Las sumas globales invertidas en Inteligencia Artificial (IA) son pasmosas. Las estimaciones hablan de 36.000 millones de dólares en 2019, que llegarán a los 80.000 millones en 2022. La IA parece que ha generado un valor comercial de 1´2 billones de dólares en 2018 y se espera que para el mencionado 2022 es valor haya ascendido a 3´9 billones.
Nos cuentan que la utilización adecuada de los datos disponibles, puede aportar muchos instrumentos que permitan solucionar problemas de todo tipo, desde la pobreza al cambio climático, desde la crisis de los refugiados a los incendios descontrolados en Australia, o en el Amazonas. Desde reducir los déficits comerciales africanos hasta rebajar la deuda de los países subdesarrollados, en vías de desarrollo, emergentes, o como queramos subdividir las desigualdades de la tierra.
Ejemplos no faltan para mostrar la utilidad de la Inteligencia Artificial cuando es utilizada por organizaciones sociales, no gubernamentales, sin ánimo de lucro, emprendedoras, benéficas, locales, para conseguir mejoras evidentes en las condiciones de vida de personas y familias desfavorecidas, con bajos niveles de salud, alojadas en infraviviendas, invisibles, imposibilitadas de acceder al empleo, la educación, sin ingresos.
Sin embargo, la realidad es que el mayor esfuerzo inversor e investigador en IA se vuelca en desarrollar y hacer más viables y seguros los negocios financieros, comerciales, plataformas, tecnológicos, de ocio, viajes, entretenimiento, ventas online, fondos de inversión, inmobiliarios, sistemas de producción, organización del trabajo, ingeniería social, armamento, aeroespacial, redes sociales, diagnóstico de mercados, seguridad, control, identificación de personas, estrategias de competencia entre grandes naciones como China, o Estados Unidos, o el crecimiento de la potencia de negocio de las grandes corporaciones.
También se investiga en farmacia, pero más en la de tratamiento urgente y caro cuando ya hemos enfermado de forma alarmante. Les encanta ganar dinero y salvarnos in extremis. Las nuevas y carísimas tecnologías, los nuevos productos, se diseñan para que lleguen a personas con recursos y hospitales para ricos. Desde luego no a África, ni a los hospitales públicos maltratados por las privatizaciones de Aguirre, por poner dos ejemplos
Los algoritmos, en principio, no son ni buenos ni malos, establecen la manera de jugar con los datos para extraer conclusiones y realizar tareas. El problema es que si introducimos datos sesgados y tendenciosos, las conclusiones serán sesgadas y tendenciosas. Si le pedimos al algoritmo que nos diseñe una geometría de la desigualdad, obtendremos un proyecto viable de desigualdades crecientes.
Además vivimos en España, un país bien predispuesto para la conquista, el pelotazo, el negocio improductivo pero jugoso, poco dado a la investigación, o a la innovación,
-Que inventen, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones,
(Don Miguel de Unamuno en boca de su personaje Román).
Tras un bachillerato en ciencias me dio por las letras, ya se sabe, magisterio, geografía, historia, lengua, francés, pero por suerte hay en la familia primos con estudios científicos, un médico, un químico, un biólogo que se decantó luego por la veterinaria. Buenos profesionales, puedo poner la mano en el fuego por ellos.
El químico da clases en la universidad. El médico trabaja en servicios públicos de salud. El veterinario recorre explotaciones ganaderas previniendo enfermedades de los animales. Los tres ejercen profesiones que deberían ser cauce para un raudal de estudios, investigaciones, trabajos, informes, innovaciones, inventos sobre aquello que preocupa a la humanidad, aunque nunca hayamos sabido que deberíamos preocuparnos.
Los virus siempre han estado ahí, forman parte de nuestra vida y hasta pudiera ser que de los orígenes de la vida. Unas moléculas a las que muchos científicos no consideran seres vivos porque sólo vagan y mutan, ni vivos, ni muertos. Eficaces, pertinaces y operativos como un ejército bien organizado. Es más probable que desaparezcamos de la faz de la tierra a causa de estos zombis minúsculos que por efecto de una guerra atómica, o un meteorito errático.
Muchos profesionales como mis primos son candidatos perfectos para meterse en ese charco y ser usuarios asiduos de una Inteligencia Artificial que multiplique y acelere su trabajo. Analizar, estudiar, extraer conclusiones, elaborar recomendaciones, tratamientos, sobre infecciones, epidemias, pandemias, su multiplicación en los humanos, sus orígenes en animales.
No todos los profesionales tienen que trabajar en la primera línea de investigación, pero sin deporte de base no hay alta competición. Pero parece que no. Las inversiones en IA deben encontrase ocupadas en otros asuntos, negocios y quehaceres. No en nuestras aulas universitarias, ni en los centros de salud, ni en las explotaciones ganaderas. Mucha voluntad y formación de nuestros profesionales, pero pocos, muy pocos medios a su alcance.
La Inteligencia Artificial ha hecho que tan sólo en 8 años el margen de error en las tecnologías para detección del cáncer baje del 30 al 3%. Es un buen ejemplo de lo que los algoritmos y las nuevas tecnologías pueden hacer por nosotros. Pero para contener pandemias como el coronavirus hace falta que la inversión y la investigación cambien sus criterios morales, modifiquen su ética.
La IA podría mejorar la vida de las personas en el conjunto del planeta si su capacidad de crear valor fuera accesible a las personas y especialmente a los más necesitados, a los invisibles. Si favorece la cooperación internacional al servicio de la cohesión, la prevención y atención de nuestra salud, la educación y la cultura, la investigación, el desarrollo y la protección social.
Pandemias como la que vivimos ponen de relieve la necesidad de que los algoritmos sean guiados por la ética y no por el amor al dinero y el amor al poder. Esa es una de las principales lecciones que nos deja el coronavirus a su paso. Habrá que ver si sabemos (o queremos) estudiarla y aprenderla para siempre.