El día en el que se levanta el Estado de Alarma la noche de las grandes ciudades se llena de gente, de masas de jóvenes y algunos no tan jóvenes, dispuestos a darlo todo al grito de libertad, como si la libertad consistiera en poder salir de botellón por las noches y consumir alcohol y cerveza hasta que me dé la gana. Un mensaje de los gobernantes de Madrid para toda España. Para eso somos capital.
Libertad para consumir, no para trabajar, ni para tener salarios dignos, ni esa vivienda que nos garantiza la constitución. Es bien cierto que la Covid-19 tiene efectos muy negativos sobre el consumo, no sólo porque haya caído mucho en determinados sectores, sino porque también los hábitos de consumo se han visto afectados, pero la recuperación del consumo no debería ser un estallido de vuelta al pasado, sino paulatina, equilibrada y adaptada a los nuevos hábitos que probablemente permanecerán entre nosotros.
Muchos hábitos que implicaban inversiones a largo plazo se han visto paralizados de golpe, el consumo de servicios en el hogar ha crecido y el de servicios fuera del hogar ha disminuido, mientras que otros como la compra de alimentos, el entretenimiento, o la medicina online parece que han llegado para quedarse.
En otros casos, como la vuelta a las aulas presenciales, a comer en un restaurante, o planificar viajes de vacaciones, recuperarán su pujanza, pero aprovechando las nuevas herramientas digitales que hayan demostrado ser útiles durante este año de pandemia.
La recuperación de niveles de consumo va a depender mucho de la vuelta al empleo y de si hemos aprendido algo de la pandemia para un consumo más sensato. Hay quienes piensan que esto va a depender de la rápida aplicación de los programas de vacunación, pero también tendrá que ver con nuevos hábitos vinculados a preferencias de los consumidores, una nueva cultura de consumo.
Ya lo hemos dicho, volverán las citas presenciales con el médico, pero en determinados momentos las citas médicas virtuales serán eficaces y se mantendrán. El entretenimiento en el hogar también ha venido para quedarse aunque volvamos a los cines, teatros, conciertos, o danza. La educación volverá a las aulas, pero determinadas herramientas, programas y aplicaciones digitales tendrán su momento y su papel en el aprendizaje.
El coronavirus nos encerró en casa, consumimos menos, no fuimos a restaurantes, ni espectáculos, ni realizamos viajes turísticos. No podíamos movernos de casa, ni entre regiones, ni mucho menos entre países. Teníamos miedo a los efectos económicos que la pandemia tendría sobre nuestras economías.
Nos sentimos agobiados, pesimistas, retraídos. Sin embargo ha bastado que se anuncie el final del Estado de Alarma para que se agoten las reservas de plazas turísticas de los próximos meses, aunque no podemos pensar que la pandemia pasará como si nada, sin dejar consecuencias.
Las familias con alto poder adquisitivo retomarán el consumo con relativa facilidad, pero no ocurrirá lo mismo con las familias de las colas del hambre, o aquellas que, sin haber perdido su trabajo, tienen empleos precarios en sectores de servicios afectados por la revolución digital.
Los ERTES puestos en marcha por el gobierno de coalición de PSOE y Podemos van a permitir salvar una parte importante de los empleos que se hubieran perdido, arrastrando los salarios y las rentas de millones de familias. Una recuperación ordenada de la actividad y el consumo debe permitir que los ERTES no desemboquen en EREs, despidos definitivos.
Según los sindicalistas ya comienzan a producirse estas transformaciones de ERTES en ERES, pero sobre todo en casos que no tienen que ver con la pandemia, sino con decisiones y estrategias empresariales anteriores a los cierres de actividad de marzo del año pasado.
Parece evidente que el gobierno puede conseguir mejores efectos en recuperación del consumo y de las rentas en la medida en que mejoren los contratos de trabajo, más estables y con salarios mejores, sobre todo para los sectores de ingresos bajos.
Y para ello sería importante que las reformas laborales de gobiernos anteriores del PP fueran sustituidas por una nueva normativa laboral que asegure la estabilidad y la calidad del empleo, la cualificación de los trabajadores, los salarios decentes. Sobre todo porque las familias de altas rentas no han reducido el consumo desproporcionadamente, ni han ahorrado mucho más y, por lo tanto, la reactivación del consumo no dependerá de ellas, sino de las familias trabajadoras.
Lo que sí veremos en todas las familias es la desconfianza y la incertidumbre en la economía, por lo cual el ahorro de las familias, pese a reducirse, seguirá siendo importante. La competencia, la competitividad, la innovación, la negociación en el seno de la empresa y con las administraciones son elementos esenciales para hacer frente con agilidad a los cambios, porque, el futuro se dirime en nuestra forma de entender la empresa como proyecto compartido por empresarios y trabajadores al servicio de la sociedad, empresas cuyo único proyecto no puede ser el beneficio económico a toda costa.
En esa capacidad de gobiernos, sindicatos y empresarios para asegurar de forma negociada nuestra actividad económica, nuestro empleo, nuestras rentas, un nuevo modelo de consumo y nuestra protección social, nos jugamos el futuro de nuestras sociedades y la posibilidad de superar este periodo histórico sin un crecimiento brutal de las desigualdades y de las tensiones sociales.