Desgraciadamente no es una serpiente de verano. Una de esas situaciones espurias que aprovechan los periodistas para generar noticias que suplen la falta de noticias del verano. Este año no. Hay suficientes noticias sobre incendios como para rellenar programas enteros y dar trabajo a todos los tertulianos de guardia.
Los incendios no son una serpiente de verano. Son entes con vida propia que han decidido devorar, tan sólo en el mes de agosto, más de 370.000 hectáreas de campos, bosques, montes, viviendas. Pero no sólo son tierras las que arden, son vidas que se pierden y otras vidas que seguirán viviendo, pero sin sus casas, sus recuerdos, sus negocios, sus empleos, su memoria.
Ya nada volverá a ser lo mismo en muchos lugares de Galicia, Castilla y León, Extremadura y buena parte de Portugal. Hemos perdido castañares como el del Ambroz, los cerezos del Jerte, Parques Naturales como Las Médulas, o el Lago de Sanabria y Nacionales como los Picos de Europa. La lista de lugares perdidos sería interminable.
Mientras esto ocurre los dos principales partidos de gobierno y de oposición se embarcan en un trasiego permanente de acusaciones sobre las responsabilidades de cada cual en la gestión de los incendios. Qué presidente (o presidenta) estaba de vacaciones. Cuál volvió antes. Dónde estaban de vacaciones.
Otro asunto que los políticos consideran importante consiste en saber cuántos militares deben participar en los operativos, quién debería hacer qué, si habría que llamar a intervenir a la Unión Europea, o si deberían ser las Naciones Unidas las que tomasen cartas en el asunto.
Me da la impresión de que actuando de esa manera sólo consiguen alimentar a otros grupos que han aprendido a vivir y crecer sobre las cenizas del descrédito generalizado de la política y los políticos, en que se instalan los dos grandes partidos, a base de alimentar la inquina permanente del y tú más.
Pero, como sucede siempre en algunas tragedias siempre reconvertidas en comedia, son incapaces de detenerse y persisten en abandonar cualquier propuesta para entregarse al inútil ejercicio de la culpabilización mutua. Y sin embargo todos son Estado. Los que gobiernan en Moncloa, los que lo hacen en el palacio de una Comunidad Autónoma, o en el edificio de cada gobierno municipal.
Todos son Estado, pero se comportan como si fueran estados distintos dentro de un mismo territorio. Los unos predican que la culpa de todo la tiene el otro y que cuanto hace para prevenir y apagar incendios es inútil por la gran cantidad de desalmados incendiarios y pirómanos que pueblan España.
Los otros intentan convencernos de que los culpables son los primeros por su extraña manía de negar sistemáticamente el cambio climático. Culpables porque no son conscientes del desastre generalizado que están produciendo al cerrar los ojos al mundo imprevisible, desconocido y brutal que se avecina.
Mientras esto ocurre, algunos expertos hablan así de incendios como el de La Jarilla, en Extremadura,
–Antes se decía que no se podía poner pinos, que había que hacer cortafuegos, que los incendios eran intencionados… y resulta que este incendio tiene unas características que no se parecen en nada. No fue intencionado, hay árboles autóctonos como castaños y roble, hay ganadería en medio de la zona quemada y cuando hablamos de cortafuegos la autovía ha sido cortada cuatro veces. Esto es un incendio nunca conocido.
Incendios descontrolados que parecen tener vida propia. Así serán los incendios del futuro. Hay quienes hablan de quintas y sextas generaciones de incendios inextinguibles con los medios que actualmente manejamos. Impresiona ver esos helicópteros de brigadas forestales ejecutan y lanzan fuego técnico para formar barreras frente al avance desbocado del fuego.
Casi todos los incendios, casi el 90%, son producidos por acciones de los seres humanos. No siempre intencionadas. La mayoría de las veces se trata de imprudencias. Una cosechadora, un aparato eléctrico, un barbacoa a destiempo, una quema de rastrojos. Es absurdo comenzar diciendo siempre que el incendio es provocado. Ya lo sabemos. Alguna acción humana, intencionada o no, lo ha provocado.
Un amigo de la juventud, que terminó construyendo su vida en Hervás, amparado en las faldas del Pinajarro, me dice que las palabras, las propuestas, este devenir de insultos, las disculpas de malos pagadores y hasta un Pacto de Estado y las negativas al mismo, no van a evitar que su valle haya desaparecido.
Siempre nos gustaba, parafraseando al doctor Cardoso y su confederación de las almas, en Sostiene Pereira, pensar en una gran confederación de los valles donde se fraguasen las ideas, las propuestas, las ilusiones, las alternativas… las utopías. Esos valles arden hoy impunemente.
A estas alturas, una semana después, en lugar de un enfrentamiento permanente, la sociedad reclama reflexiones multisectoriales y multidisciplinares, desde los más diversos puntos de vista. Propuestas compartidas, inversiones pactadas, medios suficientes. Medios humanos bien formados, con contratos estables y retribuciones dignas. Medios materiales renovados.
Necesitamos sentir que formamos parte de la misma comunidad. Creer, por un instante, que compartimos un mismo proyecto de convivencia y de vida. No parece que vayamos por ahí, pese a que sabemos que es el camino. El único que nos permitirá vencer los incendios, en lugar de seguir provocándolos y alimentarlos continuamente.




