Madrid, esperpento y capital

Madrid pierde a marchas forzadas la capitalidad de España. Madrid llegó a ser capital de las Españas por accidente. No era Toledo, ni tan siquiera Valladolid. Era muchísimo menos que aquel ilustrado y moderno Nápoles, desde el que terminó llegando, para hacerse cargo del imperio, un rey llamado Carlos, que descubrió en Madrid un poblachón sucio, polvoriento y destartalado, indigno de ostentar la capitalidad.

Madrid fue capital por descarte, de la misma manera en que llegó a ser comunidad autónoma por exclusión, cuando otros dos territorios, como La Mancha o Castilla y León decidieron que no querían una cabeza desmesurada y deforme gobernando sus designios, con el peso de sus votos, su desarrollo económico y sus atribuciones centralistas.

Madrid va dejando de ser capital de España por méritos propios y no tanto por el desencadenamiento cíclico de fuerzas centrífugas que conlleven el descabalgamiento de Madrid como capital de España. Es más, las Comunidades Autónomas necesitan un Madrid donde reunirse, contrastar políticas, compartir experiencias y al que echar la  culpa de su contrastada ineficiencia.

Me atrevería a decir que si los autogobiernos que campan a sus anchas por España no tuvieran una capital como Madrid se verían obligados a inventarla. A fin de cuentas, por muy federalista, o nacionalista, que se quiera ser, siempre hay que tener una capital federal, o confederal.

No, la descapitalización de Madrid tiene más que ver con otros factores y elementos de carácter interno, como pueden ser nuestra tradicional incapacidad para impulsar las buenas prácticas y nuestra tremenda facilidad para convertirnos en motor, altavoz y paradigma de todo lo malo que se mueve por el territorio patrio.

Madrid es uno de los peores ejemplos de la aplicación indiscriminada, abusiva e impune, de políticas concebidas y encaminadas al pelotazo, especialmente entendido como especulación del suelo y el aumento arbitrario de los precios de la vivienda.

De hecho fue la regente María Cristina la que incitó a los empresarios madrileños a convertir el suelo en motor de crecimiento económico, ante la desventaja que presentábamos en otro tipo de industrias manufactureras, de bienes de equipo, o extractivas.

De ahí, de aquel llamamiento real al pelotazo, vinieron los Ensanches permanentes, los palacetes de la Castellana y hasta la demolición de una parte de Madrid para abrir camino a la Gran Vía. Madrid, aún hoy, sigue siendo un personaje colectivo generador del esperpento que nos descubrió Valle-Inclán  en sus Luces de Bohemia, obra que ha cumplido, hace bien poco, los 100 años,

En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo.

El esperpento español se inventó, a fin de cuentas y por alguna razón, en un estrecho callejón capitalino y nocturno de Madrid, el del Gato,

Don Latino: Una tragedia Max.

Max: La tragedia nuestra no es tragedia.

Don Latino: ¡Pues algo será!

Max: El esperpento.

Dicen que Andalucía es el crisol de España, pero no, hoy no, ahora no. El crisol donde se funde España no es otro que nuestro Madrid. Es aquí, en nuestros bares, en nuestros mentideros, en nuestros grupos sociales, donde mejor se sintetiza, se funde, se organiza el pensamiento del esperpento,

En España podrá faltar el pan, pero el ingenio y el buen humor no se acaban.

De eso, de nuestro humor ingenioso, se siguen valiendo políticos, intelectuales y tertulianos para mantener la apariencia de tranquilidad adormecida, hasta que un buen día todo salta por los aires. Cuando menos lo esperamos. Que también en eso consiste el modelo de capitalidad madrileño.

Esperpento de los intelectuales a los que se refiere el capitán Pitito en la noche madrileña, beoda y bohemia,

¡Mentira parece que sean ustedes intelectuales y que promuevan estos escándalos! ¿Qué dejan ustedes a los analfabetos?

Esa política madrileña, tertulianera, tan bien definida por Don Filiberto, el eterno redactor de El Popular,

El periodismo es travesura, lo mismo que la política. Son el mismo círculo en diferentes espacios.

El político, el intelectual, el periodista, sin duda, pero también el abogado pícaro, el comerciante codicioso, el trabajador adiestrado para ganar poco pero currar menos, el espadón chulesco y el golilla complaciente y traicionero. Una sucesión de personajes cada vez menos gloriosos, de una mediocre ambición, que pueblan la política y la sociedad madrileñas y que medran a base de adulación, mezquindad y mentira.

Si Madrid quiere recuperar la capitalidad no sólo potestativa, sino por convicción y con autoridad propia, deberá retomar, recordar, reaprender mucho de sus mejores momentos. De aquel Madrid comunero, casi siempre ilustrado, a veces mitinero, no pocas veces motinero, trabajador esforzado y defensor convencido de la independencia, baluarte de la libertad, creador de justicia social y de igualdad, capital de la gloria.

Nada está escrito. Nada ganado para siempre. Nada perdido de forma inevitable.

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