Las universidades públicas madrileñas van a la huelga. Pasito a pasito la derecha gobernante en Madrid las ha conducido al borde del precipicio. Gotita a gotita, las políticas ultraliberales de nuestra gobernante regional han ido colmando el vaso de la paciencia de la comunidad universitaria madrileña.
Las alumnas y alumnos de la universidad pública asisten cada día al deterioro al que se ven sometidos, a la situación de sus campus abandonados a syu suerte, techos que se caen, baños en mal estado, pasillos que no han visto una mano de pintura desde hace años, aulas con goteras, cuando no cascadas de agua cayendo por las paredes.
Y eso sólo por hablar de instalaciones físicas, sin tomar en cuenta la situación precaria y mal pagada del personal docente e investigador, las carencias cada día más evidentes en las dotaciones de personal de administración y servicios. Los recortes presupuestarios para la universidad pública se corresponden con nuevas autorizaciones de universidades privadas en Madrid.
De las 42 universidades privadas que se han ido creando en España, 13 se encuentran en Madrid, que ya va dando pasos para la creación de una más, la 14. Un nicho de negocios, de compra de títulos, de empleo presente y futuro para políticos excedentes, cesados, en paro. Para empresarios, directores de periódico, tertulianos agradecidos que quieren completar su currículum con una línea que diga profesor en tal o cual universidad privada.
Universidades a las que se va a aprender poco, pero a hacer contactos con chicos de buena familia. Universidades para pagar un seguro de empleo por enchufe al acabar la carrera. Es el mercado, señores. El que pueda que se lo pague. El que no, a la pública, a hincar los codos, sufrir exámenes y pruebas, a realizar trabajos rigurosos y a buscar trabajo en cualquier cosa que no sea aquello para lo que has estudiado.
Los profes y el alumnado de la pública empiezan a estar hartos y han declarado una huelga los días 26 y 27 de noviembre. El desprecio de Ayuso y sus gentes con respecto al trabajo, al mérito, a la igualdad de oportunidades, para sustituirlo por la libertad de quien tiene pasta para pagarse la juerga, hace tiempo que comenzó a ser inmoral e indecente.
Las universidades comenzaron a ser, hace más de mil años, los lugares donde se perpetuaba el conocimiento, se creaba, se transmitía, para formar a aquellos jóvenes que se iban a encargar de dirigir los países. En tiempos más recientes la universidad se convirtió en brazo del capitalismo para formar a los profesionales al servicio de las necesidades de las empresas.
Comenzaron a firmarse convenios con empresas privadas, que financian un máster, un curso, una cátedra, una investigación sobre temas de su interés, proponen determinadas asignaturas, promueven prácticas en sus instalaciones, se quedan con los más brillantes, los más dóciles, los más dispuestos a seguir las consignas corporativas de la empresa, eso sí como becarios en prácticas de bajo coste.
Los movimientos sociales de defensa de las libertades, las organizaciones sindicales, los partidos de la izquierda, las organizaciones vecinales, han ido impulsando y defendiendo nuevas formas, nuevos modelos de universidad. Una universidad implicada y comprometida con la sociedad en la que vive y actúa, que busca soluciones a problemas de todo tipo que afectan a las personas, a la ciudadanía, a las empresas, a las propìas instituciones, aprovechando un conocimiento que se crea, se genera, se construye, en contacto permanente con la sociedad.
Esta universidad es aún una perfecta desconocida en nuestros días. Tan sólo algunas experiencias, en algunas facultades universitarias, en unas pocas universidades, apuntan hacia esta nueva visión y función de la universidad. Pero esa es la universidad que necesitamos.
Una universidad que forme a los mejores, que atienda a las necesidades económicas, pero que sea crítica, que apunte hacia el futuro que necesitamos, que atienda a los problemas que tenemos y a los modelos de economía, vida y sociedad que necesitamos. No a los modelos trasnochados, decadentes y sin futuro de un capitalismo que se suicida por momentos y quiere arrastrarnos en su caída.
Pero para ello, la universidad debe ser vertebrada por las universidades públicas. No niego que universidades privadas, como la de Comillas, cuentan con una larga trayectoria de conocimiento y reflexión, invierten y aportan su conocimiento para mejorar nuestras sociedades.
Pero esas universidades-academia que proliferan en Madrid, que se benefician de los recursos de la Comunidad Autónoma para hacer negocio, enseñar poco y desprestigiar los títulos, no deben tener cabida en nuestro futuro.
La universidad pública debe contar con recursos suficientes, presupuestados, para atender necesidades materiales, de personal y de formación continua y promoción del alumnado que forma y de sus propios profesionales. Eso es lo que está en juego.
En adelante nos enfrentamos a mucho más que satisfacción de los caprichos de familiares y de amigos de nuestras dirigentes políticas. Por delante tenemos la creación de un modelo económico que cree empleo, forme a las personas y atienda las necesidades básicas de nuestros jóvenes, adultos y personas mayores, independientemente de su clase social, su nivel de ingresos, su sexo, o su lugar de nacimiento.
A la huelga universitaria, porque tenemos razón y tenemos muchas razones.




