Los dictadores mueren matando

La noticia proviene de hace un par de años: El Consejo de Europa concluye que España se ha empeñado en que sus alumnos no conozcan su historia. El titular es demoledor. Las causas, según los autores, hay que buscarlas en los cambios continuos de leyes educativas, el escaso tiempo dedicado a esta materia, o el poco tiempo que tienen los docentes para preparar la materia.

Yo añadiría algunos otros problemas como esa manía de comenzar a enseñar la Historia desde los yacimientos de neandertales, los pobladores prerromanos de la península, la llegada de fenicios, griegos, cartagineses, romanos, suevos, vándalos, alanos, visigodos, musulmanes, reconquistadores cristianos, Reyes Católicos y toda la jarca de dinastías reinantes, repúblicas, restauraciones y dictaduras.

Un curso no da para mucho y, las últimas lecciones más pegadas al presente, suelen quedarse sin impartir. Eso significa que, de la Guerra Civil para acá, más bien poco. No es de extrañar que algunos nombres recientes de la historia española les suenen menos que a chino a muchos de nuestros jóvenes estudiantes. Además son temas polémicos, suscitan controversia, pueden originar malestares y quejas.

Hay que añadir ese empeño de cada comunidad autónoma en convertirse en una nación, cuando no en un Estado, dentro del Estado. Explicar sólo su historia, refugiarse en el cantonalismo. Que nadie crea que con esto critico una forma de estado autonómica, federal, confederal y hasta cantonal, al estilo suizo.

Muy al contrario. Soy de los que considera que  esa manía y pasión globalizadora de crear un puré histórico, con centro en Washington y con monopolio lingüístico del inglés, es lo más empobrecedor que nos ha sucedido en las últimas décadas. Soy de los que cree que, sin perjuicio de aprender un segundo idioma (inglés, alemán, francés, árabe, chino…), sería importante impartir algún curso básico de euskera, catalán y gallego, en todas las escuelas de España.

Ya mi admirado Gabriel Aresti, bilbaíno educado en la lengua castellana, que aprendió el vasco de forma autodidacta y que llegó a convertirse en uno de los mejores poetas en esta lengua y todo ello en plena dictadura franquista, a la que no logró sobrevivir, nos los dijo en este poema dedicado al líder socialista vasco Tomás Meabe,

 

Cierra los ojos muy suave,
Meabe,
pestaña contra pestaña,
que sólo es español quien sabe,
Meabe,
las cuatro lenguas de España.

 

No es de extrañar que numerosos profesores se quejen públicamente, en los medios de comunicación, de que sus alumnos acaben la ESO sin conocer la Historia de España. Acumulan conocimientos descontextualizados, que rápidamente olvidan.

Por eso hoy, en este 27 de septiembre de 2025, cuando se cumplen 50 años de los últimos fusilamientos de dictador Franco, conviene arrojar luz sobre estos hechos, enmarcados en el final de la vida del dictador.

Franco llegó al poder matando, en una planificada y larga Guerra Civil, que le permitió consolidarse como caudillo y domesticar a los militones golpistas, siempre levantiscos, al tiempo que actuó como una apisonadora, pueblo tras pueblo, asesinando a las gentes republicanas y de izquierdas, desmantelando organizaciones republicanas y obreras, incautando documentos de todo tipo, depurando, cuando no ejecutando, maestros.

Llegó sembrando las cunetas y los patios de cementerio de fosas comunes, en muchos casos intactas tras casi cincuenta años de democracia. Y se marchó por donde había venido, fusilando  a cinco militantes antifranquistas. Tres del Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico (FRAP) y dos de Euskadi ta Askatasuna (ETA), en Hoyo de Manzanares, Burgos y Barcelona.

Militantes juzgados y condenados a muerte en diversos Consejos de Guerra, donde las pruebas fueron manipuladas, hasta el punto de que fueron calificados, por observadores internacionales, como simulacros de proceso y siniestras farsas. Cinco de los once condenados, fueron ejecutados el 27 de septiembre.

La dictadura no quiso escuchar las peticiones de clemencia de colegios de abogados como el de Barcelona, del primer ministro de Suecia, Olof Palme, ni a su propio hermano, Nicolás Franco. Tampoco a  cardenales españoles como Jubany, Iniesta, o Vicente Enrique y Tarancón.

Podría haberse molestado en leer la carta del Papa Pablo VI pidiendo clemencia, pero tampoco lo hizo. De matar moros en Marruecos, pasó a matar mineros asturianos y de ahí a fusilar a cuantos se opusieran a su Guerra Civil y su dictadura. Acabó su vida fusilando a cinco jóvenes y desoyendo cualquier llamamiento a la clemencia.

Méjico pidió la expulsión de España de las Naciones Unidas. Muchos países retiraron a sus embajadores de España. Las manifestaciones internacionales se sucedieron de forma incesante y masiva. Las embajadas españolas fueron atacadas y la de Lisboa acabó incendiada. Tan sólo Augusto Pinochet, el sanguinario dictador chileno, expresó su apoyo a Franco.

En pleno estado de excepción decretado para contener las protestas, la huelga general convocada en el País Vasco fue secundada mayoritariamente y numerosas manifestaciones y concentraciones se sucedieron por toda España.

Ante las protestas internacionales, el Régimen de Franco orquestó una nueva y última concentración masiva en la Plaza de Oriente el 1 de octubre. Pese a su agotamiento físico, acompañado por el hoy Emérito y por entonces príncipe de Asturias, siguió aferrado a la famosa conspiración judeo-masónica y masónico-izquierdista, así como a la subversión comunista-terrorista, para justificar sus fusilamientos.

Pronto le llegaría el colapso, la larga y dolorosa agonía y la muerte. Muerto el dictador aún siguió matando, como en aquella terrible semana de enero de 1977 en la que fueron asesinados los abogados de Atocha. Muerto el dictador en la cama, la dictadura no murió hasta que las calles llenas de gentes que clamaban libertad, justicia, democracia, amnistía abrieron las puertas a la Transición.

Puede que nuestras hijas, nuestros hijos, nuestras nietas y nietos, no lleguen a escuchar estas cosas en los centros educativos, pero no conviene olvidar que la educación, formación en valores y la correcta socialización de los hijos, corresponde, en primer lugar, a las familias.

Algo tenemos que haber hecho mal, cuando nuestros descendientes desconocen nuestra historia más cercana, tal vez porque nunca oyeron hablar de esas cosas ni en el colegio, ni en el instituto, tampoco en la universidad, ni tan siquiera en casa. Pero como bien sabemos todo pueblo que olvida intencionadamente su historia está condenado a repetirla.

Nunca es tarde para la memoria, para el recuerdo, para el homenaje a cuentos lucharon por conocer el pasado. Nunca es tarde para decidir gobernar nuestro futuro.

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