaba los delitos cometidos por todos cuantos a lo largo de toda la República se levantaron y alzaron para acabar con ella. De hecho el dictador ya había amnistiado, al comienzo de la Guerra Civil, a todos los alzados en 1932, reintegrándolos de inmediato en el ejército franquista.
A lo largo de nuestra etapa constitucional es cierto que no se han aprobado amnistías de carácter político, pero han abundado aquellas otras que han beneficiado a los defraudadores y delincuentes económicos y fiscales. La UCD aprobó una en el 77 y después el socialista Boyer, el también socialista Solchaga y el popular Montoro, con más o menos aquiescencia de los tribunales aprobaron amnistías fiscales de diverso tipo.
Pocos se dan cuenta de que si hoy vivimos bajo la Constitución aprobada en referéndum el 6 de diciembre de 1978, se debe en buena parte a que, antes de sacar adelante el proyecto constitucional, se habían promulgado suficientes amnistías como para que los presos políticos salieran de la cárcel y los perseguidos fueran perdonados.
Por ciento, qué poco usamos ahora de ese tipo de consulta vía referéndum en la que el pueblo se pronuncia sobre determinados asuntos de interés e importancia general. El de la reforma política en el año 1976, el constitucional del 78, aquel de la OTAN del año 82, el de la Constitución Europea en el 85 y pare usted de contar.
Aquel referéndum del 6 de diciembre de 1978 sirvió para decidir que el pueblo diera por bueno el proyecto de convivencia democrática que los grupos políticos mayoritarios habían negociado, por más que la mitad de los diputados de Alianza Popular decidieran abstenerse, o votar en contra.
En fin, que viviremos este 45 aniversario de la Constitución embarcados en el debate sobre una nunca bien definida unidad de España y sobre una más de las muchas y variadas amnistías promulgadas en nuestro país. Para terminar de enredar, la inefable presidenta de la Comunidad de Madrid ha decidido no invitar a nadie del Gobierno central a la celebración en la Puerta del Sol.
Así las cosas, cualquiera en su sano juicio, cualquiera que patee las calles cada día, vaya a trabajar, a estudiar a un centro educativo, o acuda a alguna de las tareas habituales de la vida cotidiana de muchos padres, madres, abuelos, jubilados, viudas, jóvenes, niñas y niños, o parados de este país, sabe que eso de la amnistía no da de comer y que la Constitución pilla muy, pero que muy lejos.
La Constitución suena a temario de oposiciones, a enumeración de asuntos diversos que tienen que ver con la vivienda, el empleo, la educación, la sanidad, la protección de las personas, la movilidad, o las libertades de reunión, expresión, sindicación, huelga, intimidad, o derecho a la vida.
Son derechos que no sentimos en relación con la vida diaria, escritos en un papel, principios ideales, buenos deseos incumplidos y que todo el mundo sabe que no están ahí plasmados para ser cumplidos. Hasta este punto hemos llegado. En este triste punto nos encontramos.
En lugar de tanta floritura, cortinas de humo y tanto marear la perdiz. En lugar de tanta unidad de España, así en genérico y sin fundamento, tal vez nuestros gobiernos y nuestra oposición, podrían dedicarse a cumplir los principios rectores y los derechos constitucionales.
Podrían hacer que los trenes funcionasen y encargarse de que se crearan empleos para las personas y que las listas de espera sanitarias desaparecieran y que los jóvenes amasen el estudio y el aprendizaje. Que nuestros mayores vieran cubiertas sus necesidades y a nadie le faltase una vivienda donde dormir y pasar sus horas.
Tal vez entonces, en este país de todos los demonios, al que llamamos España, cada 6 de diciembre y cada día del año, todas y todos, nos sintiésemos parte de un proyecto compartido y que merece la pena. Tal vez no queramos hacerlo, pero es lo único que merecería la pena intentar.