La derecha siempre gana en Madrid

Es una afirmación, o tal vez una pregunta que sólo podemos formular aquí, en la capital de España. La que nació para prestar servicio a la corte imperial de los milagros que decidió fundar Felipe II. Lugar para nobles, militares de todos los rangos, hidalgos, caballeros, juristas, letrados, funcionarios, prestamistas, secretarios, ministros, capellanes, consejeros, confesores, edecanes, inquisidores, ujieres, damas de honor, donceles.

Camareros, coperos, catadores, caballerizos, criadas, sirvientes, pintores de cámara, guardias reales, sumilleres, intendentes, guardaespaldas (primero con espada, luego con trabucos y, al final, con pistolas), escanciadores, mozos de bacín, limosneros, bufones.

Madrid, un territorio por el que transitan arrieros venidos de las cuatro esquinas de España, ganapanes, albañiles, alguaciles, prostitutas, chaperos, pícaros carteristas y pícaros negociantes, sastres, espadachines, costureras, una infinidad de golillas encargados de mantener en orden los papeleos de la corte, operarios de los talleres del ejército y curas, muchos monjes y muchas, muchas monjas.

Los madrileños inventaron el Sálvame, apelotonados en las gradas de San Felipe, viendo pasar por la Puerta del Sol, a los miembros de la nobleza cortesana, escondidos tras las cortinas de sus carrozas, camino del Prado, o de algún retirado escondrijo donde dar rienda suelta a sus pasiones.

-Ahí va la duquesa con su pintor favorito y en esa otra carroza la mismísima reina disfrutando del capitán de su Guardia de Corps.

No siempre ha sido así, la verdad sea dicha. Más tarde, hace menos de dos siglos llegó a Madrid el ferrocarril y los talleres del ejército abrieron paso a las fábricas de gas, las industrias cárnicas, los almacenes de carbón, de pieles, de cartonaje, los mataderos, panificadoras, papeleras y, más tarde, las industrias eléctricas, o de cervezas.

El Madrid industrial hizo que los 200.000 habitantes del 1800 se transformasen en los 800.000 de 1900, 1.000.000 durante la República y los 3.000.000 tras el desarrollismo industrial de la dictadura, en los años 70 del siglo pasado. Fue esta industrialización la que atrajo inmigrantes de toda España.

Fueron primero a Vallecas, o a Tetuán de las Victorias, luego a Usera, Orcasitas, Carabanchel, o Villaverde y, al final, a Leganés, Fuenlabrada, Torrejón, Alcobendas, Getafe, Coslada y San Fernando, Alcobendas y San Sebastián de los Reyes, Parla. Ese abigarrado cinturón obrero y rojo de Madrid que vio nacer a las Comisiones Obreras, los movimientos vecinales, las iglesias de base, al partido. Entonces sólo había un partido.

Pero pasados los años, alcanzada de nuevo la democracia, Madrid vio desaparecer o desangrarse su base industrial: Las grandes factorías de, Marconi, Estándard-ITT, la sucesión de marcas Barreiros-Chrysler-Talbot-Citroen-Reanult-Peugeot, Perkins, SINTEL, Aristrain, Piaggio, Boetticher y Navarro. Las amenazas sobre  CASA, o Pegaso.

Las cerveceras, las fábricas de ropa, las industrias químicas, las fábricas de muebles fueron despareciendo de los polígonos industriales, mientras sus terrenos eran absorbidos por la trama de nuevos desarrollos urbanísticos de vivienda, o de almacenaje y distribución.

Claro que Madrid sigue teniendo potencial industrial, aunque aporta al conjunto de la industria nacional la mitad que Cataluña. Madrid ha vuelto a su vocación de ser la potente región de los servicios. El 85% de nuestra economía es servicios, un 10 por ciento industria y el resto, un escaso 5 %, sigue siendo construcción pura y dura.

Los mayores suponen ya más de 1´5 millones de personas, Serán pronto el 20 por ciento de todas las personas que viven en Madrid. Somos ahora una ciudad de vendedores de pisos, seguros, automóviles, viajes, comercializadores de servicios sanitarios, educativos, residenciales y hasta vendedores de humo, almacenistas, bancarios, corredores de la bolsa de valores y de las bolsas de basura, comerciantes pequeños, medianos y grandes.

Una capital de concejalías, consejerías, ministerios y grandes empresas públicas, de servicios centrales, de centrales bancarias, de fondos de inversión, empresariales, sindicales y de toda clase de fundaciones y ONGs ecologistas, religiosas, sociales. Instituciones y organizaciones que cuentan con sus correspondientes presidentes, ministros, secretarios, directores generales, con sus miles, decenas de miles, centenares de miles de funcionarios y empleados públicos y privados. Cantones que repiten los vicios cortesanos de alabar los hermosos vestidos de sus reyezuelos desnudos.

En una Región como la madrileña los ricos se han convertido en un modelo al que todos aspiramos a parecernos. Hasta en los lugares más pobres y alejados del centro y de los barrios privilegiados, proliferan los adosados unifamiliares, remedos de Moralejas donde hay que tener coche para ir a comprar el pan, ir al trabajo, al centro comercial, al médico, o llevar a los niños al colegio, privado, concertado, uniformado, por supuesto.

En Madrid se gana dinero por lo legal, o sin IVA, pero se gana dinero y los que no lo ganan se resignan a vivir de las migajas que caen de las mesas de los ricos mientras sueñan, como  las pulgas de Galeano, con comprarse un perro. Hasta los más pobres piensan que todo puede empeorar. Virgencita que me quede como estoy.

Tal vez por eso, siempre gana la derecha, mientras las exitosas manifestaciones contra las privatizaciones sanitarias, o contra la falta de colegios públicos y las ayudas indiscriminadas a los centros privados concertados, el malestar generalizado por el deterioro de nuestra calidad de vida, no encuentran nunca el camino hacia la urna para cambiar a un gobierno que nos encandila con una libertad para tomar cañas, tan sólo para encubrir nuestra condena a una vida cada día más triste, más sosa y endiabladamente mediocre.

La izquierda haríamos bien en pensar qué hicimos, cómo lo hacemos y qué no hacemos, para que ese Madrid que aguarda y espera los momentos de la verdadera libertad, la igualdad y la solidaridad, decida quedarse en casa, carente de ilusiones, perdidas las esperanzas, mientras las fuerzas del inmovilismo y la reacción se atrincheran en un poder cada vez más casposamente castizo, que nos hace menos capital y más adoradores del dinero, cautivados y rendidos al poder.

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