Ya van tres ediciones de las Jornadas sobre Universidad y Discapacidad organizadas por el Consejo Social de la Universidad Complutense. Unas Jornadas que han seguido su trayectoria anual, sorteando el golpe que la pandemia ha supuesto para muchas actividades formativas, o que incorporen presencialidad.
Las Jornadas comenzaron su andadura a partir de la iniciativa de Carlos Álvarez, en aquellos momentos Vicepresidente del Consejo, que ha seguido colaborando en las mismas tras su salida del Consejo. Una vez más este encuentro ha servido para conocer los estudios más recientes sobre la situación de las personas con discapacidad en la comunidad universitaria, ya sean estudiantes, docentes, o personal de administración y servicios.
En esta ocasión la profesora Carmen Márquez ha presentado los resultados del Proyecto de Inclusión del personal docente e investigador con discapacidad en el sistema universitario en España. Un trabajo muy interesante que, reconociendo los avances que se han producido en la inclusión de las personas con discapacidad, pone el acento en los retos que nos quedan por acometer para alcanzar la plena inclusión en materias tan interesantes como las tareas de investigación, como apartado relevante de la actividad docente.
Como siempre, uno de los momentos más interesantes de las Jornadas se ha producido cuando un buen número de profesores y profesoras, junto a personal de administración y servicios de la universidad, han presentado su situación en la universidad partiendo desde las diferentes capacidades y discapacidades, porque la realidad es que cada una y cada uno de nosotros necesitamos trabajar en entornos acogedores y accesibles.
En otras ediciones de las jornadas han sido las experiencias vividas por alumnas y alumnos que cursan sus estudios en la universidad y que viven situaciones de discapacidad los que han protagonizado este momento.
La primera constatación es que las barreras, tanto físicas, como culturales y mentales, siguen existiendo. Se han dado muchos pasos, pero esas barreras ponen barreras a la sensibilidad que nos permite conectar con las necesidades de los otros, siguen estando presentes.
Hay toda una labor institucional que va avanzando y va dejando como fruto el establecimiento de criterios y normas, que permiten mejorar la autoestima y corregir la sobrecarga que supone el trabajo universitario como docente, o como personal de administración y servicios.
Ese trabajo debe servir para reforzar la autonomía de las personas con discapacidad a través de la adaptación de los puestos de trabajo y del establecimiento de ayudas personales, pero también para producir un cambio de cultura que permita dedicar los recursos suficientes para sensibilizar, conocer, establecer medidas de apoyo, flexibilizar los tiempos y los métodos de trabajo.
En definitiva, debemos crear entornos seguros e inclusivos para toda la comunidad universitaria. Lo que ocurra con cada uno será también lo que ocurra con todos nosotros. Es tarea de todos establecer compromisos, mantenerlos en el tiempo, aprovechar las experiencias para impedir la invisibilización de los problemas de las personas con discapacidad, hacer efectivos los derechos, cuidar para sobrevivir, contribuir para convertir lo posible, en alcanzable, conseguible, viable.
Detenerse de vez en cuando para reflexionar, pensar, valorar la diversidad de nuestras vidas es muy importante para seguir avanzando hacia la inclusión. Hay que hacerlo en los barrios, en las comunidades de vecinos, en los centros de trabajo, en las instituciones. También en las universidades, como viene ocurriendo cada año en la Complutense.