Atocha, hermanos

Se aproxima el 50 aniversario del asesinato de los Abogados de Atocha. Faltan apenas dos años. 50 son muchos años en términos de una vida, pero muy pocos en términos históricos. Este año, el premio anual que concede la Fundación Abogados de Atocha, ha sido para el Pueblo de Palestina.

Cada año, desde el asesinato de los abogados, se realiza el mismo recorrido matinal. Cementerio de Carabanchel, a primera hora, para depositar flores en las tumbas casi contiguas de Enrique Valdelvira y Francisco Javier Sauquillo.

Siempre hay flores frescas depositadas sobre las lápidas, antes aún de que la pequeña comitiva llegue. Y siempre los mismos recuerdos. Uno de esos recuerdos es para Lola González Ruiz, abogada, herida en el atentado. Perdió en el atentado a su esposo, Francisco Javier. A duras penas podía asistir Lola, cada año, a los actos organizados por la Fundación Abogados de Atocha.

Un día escribí un artículo al que di el título de Las tres muertes de Lola González, en el que cuento la triste historia de Lola.  Este año se cumplen diez de su última muerte, la tercera, la definitiva.

Desde la planicie del cementerio de Carabanchel al de San Isidro. Allí se encuentra la tumba de la familia Benavides Orgaz. Allí descansa Luis Javier. Estas son las tres tumbas que se encuentran en Madrid. Los otros dos fallecidos en el atentado eran Serafín Holgado y Angel Rodríguez Leal. El primero descansa en Salamanca, el segundo en Casasimarro, su pueblo, en la provincia de Cuenca.

Cerca de Luis Javier se encuentra la tumba de José María de Llanos, al que en el Pozo de Tío Raimundo, en Vallecas, en Madrid y en todos los rincones de España, seguimos recordando como el Padre Llanos, forjador de muchas y muchos jóvenes militantes de la izquierda cristiana y obrera.

La Fundación Abogados de Atocha fue creada por decisión del Congreso de CCOO de Madrid celebrado en el año 2004. Fue un Congreso doloroso, por la cercanía de los atentados del 11M, cometidos apenas dos meses antes. Un congreso que se anunciaba duro a causa de las discrepancias internas. Éramos mayoría en Madrid, pero minoría en el conjunto de España.

No votamos las mismas listas, no fue un congreso de unidad, pero creí que era mi obligación reivindicar aquello que era una necesidad fraguada durante años y, al tiempo, una fuente de unidad dentro de las CCOO y en el conjunto de la sociedad española. Por eso propuse la creación de la Fundación Abogados de Atocha y por eso el Congreso fue unánime en su decisión.

Los de Atocha merecían algo más que unas flores en los cementerios. Merecían algo más que un acto cada año, ante las viejas puertas de madera del edificio de Atocha, 55, en el que se encontraba el despacho de los abogados laboralistas. Un poco más abajo se encontraban los abogados que defendían a las asociaciones vecinales.

Ese día, el 24 de enero de 1977, decidieron intercambiarse las sedes para tener un espacio más amplio donde mantener una de sus reuniones de trabajo. Las Parcas decidieron que fueran ellos los que se encontraban allí aquella noche aciaga y triste en la que tres asesinos decidieron abrir fuego para dar una lección inolvidable a la sociedad española.

Desde aquel día, los jóvenes de Atocha, velados en el Colegio de Abogados y acompañados en su despedida a lo largo de las calles de Madrid por el silencio doloroso de una impresionante multitud, han formado parte esencial de la memoria de cuanto quisimos ser y de cuanto debemos ser en el futuro.

Su pertenencia a las CCOO y al PCE de aquellos días, suele ser recordada de puntillas. No ha ocurrido con la serie de Las Abogadas, pero sí me ha llamado la atención este oscurantismo intencionado al tratar otras figuras como la de Manuel Vital en la película El 47. Un hombre que no vino de la nada, sino forjado en las CCOO, en el PCE y en las luchas vecinales.

Desde el 24 de enero del 77, hemos conseguido que muchas calles, plazas, edificios públicos, centros educativos, parques, lleven el nombre de los Abogados de Atocha. Un impresionante monumento, El Abrazo, del artista Juan Genovés, preside la Plaza de Antón Martín, muy cerca del lugar donde se encontraba el despacho de los abogados laboralistas. Hemos instituido unos premios anuales que acompañan y reconocen el trabajo de quienes defienden la libertad y los derechos en cualquier parte del mundo.

Pero, con todo, el mayor orgullo, para todos nosotros y nosotras, sigue siendo  poder sentir y escuchar en tantas voces el grito,

Atocha, hermanos, no os olvidamos.

No es el grito complaciente y adocenado de quienes aceptan, transigen, se rinden y lanzan al viento un amago de lamento acomplejado, de vez en cuando, procurando no molestar demasiado. No. Es el grito de las gargantas y el de la reflexión, la expresión de la rebeldía, la conciencia de que aquellas muertes tan malencaradas, tan crueles y desproporcionadas, son ejemplo, semilla, voluntad y deseo de construir un mundo mejor.

Un año más, como nos enseñaron los supervivientes,

Decir sus nombres despaciosamente hace que cobre sentido la historia y ponen armonía en el universo.

Así lo hacía cada año Miguel Sarabia, así lo sigue haciendo Alejandro Ruiz-Huerta, el último de los supervivientes, presidente de la Fundación,

Ángel Rodríguez Leal, Serafín Holgado de Antonio, Francisco Javier Sauquillo Pérez del Arco, Lola González Ruiz, Enrique Valdelvira Ibáñez, Luis Javier Benavides Orgaz, Luis Ramos Pardo, Miguel Sarabia Gil, Alejandro Ruiz-Huerta Carbonell.

No os olvidamos.

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