Si alguien nos hubiera dicho antes del colapso hospitalario que veríamos fábricas, oficinas, dependencias de las administraciones, colegios, institutos y universidades cerrados, no lo hubiéramos creído, hubiéramos llamado, cuando menos, alarmistas, o catastrofistas, a quienes nos lo hubieran contado.
A mediados de enero Ayuso andaba liada con quitarle el World Congress a Ada Colau, a finales de febrero, tras comprobarse el duro impacto de algunos casos, no se privaba de afirmar,
-Lo más peligroso ahora es el miedo, más que el propio virus, que normalmente lo que deja como secuelas son síntomas menores incluso que los de una gripe
A principios de año andaba obsesionada por rebatir a Greta Thunberg y a los ecologistas y a las bandadas de jóvenes preocupados por el cambio climático a base de contar que,
-Nadie ha muerto por contaminación en Madrid.
No vio venir la muerte en el horizonte, aunque en su favor cabe afirmar que casi nadie la vio llegar, hasta el punto de que muchos profesionales de la sanidad eran negacionistas “avant la lettre”, es decir, antes de que estos personajes existieran con las connotaciones y dimensión que hoy han adquirido, he escuchado a muchos especialistas afirmar que esto no era más que una gripe y que sembrar el miedo y la alarma no venían a cuento.
La primera vez que planteé suspender un acto público programado, a causa del coronavirus debo reconocer que me lo tuve que pensar dos veces y que no estaba muy seguro de la buena acogida de la idea, pese a que ya estábamos a 12 de marzo. No te cuento los partidos de futbol, fiestas, misas y manis que se celebraron poco antes.
Parecía cosa de película de ciencia ficción, de desastres, destrucción y catástrofes. Y, sin embargo ha llegado, ha ocurrido, hemos vivido algo sin precedentes en nuestras vidas a golpes de confinamientos, multas, contagios, ingresos en UCI, muertes en domicilios, hospitales, residencias de personas mayores.
Hemos confinado, desconfinado, reconfinado en algunos lugares y de una primera avalancha hemos pasado a una segunda oleada de contagios, distinta, pero no menos preocupante. Nadie sabía bien qué comportamiento iba a tener el virus, muchos decían que en verano se debilitaba y al final no, otros pensaban que mascarilla no y ahora es que sí, parece que este virus no es más mortal, pero sí resulta más persistente, inteligente, imprevisible, sin vacuna en lo inmediato.
Y en estas llega la fecha del inicio de curso y deprisa y corriendo cada cual se inventa un protocolo y pone fechas al alimón, han tenido tiempo, pero nadie parece habérselo tomado en serio hasta que ha llegado el mes de septiembre y el día de comienzo de las clases. Deprisa y corriendo Ayuso ha convocado concentraciones y manifestaciones de profesores para hacerse una prueba que demuestre que no tienen coronavirus y facilitar, de paso, que se contagien de inmediato.
Mientras los contagios, los ingreso, las muertes aumentan y hacen necesario recortar las concentraciones en terrazas, calles y viviendas a no más de 10 personas, resulta que en los centros educativos vamos a tener más de 20 alumnos por aula, sin distancia de seguridad, confiando en que la ruleta rusa no cause un desastre gracias al uso de mascarillas y gel hidroalcohólico.
No tiene sentido que los profesores se incorporen el 1 de septiembre tras las vacaciones y se vean en la tesitura de organizar la vida de los centros sin ser sanitarios, ni expertos en salud pública, ni tan siquiera en salud laboral. He leído la noticia de que algunos de esos 2500 profesores que han dado positivo en el test de seroprevalencia han recibido instrucciones de incorporarse a sus centros educativos, mientras en su centro de salud han insistido en que permanezcan en casa y en cuarentena.
No hay criterios pedagógicos, ni de salud en cuanto está pasando, como mucho se aplican criterios de guardería, campamento, vigilancia, para que la infancia no entorpezca la presencia de sus padres en los centro de trabajo. La escuela como guardería, no como institución educativa. Por eso todo es presencial hasta los 14 años y semipresencial a partir de esa edad. Comunidades con menos impacto del COVID-19 que la madrileña están actuando con prudencia, contratando profesorado, desdoblando grupos, habilitando espacios educativos, estableciendo protocolos que aseguren la distancia social, introduciendo enfermeras en los centros, reforzando los servicios de limpieza, facilitando acceso a wifi, o comprando los medios que permitan el trabajo online para todo el alumnado.
Madrid vuelve al colegio a pelo, porque a fin de cuentas como bien dice la Presidenta Ayuso,
-A lo largo del curso es probable que prácticamente todos los niños, de una manera u otra se contagien del coronavirus.
Los centros sanitarios se encuentran casi presencialmente inactivos, en estado de sitio. Consultas telefónicas, pruebas retrasadas, tratamientos congelados, diagnósticos postergados, intervenciones quirúrgicas aplazadas. Mientras tanto, los centros educativos se van a llenar masivamente de golpe. Siento que la política se convierte en una justificación de la improvisación y que la ciudadanía pesa muy poco.
Eso sí, el negocio cruzado de intereses políticos y económicos sigue funcionando, los rastreadores se contratan con una importante sociedad sanitaria privada y, tal vez para compensar, los tests de seroprevalencia se pagan a otra, los hoteles vuelven a ser financiados por medicalizarse, el dinero circula, las puertas giratorias siguen en su tiovivo particular y exclusivo.
Soy madrileño y los madrileños no somos culpables de la incompetencia y malas prácticas de nuestros gobiernos, por eso no dudo en afirmar que hoy Madrid, lejos de ser capital, ejemplo, modelo y paradigma de España para lo bueno, se convierte en mala copia, esperpento imagen deformada en los espejos cóncavos y convexos del callejón de las Españas que nos rodean y que se miran en nosotros.
Educar en tiempos de pandemia va a exigir de nuestros gobernantes más imaginación, más atención, inversión y menos consignas, ocurrencias y riesgos premeditados.