Qué penita, que pena más grande, qué cinismo hipócrita enorme y agobiante. Andan lamentándose los tertulianos de turno, en las cadenas de turno, por los más de 90.000 visones de turno que van a ser sacrificados en una granja turolense. Nadie se preocupaba cuando, poco a poco, esos 90.000 ejemplares son torturados, gaseados, exterminados y despellejados para obtener beneficios con la comercialización de sus pieles.
Noventa mil, uno tras otro, más de 90.000 sacrificados. Nadie se para a pensar que estos seres vivos suelen ser animales solitarios en su entorno americano. Nadie piensa en el estrés que sufren al tener que convivir hacinados. Nadie enseña las fotos de los daños físicos que se producen entre ellos, o a sí mismos, a causa del forzado encierro y confinamiento.
Nadie, aparte de algunos ecologistas, se ha parado a pensar que cuando esos visones inquietos, nerviosos, huidizos y ágiles, consiguen escapar de la granja se transforman en especie invasora que acaba con la vida de otros visones europeos, menos apreciados por sus pieles, pero más acoplados a nuestros ecosistemas. Cerca de 50 especies europeas se encuentran amenazadas por la presencia del visón americano. Cerca de 40 granjas en España. Millones de pieles de visón producidas cada año en países como Holanda, Dinamarca, Suecia, Francia, Bélgica, o España (sí, cerca de 500.000 pieles anuales en España).
Van a ser sacrificados más de noventa mil porque la capacidad de réplica del coronavirus en estos animales exóticos, en los hurones, en los gatos, parece mayor que en otros animales y porque más del 85 por ciento de los concentrados en esta granja dan pruebas de tener coronavirus y porque varios trabajadores de la granja han padecido coronavirus y otros han vuelto a dar positivo ahora. No hay pruebas, pero hay sospechas y el protocolo veterinario determina el sacrificio de cabañas ganaderas enteras si hay contagios.
Es el protocolo que se aplica con los animales, me lo dejó claro mi primo veterinario al principio de esta crisis sanitaria. Miles de cabezas de ganado sacrificadas cuando se produce una pandemia en cualquier zona. Es el protocolo que siguen en cualquier lugar del planeta, ya sea con vacas, ovejas, cerdos, cabras, o como en este caso visones.
Si algo nos debería enseñar esta pandemia es que tenemos que aprender a relacionarnos de otra manera con la naturaleza. Que no podemos crear campos de concentración de visones (o de otros animales) para satisfacer los caprichos de pieles de millones de personas a lo largo del mundo. Debemos aprender que no es normal introducir especies exóticas en lugares donde los daños sobre los ecosistemas pueden ser irreversibles.
Debemos convencernos de que lo que está en juego no es ya la supervivencia del planeta (pase lo que pase el planeta seguirá existiendo con estas u otras formas de vida), sino la supervivencia de nuestra especie, porque en esos escenarios que creamos las pandemias se mueven con tremenda facilidad. De nada sirve que nos escandalicemos por el sacrificio de decenas de miles de visones, si no aprendemos a vivir de otra manera. No podemos mantener este ritmo depredador de otras vidas y suicida con la nuestra propia.