Entretenidos andamos con los corruptos cutres que arañan por aquí y por allá y se lo gastan como niños caprichosos en noches de borrachera, sexo y desparramo. Y, cuando no, con los corruptos de buena familia que nos deleitan con sus comisiones de mascarillas, hospitales, suelo urbanizable, venta de pisos a fondos buitre.
Los unos nos elevan a las más altas esferas de la corrupción de los hijos de, novios de, compañeros de pupitre de, esposos de, amantes de y los otros nos aterrizan en cualquier club nocturno de mala muerte, desde donde operan entre copa y copa y aventuras sexuales de pago.
Entretenidos andamos también con ese infame bruto que se ha adueñado de la Casa Imperial y al cual rinden pleitesía tipos infames, desde jefes de estado, a presidentes de gobierno, o secretarios generales de organizaciones armadas, nacidos para la pleitesía, la adulación, el manoseo y dispuestos a darlo todo para seguir siendo invitados a algún cóctel exclusivo.
Y mientras nos entretenemos, nos hemos ocupado poco de este despropósito que hace que organizaciones políticas, sociales, gobiernos, empresas, maras, bandas de criminales, o de jóvenes criminales descarriados, tertulianos de pro, hayan convertido en práctica habitual el peloteo inagotable y el servilismo profesional, la pleitesía más alarmante.
La verdad no importa a nadie. Tampoco a nosotros mientras nos vaya medianamente bien, conservemos un empleo, compremos un coche, paguemos una hipoteca, nos permitamos unas cortas vacaciones anuales, pero bien lucidas. A Tailandia, por ejemplo.
Salvo , llamativas por lo escasas, la verdad puede esperar, o podemos callarla, o aplazarla indefinidamente. No sea que nuestra verdad, no necesariamente la verdad de todos, ni la inexistente verdad en estado puro, termine por perjudicarnos.
Los mediocres en el poder exigen la adulación de otros mediocres. No toleran la más mínima crítica. Todo son parabienes dirigidos al líder mientras siga siendo el líder. Tras ello sólo queda procurar que su caída no te arrastre, quedarse rondando, cuidando alguna parcela, por pequeña que sea, adulando a todas horas, creando intereses corporativos que funcionen como seguros y redes de protección ante cualquier intento de desplazamiento. Esa es la tarea fundamental de cualquier pelota que se precie.
Sólo así pueden entenderse las cegueras generalizadas de los jefes y los comportamientos obscenos, a un tiempo arrogantes con los de abajo y complacientes, obsequiosos y serviciales con los de arriba, de los sempiternos pelotas.
Sólo así se explica que se perpetúen en los cargos algunos personajes, apreciados, precisamente, por su intranscendencia absoluta, por su complacencia con el poder de cada momento. No son fenómeno exclusivo de la política.
La política es tan sólo un producto más de la economía y de la sociedad en que vivimos. Ahí tenemos a ese personaje que se dirige al emperador en estos términos,
-Donald, nos has llevado a un momento muy importante para Estados Unidos, Europa y el mundo. Lograrás algo que ningún presidente estadounidense ha conseguido en décadas.
Un europeo que se mete de hoz y coz en la boca del lobo al grito de,
-Europa pagará por ello a lo grande, y debe hacerlo, y será tu victoria. Buen viaje y nos vemos en la cena de su majestad.
Sólo falta que el tipejo exclame a voz en grito,
-¡Y que viva la madre que te parió!
Es una evidencia en nuestros días que la ciudadanía desconfía del poder, de sus lazos con la riqueza, de su capacidad para resolver nuestros problemas más acuciantes: la precariedad de nuestros trabajos, la carestía de las viviendas, la desatención a las personas dependientes, el desgobierno de las políticas de inmigración, el degradante modelo productivo español, los brutales efectos del cambio climático.
Sin embargo seguimos esgrimiendo la pantomima del mérito y la capacidad, cuando todos sabemos que vivimos en una sociedad que premia a los pelotas, los enchufados, los népotas y desprecia a los mejores, a los que se esfuerzan, a los que cuidan el trabajo bien hecho.
Nuestro país seguirá acumulando corrupción mientras no quitemos el tapón de los pelotas y premiemos a los más trabajadores, estudiosos y cualificados frente a los más enchufados y mejor relacionados con el poder y con el dinero.




