Rastro y coronavirus

Los tenderetes repletos de variadas mercaderías han sido sustituidos por pancartas, los vendedores ambulantes son los mismos, pero se desempeñan como manifestantes. Es domingo y el Rastro de Madrid sigue sin haber entrado en la nueva normalidad.

Acaban de prohibir el ocio nocturno, las discotecas y los bares de copas por toda España, después de que durante un  tiempo nada despreciable los hubieran dejado entrar en la normalidad de mascarillas y gel hidroalcohólico, hasta comprobar que, con dos copas de más, hay quien desbarra y contamina a placer.

Los mercadillos con relativos aforos limitados funcionan en barrios y pueblos. Pero el Rastro, el rastrillo tradicional con más de 300 años de existencia, que ha vivido revueltas populares, guerras, invasiones y pandemias (nuestros grandes clásicos del Siglo de Oro ya hablan de este espacio de venta de mercadería diversa) sigue en confinamiento.

No tiene explicación que el Rastro siga cerrado a cal y canto, cuando las grandes superficies comerciales permanecen abiertas. Sólo desde una visión mezquina, marginal y marginadora cabe creer que el Rastro es prescindible porque es un mero atractivo turístico y no hay turistas en Madrid.

Sólo desde una visión política de cortos vuelos se puede entender que los mercadillos de barrio son necesarios y controlables, mientras que El Rastro puede permanecer cerrado sin mayores consecuencias, puede ser arbitrariamente reordenado, fragmentado, dividido, vallado por partes, en función de supuestos criterios de salud pública que valen unas veces y otras son despreciados sin más cuando lo que está en juego es el interés de los poderosos.

Llevan semanas los vendedores del Rastro manifestándose los domingos, en la Plaza de Cascorro, para exigir soluciones que hagan compatible la salud y la lucha contra el coronavirus, con la recuperación de una institución, un espacio, un emblema, mucho más que comercial, de la cultura madrileña.

En la televisión madrileña un montón de curas, presididos por el Cardenal y  acompañados de un buen número de concejales, diputados, consejeros, (Alcalde de Madrid y Presidenta de la Comunidad al frente), mascarilla en rostro, celebran la misa de la Virgen de la Paloma, los bomberos bajan el cuadro de Nuestra Señora, patrona extraoficial de Madrid.

El sábado, 15 de agosto, no habrá procesión, pero hay misa solemne, concurrida, con todas sus medidas de seguridad, dirán en los medios y sin embargo, al día 16 no habrá Rastro y los comerciantes celebrarán su particular calvario en la Plaza de Cascorro.

Me gustaría que nuestros gobernantes dejasen de enredar y se pusieran a la tarea de que ese museo vivo de Madrid, ese centro cultural que abre cada domingo, ese espectáculo colorido y callejero de productos variados de todo tipo, pueda abrir sus puestos, con medidas de seguridad, con aforo limitado, con responsabilidad de quienes venden, compran y negocian transacciones.

Creo que es el deseo de todo el mundo, empezando por esos comerciantes y por la ciudadanía madrileña y espero que nuestros gobernantes lo hagan posible sin tacañerías, sin segundas y oscuras intenciones, sin mediocridades innecesarias y siempre indeseables.

Pese a quien pese Madrid es 2 de Mayo y 18 de Julio, La Paloma y María Malasaña, la Almudena y la Pasionaria, Rastro y Pradera de San Isidro. Quien no lo entienda no entiende lo  plural, diverso, contradictorio y profundamente coherente de este Madrid.

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