Mayores, dependientes, abandonados

Las personas mayores de 65 han superado hace ya un par de años los 9 millones en nuestro país. Más de 5 millones son mujeres y casi 4 millones son hombres. Ahora son algo más del 19 por ciento, pero en menos de 10 años superarán el 25 por ciento de la población total. Su esperanza media de vida supera los 83 años. En el caso de las mujeres esa esperanza de vida se acerca a los 86 años.

Más de 10 millones de personas, en España, perciben una pensión de la Seguridad Social, ya sea contributiva tras muchos años de trabajo, por incapacidad laboral, orfandad, o a favor de familiares. La pensión media es de 1.250 euros.

A estos datos habría que sumarles otras más de 707.000 pensiones de clases pasivas y cerca de 450.000 pensiones no contributivas. Hasta aquí los datos, las cifras, la dimensión de una situación que condiciona y que seguirá condicionando nuestras vidas en el inmediato futuro.

Observando a nuestro alrededor son muchas las personas que hablan, comentan, se preocupan, se obsesionan, ante situaciones familiares en la que todos los adultos trabajan y se enfrentan al problema irresoluble de atender a las personas que dependen de ellos, ya sean mayores, o menores. No hay que olvidar que en nuestro país hay más de 8 millones de personas jóvenes menores de 18 años.

Los propios datos del Ministerio de Derechos Sociales reconocen que en España existen casi 6´4 millones de personas potencialmente dependientes, aunque poco más de 2 millones han presentado una solicitud para obtener algún tipo de ayuda en función del grado de dependencia que les sea reconocido.

Sin embargo, tan sólo 1´6 millones de personas han visto reconocido su derecho a la atención a la dependencia. Se da el caso de más de 150.000 personas que aún teniendo reconocido su derecho a percibir ayudas de atención a la dependencia no lo han visto hecho realidad porque no cuentan aún con su PIA (Plan Individualizado de Atención).

Los datos son fríos y, a veces, permanecen ocultos. La pandemia ha demostrado que son las personas mayores las que soportan un mayor riesgo de soledad, abandono, desatención y muerte. Más del 20 por ciento de quienes se encontraban en residencias madrileñas fallecieron en los dos primeros meses de la pandemia. Casi 9.500  personas, más de 5.000 por Covid, o por eso que han llamado eufemísticamente síntomas compatibles.

Más de 7.200 de esos fallecidos no fueron llevados a un hospital porque las instrucciones del gobierno de Ayuso lo impidieron. Nos dijeron que las residencias iban a ser sometidas a una hipotética e imposible medicalización que, por supuesto, nunca llegó. Las personas mayores son, sin duda, el colectivo más vulnerable de nuestra sociedad.

Conozco muy pocas personas con padres, o madres, en esas edades, que no afronten con inquietud, incertidumbre, preocupación, el difícil camino que van descubriendo según aumentan los años y las situaciones crecientes de dependencia en las vidas de sus padres.

Vivimos en familias que tuvieron de dos hijas e hijos para arriba. De hecho la media de hijos en España era de 2´22, mientras que el año pasado estábamos ya en un ínfimo 1´12 hijos por mujer. El problema no hará más que empeorar con el tiempo. La situación de nuestros mayores no es posible de solucionar con el esfuerzo de unos hijos e hijas que no dan abasto para atender las demandas crecientes de sus hijos y de sus padres.

Las inversiones públicas son necesarias si queremos asegurar la suficiencia económica y la autonomía personal de nuestros mayores. No hay otras soluciones, salvo que demos curso a las peores tendencias del crimen legalizado, experimentadas en aquel Berlín de 1940.

Aquellos sueños monstruosos dieron lugar a proyectos que recibieron nombres como Aktion T4, encubiertos tras conceptos como eugenesia, o eutanasia, que tan sólo pretendían deshacerse de personas con discapacidad, mayores, enfermos mentales, razas consideradas inferiores.

Ya sé que hay confrontaciones políticas que incrementan la rentabilidad electoral. Ya sé que para unir filas hay que esforzarse en crear continuamente enemigos exteriores. Ya sé que ha muerto en España y en el mundo la cultura del diálogo, del encuentro, de la negociación y la transacción.

Seré muy antiguo, pero no me resigno y voy a seguir reclamando un acuerdo, pacto, consenso, diálogo interclasista, intergeneracional, que nos permita contar con estrategias, presupuestos y recursos suficientes para que las generaciones presentes y futuras no terminen ahogadas bajo el peso de situaciones como las que la pandemia puso ante nuestros ojos.

Recursos que garanticen que nuestros mayores afrontan una vida digna en entornos seguros y humanamente aceptables.

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