La hora de la poesía

Esta semana se ha conmemorado el Día de la Poesía, un momento para recibir  la primavera y celebrar el renacimiento de la vida.  Esta semana hemos recordado en las clases a Rimbaud y su poemario Una temporada en el infierno, aquellos versos en los que el poeta termina encontrando la llave de la vida,

Esa llave es la caridad. ¡Y tal inspiración demuestra que he soñado!

Hemos retomado a un Pablo Neruda, presuntamente asesinado, pero nunca acallado. Vivo, como siempre, en algunos de sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada,

Me gusta cuando callas porque estás como ausente

y me oyes desde lejos y mi voz no te toca.

(poema 15)

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

(poema 20)

Hemos recuperado a un Goytisolo al que tal vez algunas no habían nunca escuchado cuando dirigía unas palabras para su hija Julia (aquella a la que dio el nombre de su madre fallecida en Barcelona durante un bombardeo franquista cuando él era un niño) y a un Antonio Machado, enterrado en su exilio de Colliure, que aún tiene muchas cosas que contarles.

Aprovechar para recordar los 20 años de aquel Pepe Hierro, que se ganaba la vida con la radio y que construyó un universo de poemas, algunos de ellos escrito en la ya desaparecida cafetería La Moderna. Recordar aquellos dos imprescindibles epitafios para la tumba de un héroe y para la tumba de un poeta.

Se creía dueño del mundo

y no era dueño de sí mismo.

(dice del primero)

Toqué la creación con mi frente,

Sentí la creación en mi alma.

Las olas me llamaron a lo hondo.

Y luego se cerraron las aguas.

(nos cuenta el segundo)

Pero también han vuelto a la eterna, e inmensa Gloria Fuertes, al Rafael Alberti de la paloma equivocada y han descubierto a una desconocida Katherine Mansfield, muerta hace 100 años, en su corto poema Por qué el amor es ciego y en aquel canto al deseo y a la pérdida que se destila en su poema El encuentro.

El derecho a la poesía, el amor a los poetas, forma parte de aquellas pasiones humanas de las que nunca nos debimos dejar apartar. Forma parte del misterio y de la magia de los que también estamos hechos, pese a que durante siglos hemos vivido subyugados por argumentos supuestamente  científicos, grises, anodinos, distópicos, a los que nadie podía oponerse.

La propia pandemia ha producido daños colaterales que han aplastado la existencia humana y la han abocado a la adoración de los productores de vacunas y la adoración de las nuevas tecnologías. Me he puesto todas las vacunas, pero no puedo dejar de pensar en los rasgos inhumanos que se anuncian en el horizonte.

Creo que la ciencia y la tecnología pueden hacernos más fácil la vida. Pero también creo que el camino hacia el infierno, cuyo rostro indeseable hemos podido entrever  durante estos años de dolorosas crisis y pandemia, está empedrado de buenas intenciones y que somos expertos en confundir lo bueno con lo que deseamos desde lo más hondo de nuestros bajos instintos.

En nuestra soledad insaciable, bailamos ahora con máquinas que nos conducen a la desesperación unas veces y a la esclavitud en otras ocasiones, mientras despreciamos los sentimientos y las necesidades reales de las personas que nos rodean. Sentimientos y necesidades que tenemos que aprender a expresar.

Los científicos venidos del pasado, amantes de la verdadera sabiduría, como Hipatia de Alejandría, Hildegarda de Bingen, Leonardo da Vinci, o Marie Curie, nunca renunciaron a la poesía, a la música, a la pintura, para intentar ver y entender el mundo desde diferentes puntos de vista.

Críticos siempre con las imperfecciones de la realidad, abiertos siempre a las nuevas miradas, capaces de calcular las distancias, las medidas y la resistencia de los materiales, sin olvidar las distancias, las medidas y los extraños materiales de los que se componen los pensamientos, los sentimientos y las preguntas que nos formulamos los seres humanos.

Son muchas las mujeres y hombres que cada día trabajan en los más variados oficios, barren la casa, atienden a sus hijos, sus nietos, sus mayores, acuden a sus tareas cotidianas, se implican con la vida y escriben un poema.

Hoy esas mujeres, esos hombres, son una parte irreemplazable de los imprescindibles. Es la hora de la poesía, es el tiempo de quienes escriben poemas.

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