Día de reflexión. No puedo pedir el voto para un partido. Probablemente no puedo pedir ni tan siquiera que alguien vaya a votar. A fin de cuentas votar es un derecho y en ningún caso un deber, al menos en nuestro país.
No creo, además, que, a estas alturas, el hecho de que yo pida el voto para un determinado partido vaya a cambiar las decisiones de casi nadie sobre el voto, porque esas decisiones dependen más de sensaciones, pasiones, creencias personales, miedos, fobias, o filias adquiridos, que de una valoración de los intereses reales de cada cual. Vaya, que puedes terminar votando a opciones que no harán nada por ti, por tu vida, ni por la vida de los tuyos, aunque lo sepas.
No puedo pedir el voto para nadie, ni tan siquiera, estrictamente, puedo pedir que nadie vaya a votar. Tan sólo puedo reflexionar. Y lo que parece un límite se convierte en un campo abierto y sin barreras, porque nadie me impide reflexionar en voz alta. Nadie me impide transcribir mis reflexiones. Reflexionar sin cinismos, partidismos, ni actitudes sectarias.
Reflexiono, así pues, en voz alta, qué será de mí y de los míos tras estas elecciones. Votar a unos o a otros puede significar que las pensiones de nuestros mayores dejen de subir al ritmo del coste de la vida. Puede incluso, que más tarde, vengan diciendo que el sistema de pensiones es insostenible y comiencen a elevar la edad legal de jubilación y a rebajar las cuantías de las pensiones resultantes tras décadas de años trabajados.
Puede que nuestras autoridades comiencen a desentenderse abiertamente de su obligación de contar con recursos suficientes para atender la suficiencia económica y la autonomía personal de nuestros mayores. No es tan difícil de imaginar cuando ya hemos vivido la muerte de decenas de miles de personas mayores en las residencias durante la pandemia.
Tampoco me resulta inconcebible que unos cuantos políticos entregados a los intereses injustificables de particulares conviertan nuestra atención sanitaria, nuestra salud pública, nuestra protección a la infancia, nuestra educación, en el negocio asegurado de unos sectores económicos dispuestos a comprar voluntades y ofrecer puestos futuros bien remunerados a políticos deseosos de transitar las puestas giratorias.
Los derechos laborales, en manos de algunos políticos, pueden convertirse en papel mojado, en un trágala permanente. Los bajos salarios pueden terminar siendo la normalidad. La estabilidad del empleo y de las vidas puede acabar en precariedad absoluta. Los trabajos de mierda de los que nos habla David Graeber son ya una realidad, pero bien pueden convertirse en la norma, el hábito, la costumbre, el paisaje cotidiano, aceptado como inevitable.
La libertad, ya lo hemos visto recientemente, puede convertirse en la capacidad de elegir entre varias marcas, entre varios productos, entre unas cuantas clases de cerveza, pero eso sí, dependiendo del dinero que tienes en el bolsillo y antes de pasar inevitablemente por caja. Libertad, por tanto, para quienes manejan dinero y buenos salarios, libertad condicional para todos los demás, tú entre ellos.
A la vuelta de la esquina podemos encontrarnos con un mundo fracturado, dualizado, en el que una parte ínfima de la población vive por encima de todo lo razonable. Una parte mayor puede vivir de maravilla como cortesanos al servicio de las grandes fortunas. Mientras que otra parte vive malamente y unos pocos sobreviven, o van muriendo, en un pozo negro de miseria del que nunca podrán salir.
Una sociedad así, de triunfadores con las cartas marcadas y perdedores de oficio yo no la quiero, pero es la que nos prometen algunos partidos que, sin frenos ni barreras aceptan sin más una falsa libertad, una inexistente igualdad y una solidaridad disfrazada de donación ocasional a una ONG.
Ya sé que esa es la lógica de quienes acumulan riqueza y de muchos partidos a su servicio. Ya sé que el partido de la libertad, la igualdad y la solidaridad perfectas no existe. Pero también soy consciente de que hay partidos que me dejan más cerca de esa casa en el horizonte que compartimos los seres humanos de bien. Más cerca de la utopía que anhelo que de la distopía que intuyo y temo.
No animo al voto, ni digo a quien debe votar usted, pero a alguno de esos partidos terminaré votando mañana. Esa es mi reflexión. Usted hará la suya propia y de esas reflexiones dependerá dónde nos encontremos como país, como sociedad, como personas, el próximo lunes.