-Por cierto Presidenta, ha venido usted muy guapa.
La robot Sophia mantenía así una conversación con la que pocas horas después sería votada de forma abrumadora en las elecciones del 4 de mayo por millones de madrileños.
-He venido un poco de andar por casa, pero bueno, respondió la Presidenta.
Hasta en eso acertó ese fenómeno de la nueva anormalidad, llamado Isabel Díaz Ayuso. En ese empatizar con una máquina humanoide.
El día anterior ya había aprovechado el acto de entrega de premios del 2 de mayo, en la Puerta del Sol, para ser investida como icono de la nueva modernidad, por uno de los cardenales de la movida, Nacho Cano,
-Esa energía de los años 80 siempre la hemos echado de menos, siempre hemos dicho que los años 80 eran los mejores, pero ahora vuelve esa energía.
Con imposición de banda incluida.
Y al día siguiente con Sophia, de tú a tú, de igual a igual. Difícil distinguir cual de las dos es la máquina y cuál la mujer perfeccionada, mejorada, el robot capaz de interactuar con humanos, la cyborg humana con implantes biónicos.
Estas han sido las primeras elecciones democráticas en las que he sentido miedo. A ver si me explico, no un miedo a que gane éste o aquel. Todo apuntaba desde el principio a un triunfo de la derecha, un descalabro de los naranjas y una recomposición del voto en la izquierda. Unos apuntaban a un empate técnico y otros a un triunfo claro del PP. Quien no quiera ver que la pandemia ha cambiado muchas cosas en España es que prefiere estar ciego. Quien quiera creer que sólo es cosa de Madrid, también.
Pero no es ese el miedo al que me refiero. No sé si he leído demasiado sobre esto de la Inteligencia Artificial, pero por primera vez he sentido que alguien se anticipaba a mis acciones y hasta a mis pensamientos, a mis necesidades, a mis deseos.
No sé si me voy convirtiendo en un negacionista de otro tipo, pero al ver a Isabel y Sophia juntas, he dudado al distinguir la humana de la máquina, me ha parecido que confraternizaban de forma absolutamente natural. Pensaba hasta entonces que Ayuso llevaba un pinganillo por el que le iban dando instrucciones, dictando respuestas. Pensaba que por eso se llevaba las manos al pelo con cierta frecuencia, para ajustarse el auricular.
Vuelvo a decir que tal vez soy un conspiranoico, pero he leído que Sophia es el producto de tecnologías que permiten reconocer la voz, la cara, adaptando las respuestas y los gestos faciales, buscar información, analizarla y aprender de sus experiencias.
Tras saber que su creador se inspiró en Audrey Hepburn, que tiene la nacionalidad de Arabia Saudí y que su tecnología viene de Hong Kong, me he puesto a comparar sus miradas, sus gestos, sus sonrisas con los de Isabel y no he dejado de preguntarme si no estaré ante una Sophia de segunda generación.
Durante toda la campaña he sentido que el transhumanismo, el posthumanismo del que hablaba en un artículo anterior, se han apoderado de la política, de las tertulias, de internet, las redes sociales, los medios de comunicación, como si todo obedeciese a un plan preconcebido por alguien, como si estuviéramos viviendo la campaña electoral en un metaverso y nosotros fuéramos avatares.
Cuando repaso los resultados electorales, con la que nos ha caído encima, especialmente en Madrid, con la que nos sigue cayendo, se me ocurre que alguien se ha empeñado (y ha conseguido) sacarnos de la realidad para hacernos sentir únicos, superinteligentes, en estado de superbienestar y capaces de vivir casi eternamente, como máquinas cuya alma procede de una nube en la que se han descargado previamente nuestras conciencias y nuestras consciencias.
Un estado de euforia, o de necesidad, que hace que las ideas, los partidos, los programas, las propuestas, no tengan sentido alguno. Sin una sola propuesta, más allá de hacernos sentir libres, aventureros, viajeros, clientes asiduos de terrazas y consumidores desaforados de cerveza, Isabel ha demostrado que se pueden ganar ampliamente las elecciones.
Demasiado fácil pensar que el pueblo se ha equivocado, demasiado simple insultar a los votantes de Ayuso, como ha hecho algún lenguaraz. Nunca he conseguido entender al pueblo alemán, que pasaba por ser el más culto de Europa cuando se lanzó en masa tras un führer, un lider, un guía, dirigente, conductor, que sólo podía llevarles al desastre total. Nadie supo darse cuenta y frenar a tiempo.
Ya sé que los algoritmos y Sophia no lo explican todo, pero algo ha cambiado de repente en nuestro mundo y la misión de todos y cada uno es intentar verlo, interpretarlo y actuar con responsabilidad y ética. No dejarnos arrastrar hacia el abandono de nuestra capacidad de pensar, para echarnos en manos de los instintos, las intuiciones, las necesidades y los intereses que, ya sean máquinas, o personas, nos crean de forma artificial.
Esa es una de las tareas que se me antoja más importante en estos días extraños que nos han tocado vivir.