Inteligencia artificial y cambios en el empleo

Cuando hayan pasado unos años los analistas, economistas, los opinadores profesionales de cada día, en cada cadena de televisión, o tertulia radiofónica, los que saben de todo y los que no entienden de nada, vendrán a contarnos que ya anunciaron, profetizaron, intuyeron las profundas transformaciones que la Inteligencia Artificial (IA) ha aportado a los empleos de hoy en día dentro de unos años.

Pero eso será en un incierto mañana. Ahora mismo nadie sabe hasta donde llegarán los cambios. Hay quien avanza que en espacios económicos como el europeo sólo el 14% de los empleos se verán afectados gravemente hasta el punto de que los procesos de automatización los hagan desaparecer para los seres humanos, a causa de que los algoritmos se encontrasen en condiciones de sustituir la mayor parte de las tareas que ahora realizan las personas.

Pero claro, estamos hablando, tan sólo, de los puestos de trabajo con alto riesgo de desaparecer. Algunas cadenas de montaje, operadores de maquinaria, sectores de componentes eléctricos y electrónica, los que realizan tareas como operadores y conductores de maquinaria en plantas de almacenaje, clasificación y distribución.

Ocupados como están en prepararse para seguir ganando dinero, muchos de los actuales empresarios no se ocupan de formar a estas personas para nuevas tareas, con lo cual lo más probable es que acaben en el paro, asumiendo su propio reciclaje y buscando los empleos disponibles, en función de la propia cualificación.

Pero no todo va a ser destrucción de puestos de trabajo. En la Unión Europea calculan que un 40% de los empleos no desaparecerán, aunque sí se transformarán. En general sufrirán procesos de automatización de determinadas tareas, especialmente las de carácter rutinario, lo cual exigirá que quienes hoy desempeñan esos puestos de  trabajo asuman nuevas competencias en tecnología de Inteligencia Artificial. Vaya, que tendrán que interactuar con la máquina, entenderse con ella con frecuencia, dirigirla en unas cosas y aceptar el designio de sus algoritmos en otras.

Por último, parece que en torno a un 35% de los empleos sufriría algunos ajustes que no cambiarían mucho su situación actual, mientras que tan sólo algo más del 10% sufrirían transformaciones y cambios casi irrelevantes. En general, cuanto más rutinario sea el trabajo más riesgos de desaparición, transformación, o ajuste y cuanta más exigencia de autonomía, capacidad de comunicación, atención personalizada, trabajo en equipo o competencias de planificación requiera un puesto de trabajo, menos posibilidades y riesgos de desaparición.

Tres de cada cuatro europeos teme perder su puesto de trabajo por culpa de las máquinas. Parece que será infundado, pero ya podemos comprobar con el coronavirus que el miedo es libre y no se rige por criterios científicos, ni guiados por la razón. Tal y como hemos visto el riesgo de dualización y polarización es alto. De una parte quienes tienen puestos de trabajo rutinarios, que exigen baja cualificación y con tendencia alta a automatizarse y de otra quienes tienen mayor cualificación y ocupan puestos de trabajo con menor riesgo de desaparecer.

La satisfacción no puede ser la misma. Las brechas salariales también comienzan a hacerse notar entre estos dos grupos. Las diferencia en los procesos formativos iniciales y posteriores de adquisición de nuevas competencia, especialmente digitales, son cada vez mayores. Quienes tienen pocas competencia iniciales, digitales, transversales terminan ocupando puestos de baja cualificación, menor salario, peor futuro, más sustituibles por procesos de automatización.

Por contra, los puestos de dirección, profesionales cualificados, trabajadores de la cultura, la sanidad, la educación, los servicios sociales, son menos sustituibles por máquinas, por más que haya máquinas que reconocen tu voz, te atienden telefónicamente, ganan un apartida de ajedrez, o pintan un cuadro mejor que tu.

La formación, la educación, tanto en sus inicios, como a lo largo de toda la vida, se convierten en elemento esencial que determinará la ubicación laboral y social de una persona y sus posibilidades de futuro en el trabajo, sus rentas, su estabilidad. Las competencias no se adquieren ya para toda la vida. Puede que nuestros jóvenes hayan nacido ya bajo esos parámetros y condiciones, capaces de adaptarse a las transformaciones y cambios permanentes, pero todos tenemos la obligación de que los procesos de adquisición de nuevas cualificaciones y competencias sea un derecho accesible para toda la ciudadanía.

La diferencia entre dictadura de unos pocos y democracia participativa no residirá en que cada decisión sea sometida a una encuesta teledirigida y prefabricada en sus contenidos y resultados, sino en la posibilidad real de toda la ciudadanía de  acceder a la información, la cualificación, la toma de decisiones y el control de  nuestras vidas, nuestros trabajos, nuestro futuro.

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