Los ricos, los pobres y la tecnología

Hace tiempo que las empresas industriales tradicionales de alimentación, ropa, o coches, dejaron de ocupar los primeros puestos en las listas anuales de marcas más valiosas del mundo. Hoy son las compañías tecnológicas las que se sitúan a la cabeza en las listas elaboradas por las más prestigiosas agencias de calificación.

Empresas como Apple, Google, Microsoft, Amazon, o Facebook, con sus potentes procesos digitales, sus inmensos paquetes de datos acumulados y la multiplicidad cada vez mayor de servicios que prestan han conseguido desbancar a empresas tradicionales como Coca-Cola, Nike, McDonalds,  Toyota, o ATT.

Empresas tecnológicas que avanzan hacia su conversión en bancos, en empresas de comunicación que retransmiten eventos deportivos, o en metaversos, universos digitales y paralelos donde esconderse de la triste realidad , mucho más que comercializadores de productos, o aceptar seguir siendo potentes redes sociales.

De nada sirve que algunas de estas empresas se vean ampliamente cuestionadas por deteriorar la salud mental de sus usuarios, por machacar a sus trabajadores, o por su opacidad en el manejo de los datos personales que depositamos en sus bancos de datos con cada clic.

Estas empresas siguen creciendo de forma imparable, aún más durante este periodo de crisis y pandemia que ha marcado su total y definitivo dominio de los mercados. No pensamos lo que perdemos con ellas, lo que nos quitan, o lo que nos roban, sólo valoramos que son rápidos, baratos, eficaces.

Sus movimientos han tenido que ser tomados en cuenta por las empresas tradicionales y hoy, por poner un ejemplo, la gran mayoría de los bancos han incorporado a sus aplicaciones digitales la gran mayoría de sus servicios, de forma que los clientes podemos realizar desde casa la mayoría de las operaciones que antes realizábamos en una oficina.

Ellos ganan y nosotros nos acostumbramos a realizar esas tareas, perdiendo ante el ordenador, o el móvil, el tiempo que antes empleábamos en las colas de la caja de la sucursal bancaria. Si además contratas más servicios, seguro que consigues beneficios, puntos, regalos, obtienes descuentos y hasta puede que te perdonen las comisiones. Transformación digital lo llaman unos. Mejora de la competitividad, del ratio de eficiencia, de la fidelización de los clientes, cuentan otros.

Además, en cada clic, con cada una de estas operaciones estamos poniendo a disposición de las compañías una ingente cantidad de datos que les permiten anticiparse, conocer nuestras necesidades y preparar las soluciones antes incluso de que las sintamos.

Datos que les permiten también predecir los riesgos que van a correr con nosotros, en cuanto a impagos, enfermedades, posibles accidentes, o incidencias que pueden afectar a sus beneficios, calcular el personal que van a necesitar y de los que tendrá que desprenderse.

Poder realizar estas anticipaciones en un mundo inestable, impredecible, volátil, concede ventajas evidentes a quienes saben manejar esa bolita mágica. Para eso sirven los algoritmos, para utilizar con mayor precisión cantidades ingentes de datos en escenarios cambiantes.

El truco reside en que la complicación y complejidad de los procesos desencadenados no llegue hasta nosotros, se quede dentro de las compañías que utilizan la Inteligencia Artificial (IA) para utilizar los datos al servicio de su supervivencia en un mundo globalizado y hostil.

Las empresas tecnológicas han hecho que la IA sea aplicable en prevención del terrorismo, o en predicción meteorológica, en seguridad nacional, o en seguridad privada, en empresas energéticas, o en diagnóstico y tratamiento de enfermedades.

El uso de las nuevas tecnologías y de la IA no está exento de alto riesgo. Desde el control social, económico y político de la población, hasta la pérdida de empleos que pueden, o no, ser sustituidos por otros empleos no necesariamente de mayor calidad.

En cuanto al uso de los datos, depende de en qué manos caigan, podemos sufrir los efectos de una utilización sesgada de los mismos. La utilización de datos irrelevantes, o utilizados de forma sectaria, o sesgada, pueden conducir a soluciones, o decisiones, también sesgadas, equivocadas.

Incluso supone un riesgo adoptar decisiones como determinar qué actividades deben ser totalmente automatizadas y cuáles deben mantenerse en el espacio del trabajo realizado por las personas, aunque sea sólo en el nivel de control. Son tareas que revisten una complejidad y una necesidad de formación evidentes. Porque otra de las reflexiones necesarias es la del acceso a la formación necesaria para gobernar los cambios que se están produciendo y los que se avecinan.

Si queremos que las nuevas tecnologías jueguen a favor de las personas y no se conviertan en meros instrumentos de altos beneficios empresariales y competencia salvaje, necesitamos ponerlas al servicio de la libertad, la igualdad, la cooperación y la solidaridad.

Por ahora sabemos que han conseguido que los ricos sean infinitamente más ricos. Ahora toca conseguir que sirvan para que los pobres sean menos pobres. Eso es lo que está por demostrar que sea posible.

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