Lo llamaron trabajo decente

No asistí al Congreso de Viena de 2006, el Congreso fundacional de la CSI-ITUC (Confederación Sindical Internacional, en inglés International Trade Union Confederation). Sería prolijo ahora explicar cómo mi alineamiento con uno de los grupos que luego acabaría por desbancar al fidalguismo del gobierno de la Confederación de las CCOO, determinó que Madrid, la tercera organización territorial de la organización quedara excluida de la delegación designada para asistir al Congreso. A estas alturas poco importan a casi nadie estos avatares.

La importancia de aquella convocatoria internacional tenía que ver con la fusión de muchas organizaciones sindicales que procedían de la CIOSL, el sindicalismo de organizaciones libres y la CMT, el sindicalismo de orígenes cristianos, a las cuales se unieron otro puñado de organizaciones que no estaban sometidas a disciplina internacional alguna.

Aquello fue interpretado como un gran éxito del sindicalismo mundial, un paso adelante en la unidad de las trabajadoras y trabajadores del mundo, pese a no haber conseguido reunir también a los sindicatos aglutinados en la Federación Sindical Mundial (FSM), en la que se integraban los sindicatos de países comunistas, o las organizaciones sindicales de origen anarquista, organizadas en la AIT.

Qué mejor que iniciar la andadura de la nueva organización internacional recogiendo la idea fuerza de defender el trabajo decente como objetivo vinculado a la defensa de los Derechos Humanos en todo el planeta. Un lema introducido por el Director de la Organización Internacional de Trabajo (OIT), Juan Somavía, allá por el año 1999.

Esa defensa de un buen trabajo, un trabajo digno, con derechos, estable, en todo el planeta, se convertía en el objetivo prioritario, la razón de existir, de la CSI-ITUC. Como muestra de ello decidieron convocar una Jornada anual por el Trabajo Decente, cada 7 de Octubre.

Recuerdo el esfuerzo volcado por todas las organizaciones sindicales para organizar actos conmemorativos y reivindicativos, movilizaciones en cada país del planeta. Recuerdo aquel primer 7 de octubre de 2008, en el que un abanico de países iba desplegando sus acciones a lo largo de todo el planeta, a medida que el día avanzaba.

Han pasado los años y es forzoso reconocer que la Jornada Mundial del Trabajo Decente ha perdido buena parte de su capacidad de convocatoria, al menos en su aspecto sindical. Y, sin embargo, los motivos para que el sindicalismo mundial, los trabajadores y trabajadoras del mundo, se sientan unidos en torno a problemas comunes, no hacen sino crecer.

Cada año que pasa viene a confirmar que la economía mundial ha crecido durante décadas, mientras que el peso de los salarios es cada vez menor en el reparto de la riqueza. Viene a confirmar que en la inmensa mayoría de los países se vulneran derechos tan esenciales como el de huelga, el de manifestación, el de afiliarse a un sindicato, o el propio derecho a la negociación colectiva. A negociar los salarios y las condiciones de trabajo en las empresas, o en los sectores productivos.

La CSI ha pasado por un momento delicado, desde que su recientemente elegido Secretario General, Luca Visentini, que fuera durante muchos años Secretario General de la Confederación Europea de Sindicatos (CES), fuera destituido a causa de su implicación en el Qatargate, esos sobornos pagados por Qatar a diferentes políticos y líderes sociales.

Poco más de un mes había estado en el cargo, pero lo suficiente para desestabilizar el buen funcionamiento y credibilidad de una organización tan compleja en su composición y tan delicada en su gestión de los asuntos que pueden mover millones de voluntades en el planeta.

Pese a ello, Luc Triangle, actual Secretario General en funciones y único candidato al Congreso Mundial Extraordinario, que se celebrará el 12 de octubre, en línea, ha manifestado que es la propia democracia la que se encuentra en riesgo, porque existe una vinculación directa entre el respeto a los derechos de las personas trabajadoras y la fortaleza de nuestras democracias.

La línea que separa una democracia de una autocracia se está difuminando y son no pocos los gobiernos que coquetean con planteamientos de ultraderecha, apoyan leyes contra sus pueblos, o utilizan la violencia, la justicia y las instituciones, para imponerse sobre cualquier forma de protesta y aplastar la discrepancia.

No es extraño. Los pueblos desconfían de sus gobernantes, de su incapacidad para asegurar trabajos decentes, salarios justos, condiciones de trabajo y salud aceptables. Desconfían de su capacidad para asegurar la protección del medio ambiente, la igualdad y las garantías de inclusión de nuestras sociedades.

Recuperar el diálogo social y la fortaleza de la negociación colectiva se convierte en prioridad para las personas trabajadoras y para toda la sociedad. Sindicalizarse siempre sale a cuenta, siempre es rentable. Rentable para asegurar el salario, teniendo en cuenta que los salarios son mejores allí donde el sindicato puede negociarlos.

A fin de cuentas un sindicato existe allí donde las trabajadoras y los trabajadores se organizan para  defenderse. Allí donde existe sindicato y, por lo tanto negociación colectiva, el salario mínimo aumenta; las brechas salariales entre mujeres y hombres disminuyen; la explotación laboral y salarial de jóvenes, mujeres, o inmigrantes se reduce. Las condiciones generales de trabajo mejoran.

De eso trataba el 7 de octubre, la Jornada Mundial por el Trabajo Decente. De eso sigue tratando en estos momentos. Por eso este artículo sigue teniendo sentido para mí. Por eso, cada manifestación, movilización, acto, encuentro, en el que hablemos de Trabajo Decente, sigue siendo el primer paso para romper la explotación laboral que avanza y  aisla, margina y desprecia nuestras vidas trabajadoras.

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