Los cambios de hora que se producen cada año para dar entrada al horario de invierno y el de verano dan siempre para unos cuantos artículos y el desarrollo de algún que otro debate mediático. Nadie se resigna a dar la escueta noticia de que en la madrugada del próximo domingo, cuando los relojes den las 3, serán de nuevo las 2.
Hay quienes consultan a especialistas que indican que este horario de invierno está más adaptado al horario solar, mientras que otros ponen en duda que el horario solar resulte al final el mejor en todas las épocas del año y siguen aconsejando el cambio.
No faltan quienes trasladan, simple y llanamente, sus preferencias personales, en función de ser más o menos madrugadores, o trasnochadores. Unos tertulianos se quedarían siempre con el de verano. Otros con el de invierno. Pocos se muestran de acuerdo con que, dos veces al año, el ritmo de vida se vea alterado y nos obliguen a despertarnos antes, o después. A dormir antes o después.
También hay bastante consenso entre los ciudadanos europeos en que el trasiego horario no es bueno. Hasta las autoridades europeas se han pronunciado en contra del cambio horario, aunque luego se han mostrado incapaces de materializar la decisión.
Parece ser que la disculpa del ahorro energético que produce la medida es cada vez menos consistente y son más los problemas físicos y mentales en las personas, que los supuestos beneficios sobre la economía nacional. Pero volvemos a esa burocracia administrativa que desemboca en negligencia, en ese dulce no hacer nada, non far niente. Dejar que el mundo fluya y que las cosas se terminen solucionando por sí mismas.
El hecho es que somos el Finisterre de Europa, al borde ya de los océanos donde vivían antaño los monstruos. Sin embargo nuestro huso horario no se corresponde con el de nuestro meridiano de Londres, sino con el de Europa Central, Berlín, Varsovia, París, o Roma. Dos horas por delante del sol en verano y una en invierno.
El pobre Lorca se hubiera vuelto loco al tener que recomponer su famoso poema para dejar de repetir que aquella corrida se celebraba a las cinco de la tarde para reescribir que la hora oficial del espectáculo taurino había pasado a ser las siete de la tarde.
Por este camino comemos más tarde, cenamos más tarde y nos acostamos más tarde que nuestros vecino europeos. Y todo porque los nazis sometieron a la Francia ocupada a su horario germánico y nuestro estrambótico dictadorzuelo decidió seguir la consigna de moda y darle un gustito al mentecato enviado de la Bestia que se hizo con Europa.
Hasta los flemáticos británicos se plegaron al horario alemán para evitar distorsiones y bombardear a las ciudades alemanas en horario oficial. Una vez producido el desembarco de Normandía y la caída de Berlín volvieron a su meridiano de Greenwich, mientras que el franquismo mantuvo desde 1942 la hora solar germánica.
Luego llegaron los europeos con su trasiego de horarios veraniegos e invernales para terminar de descomponer el panorama horario y el ritmo circadiano en España. La burocracia europea y nacional es lo que tiene. Una vez que crean algo, aunque sea monstruoso, ya se encargan ellos de que perviva el error, con todas sus consecuencias.
Todos los años nos dicen que este será el último y en cada nuevo verano y cada nuevo invierno retornan los cambios de hora. Este año, incluso, el presidente del gobierno, enfrascado como está en un ejercicio titánico de supervivencia, se ha sacado de la chistera que está harto de tanto ir y venir con las horas y que va a impulsar una iniciativa en Europa para que cesen los cambios horarios.
Todo el mundo parece de acuerdo en esto. Lo que no parece tan claro y no explica el presidente es si nos quedaremos con el horario de invierno, o el de verano durante todo el año. Y no lo dice porque no lo sabe. Bastaría que eligiera una de las opciones para que la mitad de la sociedad y el mayor partido de la oposición optaran por la contraria.
Mientras tanto seguiremos padeciendo las consecuencias de los cambios de hora y alimentando la sensación de que los políticos no hacen nada, salvo intentar permanecer en el poder a toda costa. Ni el gobierno, ni la oposición, sacarán nada de tan épica confrontación, aunque crean lo contrario.
Quienes sí saldrán beneficiados son esos grupos que se alimentan del descontento, del descrédito de la política y que, sin hacer nada y cuanto menos hagan mejor, porque así terminan por recoger los frutos del malestar generalizado.
Tal vez deberían tomar buena nota nuestros partidos y, por una vez, hacer algo razonable, acordado, negociado y que nos haga confiar de nuevo en que una mínima política de consenso es aún posible. Qué mejor que empezar por algo tan general y necesario como encontrar una solución compartida para el cambio de hora. Me da igual qué horario me dejen, pero que lo hagan de acuerdo. Eso, hoy, ya sería mucho.




