En voz baja indícanos donde están
los cazadores de tormentas
Javier García Cellino
Famélica Legión es el título del poemario que ha escrito el asturiano Javier García Cellino, en la editorial El Sastre de Apollinaire. Un título que se inspira en la letra de un himno, La Internacional, en su versión en castellano, en las diferentes variantes del comunismo. Esa letra que compuso en francés el militante obrero Eugène Pottier, después de haber participado en la Revolución de 1848 y en la Comuna de París, en 1871. Debout! les damnés de la terre! / Debout! les forçats de la faim!
De la misma forma que les damnés de la terre son traducidos como los pobres del mundo, en las versiones socialista y anarquista y como parias de la tierra, en la comunista, los forçats de la faim, son traducidos por los primeros como esclavos sin pan, mientras que los segundos prefieren hablar de famélica legión.
En cualquier caso, todos ellos vienen a hablar de lo que Franz Fanon denominaba Condenados de la Tierra y Eduardo Galeano Los Nadies; aquellos a los que Paulo Freire dedicó su Pedagogía de los Oprimidos, o los que constituían la iglesia de los pobres en la Teología de la Liberación; el proletariado y el subproletariado de Carlos Marx, de cuyo nacimiento, por cierto, estamos a punto de conmemorar el bicentenario.
De ellos habla Javier García Cellino en su poemario. Un Javier con el que me siento identificado y del que me siento deudor desde que le conocí en Oviedo, allá por 1997, cuando la Asociación Voces del Chamamé, que él presidía, me concedió su premio de narrativa, por un cuento titulado La Academia Club Social.
Javier acababa de ganar el Premio Leonor, en Soria, con un hermoso poemario titulado Disposición de la Materia y tres años antes había ganado el Gerardo Diego, en Santander, con el poemario La cuidad deshabitada. Después ganaría el Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez con su Sonata para un abecedario. Más tarde se adentró en la novela, sin abandonar la poesía, género en el que también ha conseguido varios premios.
La naturaleza de mi deuda con él estriba en que, si una vez me animé a escribir un poemario como La Tierra de los Nadie, se lo debo a la envidia y los celos que despertaron en mí sus poemas. Se notaba que no eran poemas escritos de un tirón y dejados a su suerte, sino reposados, pulidos, reescritos, repensados. Encontré en su poesía, como en la de Cardenal, o en la de Gil de Biedma, lo mismo que busqué en la narrativa de García Márquez, Aldecoa, o Cortázar. Una manera de escribir, interpretando una realidad casi siempre incomprensible, a menudo indignante y por momentos mágica.
En cuanto a aquello en lo que me identifico con Cellino, comienza con su voluntad de escribir, siguiendo a Walter Benjamin, con el propósito de “captar el cuadro de la historia en las más insignificantes apariencias de la realidad, en sus escorias, por decirlo así”. Tal vez por eso, anuncia el autor, Famélica Legión se vertebra en torno a un puñado de cuadros de artistas que, en las formas y en el fondo, se han preocupado de la ética, aunque por ello hayan tenido que pagar el alto precio de “una actitud marginal que se ha traducido en un desgarramiento interior y en una exclusión del entorno social”.
Me identifico con él cuando afirma que la escritura le protege. “Es un mecanismo que me transforma y me sirve para enfrentarme a esta ciénaga de corrupción”. O cuando proclama, hablando de su tierra asturiana, que “nuestro futuro es negro, triste y lleno de nubarrones. Aquí tenemos un gobierno mediocre, con todo lo que significa”.
He leído cada poema mirando antes el cuadro que lo inspira y comprobando, después, que la lectura había transformado mi mirada y al propio cuadro. Hacerlo con El Joven Mendigo de Murillo; Las Espigadoras, o El Angelus, de Millet; La nevada, de Goya; El bosque sexual de Lorca; El pájaro migratorio de Miró; La Gioconda de Leonardo; o los grabados y pinturas de los torturados en las paredes de la cárcel de Abú Grahib. Hacerlo sin prisa, obra a obra, dejando tiempo entre cada poema, nos permite el redescubrimiento del artista y de su obra.
Lo dicho, Javier García Cellino me suscita envidia, sana, o insana, qué más da, si es una envidia que me llena de ideas, de ganas de escribir, de necesidad de seguir buscando, en la tierra de los Nadie, las huellas de sus pobladores, y adentrarme en los caminos de su Famélica Legión.