Me cuenta mi vecino, que tiene ya sus años, algunos más que yo, que a finales de este año tiene que deshacerse de su coche porque tiene ya 20 años y no tiene distintivo ambiental. Vive en Madrid y, a partir del 1 de enero de 2026, su coche tendrá vetado acceder a la capital, circular por ella, salir de Madrid.
Parece ser que el año pasado estábamos en las mismas pero que, sin embargo, ya en el límite, el Ayuntamiento de Madrid decretó una moratoria de un año. El hombre tiene un problema, porque sigue utilizando el coche para ir a cuidar a sus nietos en un pueblo cercano. Sabe que esta actividad sólo durará unos años, pero este coche ya no podrá utilizarlo.
Ahora se ve condenado a comprar un coche nuevo, o de segunda mano, o en renting, o en una especie de alquiler con opción a compra. Hay que tener en cuenta que las cifras estimadas de vehículos sin distintivo ambiental que circulan por la capital oscilan entre los 200.000, 300.000 y hasta 400.000.
El negocio para las empresas automovilísticas, fabricantes, distribuidores, talleres y hasta desguaces, es tan brutal, que las presiones sobre el Ayuntamiento y las collejas a nuestro capidisminuido alcalde, al mejor estilo Florentino, deben abundar de tal manera, que hasta ahora no ha rechistado, incluso cuando algunas fuerzas políticas han planteado una nueva moratoria, o al menos medidas de acompañamiento.
A nadie se le escapa que quienes mantienen coches sin distintivo son personas mayores, o personas con rentas bajas, que no pueden permitirse comprar un coche nuevo, ni tan siquiera uno de segunda mano. Tienen vehículos que pasan puntualmente sus revisiones de ITV, que pagan sin demoras su IVTM al ayuntamiento y que, por lo tanto, se encuentran en condiciones de circular, salvo casos excepcionales.
Seguro que hay soluciones técnicas que permitirían a estos vehículos disminuir la emisión de gases de efecto invernadero. Seguro que se pueden poner en marcha ayudas para la compra de vehículos. Seguro que se pueden realizar estudios sobre nuevos combustibles menos contaminantes. Seguro que se podrían reciclar muchos de los vehículos hoy amenazados.
Pero en una sociedad de consumo lo que prima es el mercado, el mercadeo, la mercadería, la compra y venta compulsiva, la obsolescencia programada. Hoy la moda es el vehículo eléctrico y seguro que, durante su vida útil, contamina menos nuestras calles, pero durante su fabricación y durante su proceso de destrucción y desmantelamiento (el reciclaje es aún muy deficiente), parece que contaminan bastante más que otros vehículos.
Eso sí, extraen los materiales de esos vehículos de países tercermundistas, fabrican en países altamente contaminados, una vez fabricados los usamos nosotros, en el primer mundo y nos contaminamos menos y luego los entierran, desguazan, destruyen, de nuevo en los países dispuestos a cobrar un dinero por contaminar sus tierras, sus agua, su aire.
Dicho de otra manera, un coche eléctrico es más contaminante hasta que nace, menos contaminante durante su vida útil (siempre que la energía eléctrica de la que se alimenta no provenga de centrales alimentadas con combustibles fósiles) y sus gastos de entierro son mucho más caros para nuestro medio ambiente.
De eso va este negocio. Los empresarios del automóvil están encantados con los altos beneficios y el abundante negocio que se avecina. La derecha amante del dinero aplaude, la izquierda divina y buenista no se atreve a decir esta boca es mía y al final es la ultraderecha la que recoge el sentir dolorido de miles de personas que tienen un coche viejo, sin distintivo ambiental y no pueden acometer el gasto de un coche teóricamente “sostenible”.
Estamos pagando como sociedad el cinismo de nuestras élites, el abandono de los más afectados por este mundo consumista y brutalista, la incapacidad para hacer que la política aporte los cambios posibles, razonables y justos para hacernos más libres y más iguales.




