Y Engels creó el marxismo

Hace dos años conmemorábamos el bicentenario de Karl Marx, nacido el 5 de mayo de 1818 en Tréveris, territorio prusiano cercano a la frontera francesa y pegado a Luxemburgo. Diferentes universidades y organizaciones políticas y sociales organizaron congresos, encuentros, conferencias, homenajes y hasta el gobierno chino regaló una estatua de 5 metros de altura a la ciudad donde nació Marx.

Representé al Ateneo 1º de Mayo en aquella hermosa iniciativa de los hermanos Sánchez Seseña de editar un libro en el que publicaron sus opiniones sobre la vida y la obra de Marx representantes del mundo del arte, la política, la universidad, la sociedad, la cultura. Personas como Julio Anguita, Begoña San José, Jorge Riechmann, Nicolás Sartorius, Teresa Aranguren, Cayo Lara, Fernández Buey, Marta Evelia Aparicio, Paco Frutos y otras muchas personas. El libro se tituló Dígaselo con Marx y sigue siendo difundido por Ediciones GPS.

Tan sólo dos años después es el inseparable amigo, compañero y colaborador de Marx, Federico Engels, el que cumple 200 años el 28 de noviembre. Los actos serán menos, muchos menos, poco vistosos y pasarán más desapercibidos, sobre todo por culpa de la pandemia, pero no sólo.

Destacamos siempre la figura de Marx y situamos en un segundo plano al también alemán Friedrich Engels, olvidando que, desde que se conocieron siendo jóvenes, el libro de Engels sobre La situación de la clase obrera en Inglaterra,  se convirtió en el estudio de campo y material de referencia que Marx utilizó para contrastar la veracidad de sus hipótesis y extraer conclusiones, compartidas siempre con su amigo.

La obra había sido escrita por el joven Engels recogiendo su experiencia personal con las trabajadoras y trabajadores de la fábrica textil de su padre en aquel Manchester decimonónico, foco industrial imprescindible del poderoso, globalizado y globalizador imperio victoriano.

Obras como La sagrada familia, La ideología alemana, o el propio Manifiesto del Partido Comunista son fruto de la colaboración de ambos, de Karl Marx, al que todos conocían como El Moro y de Friedrich Engels, al que los Marx apodaron como El General. Para nadie es un secreto que la familia Marx hubiera acabado en la más absoluta miseria de no ser por la ayuda constante y permanente de su siempre pródigo y generoso Engels.

Marx murió relativamente joven en términos modernos, sin haber llegado a cumplir los 65 años y fue enterrado en el cementerio de Highgate, en Londres. Hoy un impresionante busto recuerda su figura imponente, pero el día de su entierro no había allí más que una docena de amigos, familiares y conocidos entre los que no podía faltar Engels. Unos pocos y breves discursos y la lectura de algún telegrama de los partidos socialistas de Francia y de España.

A partir de ese momento fue Friedrich Engels el que dedicó el resto de sus días a la construcción del marxismo a base de descifrar la jeroglífica letra de Marx, ordenar el laberinto de sus papeles, interpretar el sentido del pensamiento de su amigo. Sólo él podía acometer esa tarea que le ocupó los últimos doce años de su vida y que permitió que el segundo y tercer volúmenes de El Capital vieran la luz, además de revisar y publicar un buen número de obras que habían escrito conjuntamente, otras de Marx y algunas que redactó en esta época.

Y todo ello, además de convertirse confidente, amigo, padre adoptivo de las hijas de Marx y en referente obligado para los partidos obreros, que fueron naciendo a lo largo de todo el planeta, aunque no consiguió evitar el aumento de las tensiones entre las corrientes más moderadas que conducían al reformismo, que podríamos representar en Bernstein y el radicalismo izquierdista que terminó dando lugar a la III Internacional, que representaría Vladimir Ilich Uliánov, alias Lenin.

Sus cenizas fueron entregadas al mar, en 1895, por Eleanor, una de las tres hijas de Marx, en compañía de unos pocos amigos. Sin Engels no habría existido el marxismo, ni la vinculación del mismo y de los partidos obreros con los sindicalistas. Engels se había convertido en el referente e impulsor de las primeras grandes luchas sindicales de los estibadores londinenses del East End y de las manifestaciones obreras del industrial, sucio, contaminado y brutal Londres del último tercio del siglo XIX.

Manifestaciones como la de aquel primer 1º de Mayo en Hyde Park, al que acudieron centenares de miles de trabajadores y trabajadoras y que también fue testigo de su intervención en los mítines del día de fiesta, conmemoración y lucha de la clase  obrera. Sin duda Engels es una de las grandes figuras que merece el recuerdo, la lectura, el estudio y el afecto de quienes seguimos vendiendo nuestro trabajo y padeciendo las consecuencias de un mundo diseñado a nuestras espaldas, cuando no en contra nuestra.

Un hombre consciente de que “la forma en que la gran masa de los pobres son tratados por la sociedad moderna es verdaderamente escandalosa”. Un hombre que sabía que “cuando sea posible hablar de libertad, el Estado como tal dejará de existir”. Aquel que, pese a todo el trabajo desarrollado para dar a conocer el pensamiento de su amigo, no dudaba en declarar “tal como Marx solía decir acerca de los marxistas franceses de finales de los setenta: todo lo que sé es que no soy marxista”.

El 25 de noviembre, en el Ateneo 1º de Mayo dedicaremos una parte de la tarde, a partir de las 19 h, a hablar sobre Friedrich Engels con Carlos Berzosa, catedrático de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Complutense de Madrid y Rector de la misma entre 2003 y 2011. Precisamente el día que ha sido declarado Día Internacional de eliminación de la violencia contra la mujer, por parte d elas Naciones Unidas.

No olvidemos que una parte importante del trabajo de Engels se dedicó a reflexionar sobre la familia, la sumisión y sobreexplotación de las mujeres, la sociedad patriarcal. La violencia, en definitiva que la sociedad ejerce de forma permanente y constante contra la mujer.

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