Sindicalismo y elecciones

Vamos hacia unas nuevas elecciones políticas que se van convirtiendo en costumbre, rutina y hasta manía. Elecciones poco ilusionantes para la izquierda que esperaba un gobierno de coalición, confluencia, cooperación, o como hubiera querido llamarse, pero con un programa de progreso que superase los recortes, o al menos repartiera los esfuerzos equitativamente.

Elecciones convertidas en segunda oportunidad para una derecha que daba por descontados unos cuantos años de gobierno de la izquierda y que se ha encontrado de bruces con la posibilidad de recomponer la figura y rehacer el mapa político nacional.

Elecciones que parece que lavarán definitivamente la cara de un bipartidismo que se apresta a beneficiarse de las contradicciones, dudas, indefiniciones, incapacidades de una autodenominada nueva política que ha envejecido a pasos agigantados. Los vaticinios no son halagüeños para riveristas, pablistas, ni tampoco para el errejonismo surgido de la dispersión y fractura de Podemos, sus confluencias y mareas.

Si otro beneficiario colateral pudiera haber en todo este inmenso disparate sería el de la ultraderecha emergente que no ha tenido tiempo de desgastarse y que representa lo más oscuro del pasado que había estado, hasta el momento, agazapada y cazando a la retranca en los apacibles cotos aznaristas y del aguirrismo.

Como siempre, los grandes perdedores serán las trabajadoras y trabajadores y sus organizaciones. No me refiero sólo a sus sindicatos, que también, sino a toda clase de organizaciones sociales, ya sean vecinales, ecologistas, culturales, deportivas, o de cualquier otro tipo.

Las luchas sindicales de los últimos años han combatido las reformas laborales, sus efectos en la negociación colectiva y la pérdida de derechos conquistados. Junto a otras organizaciones sociales, los sindicatos han construido plataformas, mareas, cumbres, para hacer frente a los recortes sanitarios, educativos, en servicios sociales, o defender el sistema público de pensiones.

Con mejor o peor fortuna, gracias a estas batallas, el empleo y la protección social en España han mantenido el tipo, pese a las operaciones privatizadoras, los recortes de recursos y personal, las campañas ideológicas sistemáticas.  El modelo sanitario público, universal y gratuito en España, sigue estando a la cabeza del derecho a la salud en el mundo. Dar batallas no supone ganar la guerra y mantener el tipo no significa que los bocados, dentelladas y heridas no hayan dejado huella en nuestra piel.

La recesión ha terminado, pero la crisis se ha instalado entre nosotros. Dicho de otra manera, los beneficios empresariales se han recuperado rápidamente, pero el paro, la pobreza, la exclusión social, el deterioro salarial, de condiciones de vida y trabajo, se han instalado entre nosotros.

El número de millonarios ha crecido un 76% desde que comenzó la crisis,  somos el séptimo país de Europa con más millonarios y el catorce a nivel mundial. Las previsiones de crecimiento del número de millonarios anuncian que dentro de cinco años habrá un 40% más de millonarios en España y superaran 1´2 millones de personas.

Por contra, una de cada cinco personas en España vive en situación de pobreza, con unos desequilibrios brutales entre el Norte y el Sur de la península. Comunidades como la madrileña ven crecer la brecha entre ricos y pobres, que es la más grande de toda España.

Es el triunfo del modelo de economía de la especulación, el fraude, la escasa productividad, la nula inversión y los desproporcionados y rápidos beneficios, que no puede construir una sociedad cohesionada. Los intentos para distraer al personal, dando alas al juego de las banderitas y las banderías, pueden ser efectivos durante un tiempo. El suficiente para introducir el modelo social del individualismo a ultranza, el egoísmo sistémico, la competencia feroz, la claudicación de los derechos conquistados, la destrucción del medio, los recursos y las personas.

Para ello es fundamental la desaparición del sindicalismo. No me refiero a éste u otro sindicato, sino al sindicalismo. Leí en una ocasión a Federica Montseny que en el hombre habitan dos impulsos ineludibles. De una parte el egoísmo que nos empuja a buscar lo mejor para nosotros y para nuestra gente. De otra parte el altruismo, la solidaridad, que surgen de la convicción de que para nosotros, para los nadies, los últimos, los pobres, es imposible conseguir algo si no lo hacemos uniendo nuestras fuerzas.

Y junto a Montseny, las sencillas explicaciones de Marcelino Camacho sobre la urgencia de construir un sindicalismo de nuevo tipo. El sindicalismo que se mueve en el filo de la navaja entre lo posible y lo necesario. El que nace de la tensión entre capital y trabajo, de las necesidades compartidas y organiza a las personas para la movilización, la negociación y el acuerdo. El sindicalismo de los que anuncian,

-Ni nos doblaron, ni nos domaron, ni nos van a domesticar.

Ese sindicalismo que se mueve siempre entre la autonomía de cada comisión obrera y la libre decisión de sumar solidaridad con otras luchas, aquí o en cualquier lugar del planeta. Ese sindicalismo en el que la igualdad, la libertad, el apoyo mutuo se convierten en esenciales.

Acabo de ver la película Sorry we missed you de Ken Loach en un preestreno de lujo, organizado por la Fundación Ateneo 1 de Mayo de CCOO de Madrid, inmediatamente después de su paso por el Festival de Cine de San Sebastián, donde obtuvo el premio del público. El drama de un parado que encuentra empleo en una distribuidora al servicio de Amazon, o de uno de esos amazones como proliferan hoy en día. Dice Loach en una entrevista,

-Los sindicatos son la respuesta contra la precariedad.

La película es demoledora, una parábola bien construida sobre el modelo de empleo teóricamente libre, realmente esclavo, que nos proponen y nos imponen como futuro. Algo llama la atención entre tanto trasiego, ir y venir, conflictos desencadenados a lo largo de la película. El sindicato no está, ni se le espera. El sindicalismo no surge como respuesta y necesidad de organizarse frente al abuso. Es una película, pero la realidad puede ser aún peor que la ficción.

Deberíamos darle una vuelta, una pensada, una sentada y dejar nacer la necesidad de acción, afrontar la responsabilidad de ponerse en marcha y comenzar a cambiar las cosas cotidianas para cambiar el mundo. La política, nuestro voto en las urnas, echará una mano, o pondrá piedras en el camino, pero nuestra tarea sindical no es delegable, franquiciable, ni depende de otros actores que no seamos las trabajadoras, los trabajadores y los sindicalistas mismos.

Dicho lo cual, como siempre he recomendado a las trabajadoras y los trabajadores, vota izquierda. Lo que quieras, pero izquierda.

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