Relaxing cup in Plaza Mayor

En estos días confusos, difusos, crispantes y profundamente desorientados que nos ha tocado vivir  puede resultar hasta agradable aquel,

-Relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor

que iba vendiendo Ana Botella a todo el Comité Olímpico Internacional en sus reuniones de Buenos Aires.

Allí estaban reunidos personajes de todo pelaje, venidos de todo el planeta y que intentaban ponerse de acuerdo sobre cuánto mejor les iría, económicamente por supuesto, a los 100 miembros del Comité en el caso de elegir Madrid, en lugar de Tokio, como sede de las olimpiadas para 2020.

A estas alturas, parece claro que encontraron más oportunidades en Tokio con los que luego podrían comprarse los cafés con leche que les viniera en gana en una castiza Plaza Mayor que, a fin de cuentas, no se iba a mover de allí. Es algo que aprendí en Singapur formando parte de la representación que acompañó al alcalde Ruiz-Gallardón en la elección de la sede olímpica 2012, donde Madrid también perdió.

En aquella ocasión ganó Londres. Entre los argumentos para nuestra derrota, aquellas palabras del miembro del Comité Olímpico, Alberto de Mónaco, recién designado al frente del Principado. Una intervención en la que puso en duda la capacidad de España para prevenir atentados islamistas como los vividos poco más de un años antes, el 11-M de 2004, en Madrid.

Antes de que las delegaciones de cada ciudad estuvieran de vuelta en sus respectivos países de origen, estallaban las bombas terroristas islamistas en tres vagones de metro y un autobús de Londres, la ciudad recién elegida para acoger los Juegos Olímpicos. Los atentados produjeron 52 muertos y 700 heridos.

Veinte días después otros tres vagones de metro y un autobús sufrieron un nuevo atentado. Esta vez algo salió bien, no estallaron las bombas, los terroristas no consiguieron inmolarse y acabaron siendo detenidos. Madrid no declaró al de Mónaco persona non grata, pero lo mereció con creces.

Madrid no ha tenido suerte en los últimos veinte años. El ciclo electoral de la derecha en Madrid acabó en 2004, pero un golpe de corrupción nunca aclarado ante los tribunales, hizo posible que dos tránsfugas cambiasen el designio popular, forzasen unas nuevas elecciones y consiguiesen cambiar la voluntad popular de las urnas.

Así se instaló en Madrid un régimen de impunidad que ha dado lugar a los mayores ejemplos de corrupción institucionalizada en el conjunto del Estado. Gürtel, Lezo, Púnica, Ciudad de la Justicia, son tan sólo algunos de los casos más sonados. Madrid convertido en un charco de ranas.

Una situación que dio al traste con la carrera política de Esperanza Aguirre, que hubo de irse, no sin antes dejar todo atado y bien atado hasta nuestros días. Una situación que ha convertido a Madrid en el centro de todas las desavenencias nacionales, el ejemplo a seguir para cuantos pretenden convertir el ejercicio del poder en demostración de permanente y caprichoso libertinaje y en fuente inagotable de negocios que van y vienen a capricho.

Cuando Feijoo llegó a Madrid alguien pudo pensar y aventurar que unas nuevas maneras de hacer política se abrirían camino en la derecha nacional. Maneras más dialogantes, menos crispadas, más capaces de aunar voluntades, personales y colectivas, para afrontar los retos difíciles que todos los países del mundo tienen por delante.

La posibilidad de alcanzar sociedades más unidas y cohesionadas, más iguales, más sostenibles y más libres no depende tanto de una izquierda que nunca podrá negarse a propuestas que vayan en esa dirección, como de una derecha que debe dejar de ser vocera de los ricos y del capital, para incorporar, como ocurre en otros muchos países, valores y proyectos políticos que defiendan valores de justicia, igualdad, solidaridad.

Y no es que la actual derecha española no lleve en su sangre esos valores sociales, igualitarios, transparentes y de libertad, sino que una parte de la misma, representada por Madrid, se ha empeñado en crispar la política y hasta las barras de los bares, convirtiéndose en el peor de los ejemplos para España.

Cuando compruebo las pasiones que suscita el debate de investidura en Madrid y lo comparo con el resto de España, pienso que Madrid ha dejado de ser capital para convertirse en capirote de penitentes, cadena que España arrastra pesadamente, potro de tortura, cárcel inquisitorial,

Torquemada era un camarada

gritan algunos manifestantes que intentan acercarse a la sede socialista de la calle Ferraz. Madrid no puede ser la capital de la Inquisición. Madrid no merece convertirse en capital de la crispación, porque desde la discrepancia con algunas de las propuestas de investidura, lo cierto es que España necesita otra derecha y esa derecha, desgraciadamente, hace muchos años que no está ya en Madrid.

Decidídamente no quiero una gran hoguera en el centro de la Plaza Mayor. Decididamente prefiero, un

Relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor.

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