El falso debate del tiempo de trabajo

El país se enfrenta a un debate que tiene mucho de artificial en torno a la disminución del tiempo de trabajo, que actualmente se encuentra en las 40 horas semanales, desde que el primer gobierno socialista de la democracia, allá por 1983, decidió rebajar la jornada laboral.

Ya en aquellos días las críticas fueron muy parecidas a las que algunos empresarios y algunas fuerzas políticas esgrimen en estos momentos: La productividad económica es baja y si disminuimos el tiempo de trabajo eso traerá ruina para las empresas y pérdida de empleos.

Los años han pasado y ni la economía española, ni el empleo, han sufrido semejantes desastres. Muy al contrario. La actividad económica ha crecido y los puestos de trabajo también. Simplemente aquellos malos augurios eran el fruto del desconocimiento, de la desidia, o de ideas anticuadas, cuando no tendenciosas.

Somos uno de los países que más horas trabaja en toda Europa, eso sin contar el uso y abuso de las horas extraordinarias. Sin embargo España tiene una productividad por debajo de la media. Estamos bastante mejor que Grecia, pero bastante peor que Alemania, Italia, o Países Bajos, por poner algunos ejemplos variados.

Cualquiera que se haya molestado en leer un poco sabe que la productividad es algo así como la eficiencia de un sistema productivo. La relación entre lo que produces y lo que has tenido que invertir para producirlo. Mide cuánto has producido por cada unidad de factor que haya intervenido en el proceso. Con más horas se supone que produces más, pero si inviertes en innovación y tecnología también produces más. Si modernizas tu empresa produces más.

Por lo tanto la productividad no tiene que ver exclusivamente con las horas que pasa un trabajador atado al banco de trabajo, sino de la cualificación y la formación que tiene, las habilidades adquiridas y los medios con los que trabaja, así como con el capital invertido en mejorar los sistemas de producción de la empresa.

Los países que lo fían todo a que los trabajadores dediquen muchas horas de trabajo, pero no invierten en mejoras tecnológicas e innovación en sus sistemas productivos terminan perdiendo productividad. Los países que cuentan con empresarios que piensan en formar bien a sus trabajadores, que tengan niveles salariales adecuados, que se encuentren motivados y que dedican una parte de los beneficios a modernizar su empresa, renovar maquinaria, actualizar su tecnología, mejorar sus instalaciones, sus redes de distribución, consiguen incrementos de productividad.

El problema es que España, pese a todas las modernidades sobrevenidas, sigue siendo un país de cultura terrateniente y latifundista. Cualquier empresario quiere ganar dinero, mucho dinero, lo más rápido posible, con trabajadores poco formados, pero que le echen muchas horas y que trabajen a pedales y con los menos medios posibles.

Las inversiones tecnológicas escasean. La innovación es una palabra desconocida, o es utilizada tan sólo con fines publicitarios. El tejido empresarial está compuesto por una inmensa mayoría de pequeñas empresas, o microempresas, con muy pocos trabajadores y eso también actúa en contra.

Hay países europeos, mucho más productivos que nosotros con jornadas laborales de 35, o de 37 horas. Países como Bélgica contemplan 38 horas y otros como Francia 35. También abundan los países avanzados europeos que establecen un máximo de 40 horas. Sin embargo, en estos países las horas pactadas en convenio suelen moverse entre las 37 y las 38 horas de media semanal.

No es lo mismo la jornada máxima establecida por ley que la negociada en convenio, que es siempre inferior. El problema se encuentra en todos esos trabajadores y trabajadoras que carecen de convenio, o con poca capacidad negociadora, al tratarse de sectores precarizados y poco sindicalizados.

En España, por ejemplo, la jornada media negociada en convenio es de 38´2 horas semanales. Y pese a ello, la reducción de jornada que propone el gobierno afectaría a unos 12 millones de trabajadoras y trabajadores. Lejos de producir crisis empresariales y pérdidas de empleo, la medida de reducir la jornada tendría efectos positivos sobre la mejora y modernización de nuestras empresas, como ya ocurriera en 1983.

Recurrir a Carlitos Alcaraz, como hace el Presidente de la CEOE, con esa familiaridad del que conoce bien al muchacho, suena ridículo. El entrenamiento físico de Carlitos no puede ser infinito sin riesgo de colapso de sus músculos. El entrenamiento mental también tiene sus límites. El ocio de un deportista es parte esencial de sus éxitos. Pero es que, además, el salario de cualquier trabajador es incomparable con el de Carlitos y hasta con el del propio Garamendi, que se embolsa casi 400.000 euros de sueldo anual, limpios de polvo y paja.

Cuando un empresario se acostumbra a obtener altos beneficios, invertir poco y utilizar para ello tan sólo las horas de trabajo de su personal, la productividad termina por caer. Sin embargo, cuando ese mismo empresario utiliza mejor su fuerza de trabajo, pagada adecuadamente, incentivada y bien formada, la manera de incrementar la cantidad y calidad de sus productos y servicios es reinvertir parte de los beneficios, innovar y mejorar su tecnología.

La reducción de la jornada laboral siempre es un incentivo para que las empresas mejoren su productividad, inviertan más, creen empleo y sean socialmente más responsables. El actual debate y la negativa a la reducción legal de la jornada laboral, impulsado por una derecha anquilosada y una parte del  empresariado poco innovador y anclado en un pasado que no volverá, impide que nuestro mercado de trabajo mejore y supone una pérdida de tiempo en la necesaria modernización del país.

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