Brechas, leyes y mujer

8 de Marzo marcado por la polémica. Procuro fijar mi atención en aquello que me resulta más cercano. Madrid presume de ser la comunidad motor de España, la que más empresas crea, la que más empleo crea. Sin embargo cuando hablamos de igualdad, ya no son tan halagüeñas. Así lo demuestra el balance sobre la situación laboral y social de la mujer, que cada año presenta CCOO de Madrid en las inmediaciones del 8 de Marzo.

La tasa de actividad de los hombres, por ejemplo, sigue siendo casi 9 puntos superior a la de la mujer que supera levemente el 59 por ciento. En cuanto a quienes están ocupados, sólo una de cada dos mujeres tienen empleo, mientras que en el caso de los hombres son tres de cada cinco los que cuentan con un puesto de trabajo.

En Madrid hay más mujeres que hombres, pero hay más trabajadores que trabajadoras y, para colmo, hay más paradas que parados. La mayoría de los contratos indefinidos son para hombres y la mayoría de los temporales para mujeres. Las mujeres acaparan los contratos a tiempo parcial, mientras la mayoría de los contratos a tiempo completo son para hombres.

Reparemos en los salarios. Las mujeres ganan una media de 24.030 euros al año, 5.881 euros menos que los hombres madrileños. Cuanto mayor, peor. La brecha entre hombres y mujeres pensionistas indica que los hombres cobran una pensión media de 22.033 euros anuales, frente a los 14.913 de las mujeres. Hasta en el riesgo de pobreza las mujeres lo tienen peor que los hombres.

Hasta aquí Madrid. Si estas cosas ocurren en la capital de España, no ha de ser mejor la situación en el conjunto del Estado y con toda probabilidad es infinitamente peor en otros lugares del planeta. Las brechas son una realidad. Cada mujer, cada hombre sabe que las brechas existen. La acción de los gobiernos es importante, pero los cambios hacia la igualdad en la educación, en las familias, en las empresas no se consiguen sólo con leyes.

Nada justifica que sigamos sin alcanzar la igualdad en el empleo, en las retribuciones, en el acceso a responsabilidades en todos los niveles, en las categorías de dirección ejecutiva de las empresas. Y, sin embargo, la desigualdad nos espera a la vuelta de cada esquina.

En los últimos años la lucha por la igualdad, la denuncia de las discriminaciones, el combate contra la violencia de género y los asesinatos machistas, ha adquirido mucha fuerza entre las mujeres, pero también entre los hombres. Como siempre en esta vida no todas y todos coincidimos en todos los objetivos y en todas las propuestas, pero tenemos la posibilidad de elegir buscar los puntos de encuentro, o elegir los elementos de confrontación como formas de afrontar el debate.

Es cierto que existen diferencias notables, unas inmemoriales y otras novedosas, que permiten levantar banderines de enganche para aglutinar facciones divergentes y enfrentadas. El debate de la prostitución regulada o prohibida ha sido uno de ellos desde tiempo inmemorial. Las discrepancias sobre la gestación subrogada es fruto de los tiempos modernos y aglutina partidarios o detractores.

Sin embargo, lo que ha venido a calentar los ánimos, como gota que colma el vaso, lo que ha provocado el interés de los medios de comunicación,  y el debate tertuliano, lo que ha suscitado la alegría y el aplauso encendido de la derecha, ha sido el anuncio y presentación del proyecto de Ley de Libertad Sexual, el desencuentro entre los Ministerios de Igualdad y de Justicia y entre las organizaciones convocantes de las movilizaciones del 8-M.

La ley proyectada por Irene Montero es el catalizador que ha hecho saltar por los aires el entendimiento entre el feminismo histórico y quienes luchan en el campo de la identidad de género. Acogiéndose a nuevas concepciones, han llegado a diferenciar, si no lo he entendido mal, más de 30 identidades de género distintas, independientemente del sexo con el que hayas nacido. Identidades que pueden ir desde transexuales a transpersonas, o desde andróginos a hermafroditas. En un debate informativo y humorístico me entero de que, al parecer, todo lo que no es trans es cis, o zis.

Ahí ya me pierdo. Ya sé por experiencia que todo no es tan simple como clase burguesa y clase trabajadora y que dentro de esas clases hay muchas maneras de ser burgués, o de ser trabajador, proletario y hasta subproletario. Entiendo que podamos encontrar tantas maneras de entender el sexo con el que has nacido como hombres y mujeres haya en el planeta.

Pero, al margen de todo eso, quiero creer que hay unas cuantas cosas en las que sexo masculino y femenino podemos coincidir. La igualdad, la vida en libertad  sin que suponga la opresión de otras personas, por ejemplo. Acabar con las brechas salariales, de calidad del empleo, de protección, de riesgos de pobreza son cosas en las que estoy seguro que coincidimos.

No pretendo dar lecciones, no soy mujer, ni trans y no sé si comparto con algunas mujeres la categoría de zis, o cis, pero me parece que si es necesario situar entre paréntesis y aparcar aquellos elementos que no cuentan con el suficiente consenso y merecen un nuevo repaso, pues habrá que hacerlo. Lo bien hecho bien parece y las prisas son siempre malas consejeras. No podemos permitirnos estos lujos nunca, ahora aún menos.

Perdonen, en todo caso, los expertos y expertas, opinadoras y opinadores, tertulianas y tertulianos omnisapientes y omnipresentes, las confusiones terminológicas y conceptuales que puedo haber vertido en este artículo, con la seguridad de que no son fruto de mi mala voluntad, sino de la sana intención de dejar de buscar enemigas y enemigos aquí al lado y centrarnos en la que se nos viene encima, el incremento brutal de las desigualdades de todo tipo.

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