Las tres muertes de Lola

Se han cumplido 55 años de la muerte, del asesinato, de Enrique Ruano. Tendría hoy 76 años, camino de 77. En términos actuales, Enrique era joven para morir. Y, sin embargo, con 21 años, murió sin haber cumplido los 22. Había sido detenido por la Brigada Político Social, “la secreta”, la policía política del franquismo el día 17 de enero, por repartir propaganda de CCOO.

Enrique pertenecía al Felipe, el Frente de Liberación Popular y el 20 le condujeron custodiado para realizar un registro de la vivienda, en la calle Príncipe de Vergara, en aquel entonces General Mola. Intentó escaparse, dijeron, tenía tendencias suicidas filtraron más tarde. Contaron que  saltó desde un séptimo piso antes de caer al vacío, tras recibir un balazo, como se demostró después. Así eran las cosas entonces. Nadie pagó nunca por ello.

Un Pasaje que estaba dedicado al General Mola, ha sido renombrado, hace cosa de cinco años, como Pasaje de Enrique Ruano, en el 50 aniversario de su asesinato. Aunque sale de Príncipe de Vergara, el pasaje no se encuentra en el lugar en el que vivía Enrique, pero aquel recuerdo, aquella conmemoración y la inauguración de aquel pasaje, convocaron el encuentro de un puñado de familiares y amigos del movimiento estudiantil y del Frente de Liberación Popular, en los Jardines dedicados a Gregorio Ordóñez, muy cerca de la vivienda donde fue asesinado Enrique.

Su novia, su pareja, Dolores González Ruiz, que como él se iniciaba en la abogacía, no asistió al acto, porque había muerto hacía cuatro años, un 27 de enero del año 2015. Aquellos días de enero  siempre eran especialmente dolorosos para Lola. En enero fue asesinado su primer amor. Enrique y sintió la muerte dentro por primera vez.

Lola se dejó morir definitivamente en aquel enero del año 2015, pero ya había muerto antes, hasta dos veces había muerto antes. La primera, ya quedó dicho, tras el asesinato de Enrique. Ocho años después, Lola había buscado un nuevo entendimiento con la vida. Ejercía la abogacía con un compañero, Francisco Javier Sauquillo, se enamoraron, se casaron.

Pero, de nuevo el franquismo se cruzó en su vida, no en su advocación de estado policial político y social, sino en la de la banda ultraderechista dispuesta a mantener viva la dictadura, a base de cometer atentados terroristas. Matando a obreros y estudiantes en las calles. Acribillando a balazos a nueve abogados laboralistas en la calle Atocha número 55, aquella fatídica noche del 24 de enero de 1977.

Allí murieron cinco jóvenes, Enrique Valdelvira, Luis Javier Benavides Orgaz, Serafín Holgado, Angel Rodríguez Leal y Francisco Javier Sauquillo. Lola también estaba en aquel despacho laboralista y resultó herida. Junto a ella sobrevivieron Luis Ramos, Miguel Sarabia y Alejandro Ruiz-Huerta. Sobrevivieron, pero quedaron marcados por el horror para siempre.

Los últimos días de cada mes de enero, eran extremadamente dolorosos para todos los sobrevivientes, pero especialmente para Lola. Había años en los que Lola acudía a los actos conmemorativos del asesinato de los Abogados de Atocha, pero otros años desaparecía y tan sólo los más íntimos sabían dónde había buscado refugio, a menudo en la costa cantábrica, en una pradera mirando al mar.

Dentro de un año, por estas fechas, se cumplirá una década del fallecimiento de Lola, pero todas y todos sabemos que es tan sólo su última muerte, porque Dolores González Ruiz, desde muy joven, sintió la muerte invadiendo sus días, acompañando su sobrevivencia. Es algo que siempre nos recuerda Alejandro. No fueron supervivientes, sino sobrevivientes de aquella fatídica noche.

Un día, quise intuir, resentir, presentir su dolor, en un poema dedicado a Lola, que incluí en el libro La mirada de los nadie. Un poema con el que quiero acabar este artículo, este  recuerdo que me ha visitado de nuevo, una vez más, a finales de enero, siempre en las inmediaciones del 24 de enero,

Era ella osadía de vida

que cae y se levanta,

que es derribada y se alza

de nuevo. Desde el barro

se alza y sobre su debilidad

trepa encaramada a sí misma.

Lola es su altura,

erguida en sus resurrecciones,

que fueron y seguirán siendo

aún después de su partida.

Francisco Javier López Martín

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *