Fastos democráticos

La muerte del tirano en su cama, su lenta y prolongada agonía, sus últimos fusilamientos, las extrañas circunstancias que acompañaron aquella defunción, aderezada con una Marcha Verde y trufada de enfrentamientos con las guerrillas del Frente Polisario. Y para colmo, aquel entierro, con su desplazamiento en camión descapotable hasta el Valle de los Caídos.

Un acontecimiento que, tras 50 años de olvido sistemático y programado, vuelve a la palestra por sus fueros y amenaza con provocar una sobresaturación que justifique otros 50 años de desmemoria. Hasta ese punto somos capaces de llegar los españoles en nuestras desmedidas ansias y nuestro descontrolado afán por la protohistoria.

Esa no-historia siempre mal escrita, que nos llega siempre a través de terceros que afirman haberla vivido de cerca. Una historia poco documentada, con pocos investigadores y menos dinero, que despierta escaso interés, salvo cuando se adorna con materiales pirotécnicos, que pueden convertirla en atractiva para las masas deseosas de abordar nuestro pasado en clave de Isla de las Tentaciones del dinero, Master Chef electoral, o Supervivientes en pelotas.

Una manera de elaborar y contar las cosas que se lo debe todo a ese Gran Hermano del Pardo que consiguió dejarlo todo atado y bien atado. Nos entregamos así a una edulcorada memoria, cargada de recuerdos personales deformados, que todo lo justifica.

El camino recorrido a lo largo del medio siglo transcurrido desde la muerte de aquel al que León Felipe llamaba el sapo Iscariote y ladrón queda trufado, entreverado de condescendientes consideraciones que impiden pronunciar un juicio imparcial, del cual puedan derivarse valoraciones que nos permitan corregir esos errores que sin duda debimos cometer para llegar al estado de cosas en que nos encontramos.

Viviremos días de conmemoraciones, cargadas de voces complacientes, indulgentes, que querrán vendernos como un modelo de tolerancia y experiencia de resiliencia. Nos narrarán una historia embellecida, blanqueada, perfumada y grabada en decorados de cartón piedra. Una foto fija, inmóvil, bendecida y perdurable, porque será la que quede escrita, difundida, enseñada, representada, convertida en texto oficial de Historia.

Eppur si muove, que dijera Galileo. Y sin embargo se mueve. La memoria embellecida y épica, no consigue ocultar que la España de Felipe VI no es tan distinta de la España de Isabel II y de su corrupta madre, ni de la de su nieto Alfonso XIII, embarcado en todos los negocios y comisiones sobre compras, ventas, obras y suministros, civiles, o militares.

No hay que olvidar que la dictadura de Primo de Rivera (1923) fue un último y desesperado intento para esconder los negocios turbios que se movían en el ejército y que tenían que ser tapados de inmediato, tras un desastre como el de Annual, en 1921, con sus más de 13.000 muertos, en la guerra del Rif. La historia que aprendió su emérito padre, heredero y deudor de reyes y de militares golpistas.

Cada esfuerzo regenerador ha acabado en España ahogado en sangre, ya fuera protagonizado por liberales, por revolucionarios de la Gloriosa, por pensadores como Costa, por educadores como Giner de los Ríos y su Institución Libre de Enseñanza, o Ferrer i Guardia y su Escuela Moderna.

Ya se tratara del pueblo sublevado en la trágica semana de Barcelona, para evitar las levas masivas de soldados, enviados a morir en Marruecos, o de la cada vez más indignada clase trabajadora, socialista, anarquista, republicana, que se unió para intentar modernizar a España en el ambicioso proyecto de una segunda República.

Todo acabó en fracaso, condenado al olvido, aplastado por un golpe militar que sembró España de fosas comunes. La más grande, la abierta en el Valle de Cuelgamuros. Desapareció el dictador y 50 años después la memoria democrática ha sido olvidada en un rincón apartado, al tiempo que los heraldos negros del terror cuidan sus nidos de serpientes, sus camadas negras, dispuestos a que todo siga atado y bien atado.

Antes de que cierren las puertas durante otros 50 años más y nos quedemos atrapados entre tanta miseria y tantos miserables, tal vez va siendo hora de que los más seamos los mejores, escribamos nuestra historia, tomemos las decisiones que nos afectan y nos convirtamos en los dueños de nuestro propio futuro.

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