Trabajo y nuevas tecnologías

Hay quienes anuncian que el desarrollo tecnológico, la enésima revolución industrial en marcha, va a acabar con el empleo existente, convirtiéndonos en excluidos de un mundo digitalizado, automatizado, que se reproduce a sí mismo, sin ayuda humana.

Sin embargo hay otros expertos que piensan lo contrario y anuncian que las pérdidas de empleo en determinados sectores traerán grandes oportunidades de crear nuevos empleos y mucha riqueza en trabajos que ni podemos aún imaginarnos, tal como ocurrió en anteriores revoluciones productivas.

Hasta hace poco tiempo, antes de la pandemia exactamente, la mayoría de la población se tragaba estas cosas sin más, éramos optimistas ante las nuevas posibilidades que parecían abrirse ante nosotros. Era verdad que parecía que el crecimiento sería infinito y que las transformaciones tecnológicas afectarían a la cantidad, calidad, tipología de los empleos y las formas de trabajar en muchas ocupaciones.

Al final, la crisis del 2008, el cambio climático, la pandemia y el agotamiento de algunos recursos esenciales para el sostenimiento de nuestro modelo económico y social, han hecho que comencemos a ver las cosas de forma distinta. La incertidumbre se ha apoderado de nosotros y los tiempos inciertos nunca son buenos para las sociedades democráticas.

Al parecer la política ha girado hacia una “nueva política”, hacia los populismos, la aparición de nuevos partidos que representan a una ciudadanía, aparentemente dispuesta a protagonizar la vida de nuestras sociedades. Las nuevas tecnologías facilitarían esa tecnodemocracia, el ejercicio de la tecnopolítica, la toma de decisiones ampliamente participadas, el referéndum permanente.

Pero puede que también hagan posible la dictadura de las masas teledirigidas a través de las redes sociales. Las nuevas tecnologías, como las antiguas, pueden jugar a favor de la libertad y la justicia, o a favor del poder y el enriquecimiento de unos pocos sobre todos los demás.

Una sociedad moderna, más innovadora y más tecnológica, o menos, sólo puede asentarse  en un intento de satisfacer las necesidades básicas de toda la ciudadanía: la educación, la salud, el agua, la alimentación, la vivienda, la energía, un medio ambiente saludable. La satisfacción de nuestras necesidades en libertad es lo que construye sociedades dignas, que no abandonan a nadie a su suerte.

Esas son las sociedades en las que la ciudadanía se siente comprometida. Seremos nosotros los que elijamos si las nuevas tecnologías son utilizadas para controlar y teledirigir a la ciudadanía, para facilitar un enriquecimiento cada vez más injusto, o si podemos convertirlas en un poderoso instrumento al servicio de la igualdad, la participación ciudadana, el acceso a bienes y servicios en las mejores condiciones.

Esa es la diferencia entre inclusión y exclusión social. Esa es la diferencia entre unas tecnologías liberadoras y otras utilizadas para condenar a muchas capas de nuestra sociedad a la desigualdad, la pobreza, a vivir en los márgenes de la sociedad.

Es cierto que las nuevas tecnologías aportan nuevas posibilidades de diálogo, intercambio y comunicación entre las personas. Es cierto que pueden ayudarnos a interpretar mejor los problemas y encontrar soluciones justas para los mismos.

La tecnología es el fruto del trabajo de los seres humanos y debe jugar a favor de las personas, nuestra relación entre nosotros y con el resto de seres vivos, nuestra comprensión de la dinámica del planeta y nuestro papel en el mismo.

Cambiarán nuestros empleos, pero de nosotros dependerá que nuestros trabajos sean más creativos, más respetuosos con el planeta y con nosotros mismos. De nosotros dependerá que las nuevas tecnologías nos conduzcan hacia la utopía, hacia la distopía, o una sugerente y entretenida, pero inútil, ucronía.

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